¿Quién es hoy el culpable de nuestra desgracia? El Estado alemán. No Alemania, que es diferente. El Estado alemán, a través de un oscuro juez de Schleschwig-Holstein ha dictaminado que Carles Puigdemont no incurrió en el delito de “rebelión” tipificado en el código penal español. Por eso le ha dejado en libertad bajo fianza y con ello ha consumado la rebelión separatista que es en realidad la rebelión de los peores, de la chusma dirigene y de una parte del pueblo infectada de odio, de sofismas, de falsificaciones y de rencor inoculado a golpe de TV3. El Estado alemán ha recompensado con una pena menor a los que salen corriendo, en contra de los que se han quedado para afrontar las consecuencias de sus delitos. Y es que el crimen y lo peor de lo que es capaz una persona también obedece a una lógica.
Con ello el Estado alemán ha perpetrado un crimen contra nuestro país, dando alas a los que han conspirado para acabar con la nación más antigua de Europa. Han sido ellos los que han remendado la bota opresora del separatismo que censura, acosa y, ahora ya a cara descubierta, azuza a los perros de los “comités de defensa de la república” para que persigan y aterroricen a los que no son de su cuerda en las calles, en los colegios o en sus casas. Por si fuera poco ha contribuido a que la estafa de que “España persigue a la libertad de expresión” alcance un inmerecido prestigio internacional. Y decimos “inmmerecido” porque el Estado alemán se ha puesto del lado de los tiranos. La “defensa de la democracia” de la que tanto blasona su “Tribunal Constitucional” no ha resultado ser algo diferente de una fenomenal estafa, aplicable solo a los que ellos quieren. Esto sucede porque el Estado alemán, corrupto primeramente en lo intelectual, es también un corrupto político: hace pocos días ingresaba en la prisión de La Roca-Quatre Camins de Barcelona, el librero Pedro Varela acusado de un derecho contra la propiedad intelectual por la edición del célebre libro “Mi lucha”. Un “fiscal” de la camada de Alberto Ruiz Gallardón se ha encargado de castigar un delito que es delito desde hace poco y de defender los intereses de ese Estado alemán que ahora perpetra la fenomenal puñalada por la espalda contra la nación española. Es lógico si entendemos que el Estado alemán defiende sus intereses. Al fin y al cabo él no tiene otra legitimidad que la que le otorgaron los tanques americanos y de ahí que siempre busque justificar al ocupante estadounidense in extremis, ahora que la Unión Soviética ha dejado de oprimir a la otra mitad del país de Merkel. Para hacer su trabajo de fiel perro guardian el Estado alemán castiga penalmente toda opinión que se salga, aunque sea ligeramente, del coro monocorde establecido y todo ello, pásmense, en nombre de la “libertad de expresión” y de la “democracia” que, por lo que se ve, debe defenderse de sí misma. Con ello se garantiza el derecho a existir del Estado alemán, aunque en el intento le vaya la vida a la nación alemana.
Lo que no es comprensible es que el Estado alemán niege a otros el derecho a sobrevivir. Carles Puigdemont ha utilizado la propia maquinaria del Estado español para difundir embustes y propagandas varias cuyo único fundamente residía tan solo en la exclusión de los contraopinantes, en su ninguneo y, cuando no, en su acoso y derribo, físico también. Ha utilizado a los Mossos d’Esquadra -una fuerza de seguridad del Estado español- para implementar su plan de dinamitar la soberanía del pueblo español y, cuando se le ha respondido, ha enarbolado la bandera de la mentira y el cinismo arrogándose la representación de “el pueblo catalán”. Todo ello con fondos públicos, con los impuestos que pagamos usted, yo y aquél de allí y hasta puede que con fondos provenientes de bolsillos alemanes vía Unión Europea.

El procedimiento abierto por la rebelión de la banda de Puigdemont ocupa varios miles de folios, ¿cuantos de ellos ha conocido el Tribunal alemán para adoptar su decisión? ¿Qué extensión y profundidad posee el escrito remitido por el Gobierno Español a ese tentáculo del Estado alemán que ha permitido a un juez de pacotilla decidir una opción completamente desvinculada de lo que hemos vivido aquí en España?
La conclusión de esto es que la utilidad de la Unión Europea para España es más ideológica y virtual que otra cosa: se basa en los deseos de los ideólogos apesebrados por la Unión y no en mejoras y ganancias concretas. A los gobiernos de ese infecto club, que el Estado alemán inunda con su pestilencia, se les llena la boca defendiendo a cualquier sectario que presenta como “disidente” del régimen ruso, mientras acusan a Rusia del intento de asesinato de un doble espía y de atizar la sublevación de Puigdemont y su jauría, todo ello basado en dimas y diretes, en meras sospechas aderezadas con la machaconería agobiante de su propaganda mediática. Nada de esto ha sido, por supuesto, demostrado pero sí que es un hecho que el Estado aleḿan ha hecho causa común con los traidores a la nación. ¿Quienes son los que alientan la rebelión desde fuera? El Estado alemán, no Rusia
Así las cosas, todo este verdadera desastre para los intereses nacionales tiene un aspecto bueno: puede dar alas en nuestro país a una fuerza política emergente que capitalice el descontento y el escepticismo contra la Unión Europea y la globalización, que es lo que ella representa. Es necesario que cuando nos hablen de las bondades de la Unión Europea pensemos que en la Unión mandan los que desde fuera quieren vernos destruidos. Los primeros que no creen en la integridad territorial de nuestra patria son los que nos hablan de “estabilidad” y prestan cobertura al golpismo; dicen defender la “democracia militante” y dan alas a los que vienen imponiendo desde hace cuarenta años una dictadura de las ideas como nunca se vió en estas tierras del sur. Es evidente que para muchos de nosotros toda esa cháchara de la “agenda transatlántica”, que tanto gusta a FAES, la Unión Europea, la OTAN y demás, forma parte de esa estructura de poder que solo nos quiere en la medida en que contribuimos a construir su termitera global del mercado. Por lo demás, no somos nada. Es la hora de comenzar a hablar de un Spexit que nos salve de la catástrofe. Y buscarnos nuevos amigos en el mundo, claro.