En algo tenía razón Nietzsche: una sociedad que reniega de la verdad, necesita del espectáculo para sobrevivir.

Hay mentiras piadosas, ¿piadosas? No sé si piadosas pero al menos edulcoradas para que a más de uno no se le atragante la realidad. No mentiré negando que no se me escapan mentiras piadosas de vez en cuando. Al respecto nadie puede engañarse. Estamos atrapados en el círculo de las mentiras propias de nuestra condición humana y de un fruto de un árbol que nunca debió ser consumido. El único consuelo de la presencia de las mentiras es que si ellas existen, inevitablemente también existen verdades. Y si estas son reales es porque hay un fundamento donde reposan, que es la Verdad con mayúscula. Dicho lo cual, entre verdades y mentiras deambulamos por es este valle de lágrimas, muchas veces forzando la risa para disimular nuestra contingencia espiritual y material. Pero el problema ya no es simplemente mentir o autoengañarse, sino entronizar la mentira como postura vital inevitable.
Pero cuestión hay que traerla desgraciadamente al orden político y social. Y la pregunta es inevitable. ¿Por qué mienten sistemáticamente los políticos? Alguno responderá que porque son hombres como todos los hijos de Eva. Pero, la contestación no es suficiente ya que en la modernidad política la mentira ya no es algo accidental, sino estructural y esencial para que el sistema funcione. Ojalá que lo afirmado hasta aquí fuera una mera intuición. Lo malo es cuando uno encuentra que la necesidad de la mentira en el orden político ya estaba teorizada y defendida por grandes pensadores.

Nietzsche escribía en 1873 un opúsculo titulado Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, en el que afirmaba que la verdad es una ilusión de la arrogancia humana. En este discurso, el alemán pretende humillar al narcisismo y al antropocentrismo, arrojando al hombre a un cosmos de angustias y miserias, donde la “verdad” es la ocultación de esta única verdad: nuestra miseria. En Humano demasiado humano, llega a preguntarse si “La verdad, ¿no es hostil a la vida?”. Nietzsche hablaba de las “verdades terribles” sobre la existencia que no hay que exponerle al pueblo pues no podría soportarlas. Recogía así en el fondo la idea que aparece en la República, cuando Platón propone la “mentira noble”. Esta vendría a ser una mitología necesaria inventada por una elite para mantener la cohesión social, por tanto sería una mentira necesaria para el funcionamiento de la sociedad.
Hasta aquí parece que sólo se ha hablado de filosofadas. Lo malo es cuando estas ideas fueron recogidas por Leo Strauss, el padre de los actuales neocons. Strauss –cuyo pensamiento fundamenta las actuales democracias liberales capitalistas- estaba convencido de la peligrosidad de la verdad y de su carácter destructivo. Las verdades deben ser ocultadas tras mitos políticos tal y como que “el pueblo se gobierna así mismo” o que por fin “somos libres de pensar y actuar como queremos”. Desvelar que las masas son dominadas por minorías bajo el apelativo de “democracia”, es una realidad que causaría terror y desolación a la sociedad. No hay que olvidar el profundo elitismo que defendía Leo Strauss y su desconfianza hacia las gentes corrientes. Los mitos políticos, hoy el nacionalismo ha decidido llamarles “relatos”, son el sustituto de la verdad. Pero es una “medicina” de la que tampoco hay que abusar.
Para Strauss, a las masas no había que aleccionarlas ni encaminarlas al saber o la verdad, sino enseñarles justo lo necesario para que pudieran cumplir con sus funciones en una sociedad jerarquizada y diferenciada, donde todos se creen por derecho ser iguales a los demás. Por eso, se ha afirmado al principio que la política moderna hace de la mentira su piedra angular; no para construir un edificio, sino para evitar que se caiga. Nietzsche, en El nacimiento de la tragedia ingenia que la función necesaria del arte tiene que ver con su alejamiento de la verdad, su carácter irreal y engañoso, incluso su apariencia fantasmal. Igualmente, en Humano, demasiado humano, afirma que el arte prefiere refugiarse en un mundo de sueños y mentiras bienhechoras, antes que afrontar el riesgo del conocimiento.

De ahí que el mito y el arte, hoy lo llamaríamos espectáculo, sean dos de los pilares para soportar un edificio político sustentado en la mentira. Más que un edificio, es una ruina que se apuntala en endebles pilares conceptuales que no hay que remover. Su hundimiento provocaría lo que Strauss llama la “democracia nihilista”. De ahí que mientras algunos nos planteamos que hay que restaurar completamente el edificio para evitar una tragedia, los políticos se dediquen a la dramaturgia para convencernos de lo contrario. En algo tenía razón Nietzsche: una sociedad que reniega de la verdad, necesita del espectáculo para sobrevivir. Y entre los diferentes papeles a representar por la clase política, la mayoría se ha escogido el de payaso.