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Viktor Orban, presidente de Hungría, revalidó el apoyo electoral el 8 de abril de 2018 /EFE
Viktor Orban, presidente de Hungría, revalidó el apoyo electoral el 8 de abril de 2018 /EFE
La arrolladora victoria de Viktor Orban en las elecciones húngaras confirma la aparición de 
un nuevo paradigma en los países excomunistas de Europa central y oriental. No es cosa de
 ponerse ditirámbicos, pero cualquiera que haya examinado los discursos y praxis 
gubernamental de Orban percibe enseguida que estamos ante un estadista con visión 
histórico-política de profundo calado. Los Rajoy, Merkel o incluso Macron parecen oficinistas a su lado.
Orban impulsó en 2011 una nueva Constitución que, tras celebrar que el país haya sobrevivido
 a los totalitarismos nazi y comunista, reconocía las raíces cristianas de Hungría (al tiempo 
que garantizaba una total libertad religiosa), blindaba la concepción clásica del matrimonio
 (“Hungría protege la institución del matrimonio, entendido como la unión conyugal de 
un hombre y una mujer”), asumía la necesidad de promover la natalidad (“Hungría promoverá 
el compromiso de tener y educar hijos”), afirmaba que “la vida del feto será protegida desde 
la concepción”…
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Esos compromisos constitucionales se han traducido en políticas efectivas. Actuall.com ha
 aborto no ha sido prohibido, pero sí desincentivado con campañas de concienciación y medidas
 de ayuda a las madres (por cierto, la primera campaña de sensibilización –carteles con la
 imagen de un feto y el mensaje “sé que no estás preparada para recibirme, pero dame en 
adopción y déjame vivir”- fue execrada por la Comisaria Europea Viviane Reding
que aseguró que era “contraria a los valores europeos”). El matrimonio –sí, 
el matrimonio, no la pareja de hecho- es promovido, no sólo con medidas fiscales
de conciliación trabajo-maternidad y de facilitamiento del acceso a la primera vivienda, 
sino también con contenidos educativos pro-familia y cursos dirigidos a los jóvenes.
Y los resultados han ido llegando. La fecundidad húngara subió en sólo cuatro 
años de los 1,23 hijos/mujer a los 1,45 hijos/mujer: es pronto para poder hablar de 
un cambio de tendencia profundo, pero los comienzos son esperanzadores.  El número 
de divorcios descendió en un 18% en sólo dos años (2015-16). El número de bodas anuales 
se ha incrementado en un 20%. Y el número de abortos se ha reducido en un 23%.
Orban, a diferencia de Rajoy, no cree que “la economía lo sea todo”. Pero, aunque sea mucho 
más que un gestor, parece haber gestionado la economía con brillantez. Del 11,2% de paro 
con que encontró al país en 2010, se ha pasado a un 3.3% en 2018. De un crecimiento del 
0,7% del PIB en 2010, a otro del 4% en 2017. Y todo ello con moderación fiscal y sensatez 
presupuestaria. Orban, pintado como un monstruo antiliberal por la “derecha” rendida al
 progresismo socialdemócrata, ha aplicado una política económica liberal y exitosa:
 “Pertenezco a la escuela económica de [Gyorgy] Matolcsy. Uno de sus principios es 
que las cuentas públicas deben ser equilibradas. El déficit público debe ser reducido. 
Hay que rebajar la deuda soberana”. Tras su victoria, Orban ha confirmado un objetivo 
de déficit público del 2,4% para 2018.
“Ante el invierno demográfico, Europa dispone de dos posibles recetas: reanimar la natalidad nativa o abrir sus fronteras a la inmigración”
Al convertirse en referencia natural para los europeos conservadores traicionados por la 
deriva socialdemócrata del centro-derecha clásico, Orban está alcanzando una relevancia 
que trasciende con mucho el peso de un pequeño país como Hungría. Pero es que, además, 
Hungría no está sola: el programa de regeneración social, relanzamiento demográfico
 y defensa de la identidad nacional –sin plantear por ello ningún tipo de UE-“exit”- 
es compartido con ligeras variaciones por los cuatro gobiernos del Grupo de Visegrado
(Polonia, Chequia, Eslovaquia, Hungría), a los que ahora parece sumarse la Austria de 
Sebastian Kurz. Y también la CSU bávara, hastiada de la vacuidad ideológica de una 
Merkel dispuesta a aliarse con el diablo (y con Katarina Barley) con tal de seguir en 
el poder, y crítica con su gran error en el tema de los “refugiados”. Un bloque 
nacional-conservador podría estar cristalizando en Mitteleuropa.
La reivindicación del derecho de cada país a decidir cuánta inmigración desea 
recibir –y de qué composición religioso-cultural- se ha convertido en la tesis 
húngara más notoria, y en su principal foco de conflicto con las instituciones europeas. 
Es una postura que encaja coherentemente en el resto del ideario orbanita. En efecto, 
ante el invierno demográfico, Europa dispone de dos posibles recetas: reanimar la 
natalidad nativa o abrir sus fronteras a la inmigración. Europa occidental parece haber 
escogido la segunda, con los problemas de coexistencia cultural consiguientes. Europa 
oriental está a tiempo de seguir una vía diferente. Pero, si no desea cubrir sus huecos 
demográficos con inmigrantes, tiene que apostar a fondo por la vida, la natalidad y la familia.
El primer ministro de Hungría Víktor Orbán en una imagen familiar.
El primer ministro de Hungría Víktor Orbán en una imagen familiar.
El establishment europeo-occidental intuye que en la Europa danubiana está tomando 
forma un modelo alternativo; de ahí la virulencia de su reacción: “Hemos dado un
 ultimátum a los países de Visegrado que rechazan la solidaridad y dar la bienvenida 
a los inmigrantes”, declaraba el 3 de Febrero el Primer Ministro belga Charles Michel.
 “La UE debe adoptar acciones firmes para extraer rápidamente el tumor”, declaró a
 Die Welt –tras conocer la nueva victoria de Orban- Jean Asselborn, miembro del
 Partido Popular europeo.
Ojalá se consolide el despertar de Visegrado. Ojalá no lleguen a mayores algunos
 síntomas inquietantes de interferencia en el poder judicial o de presión gubernamental 
sobre las ONGs hostiles (la campaña ad hominem focalizada en Soros ha sido lamentable). 
Porque Europa necesita la vía “nacional y cristiana” (en esos términos define Orban su
 pensamiento) si quiere seguir siendo Europa: ¡qué paradoja que se califique de
 “eurófobos” a los conservadores húngaros y polacos! Ryszard Legutko lo expresaba
 con brillantez en un artículo de First Things, bajo el apropiado título “La batalla por 
Europa”: “Las élites [euro-progresistas] han intentado construir una nueva identidad europea,
 convirtiendo a los pueblos europeos en sociedades post-históricas, post-nacionales, 
post-metafísicas y post-cristianas, cohesionadas sólo por la ideología universalista 
del “europeísmo”. […] ¿Sería, entonces, justo decir que la Unión Europea se está haciendo
 cada vez menos europea en el sentido genuino del término, y que los verdaderos 
defensores de la identidad europea son en la actualidad los “catetos” de 
Europa oriental, más que los ilustrados y brillantes [de Bruselas]? Sí, lo sería”.