¿De verdad alguien cree que son necesarias órdenes explícitas para “trabajar en la dirección del Führer”?
Desde hace décadas, el del Tercer Reich es uno de los temas cruciales en los estudios de historia contemporánea. Y con el paso del tiempo, en cierto modo se ha convertido en “el “ tema, pues a la fascinación que ejerce el nazismo, hay que sumarle la dificultad de encontrar un ejemplo histórico que ilustre de modo más descarnado las relaciones de poder y la propia naturaleza de este.

Hace un par de décadas, Ian Kershaw rescató del discurso de un semioscuro subsecretario de agricultura prusiano, la idea central que podía explicar.el modo en que funcionaba el régimen: no había que esperar órdenes explícitas, sino que todos debían esforzarse en captar lo que de cada uno se esperaba, trabajando “correctamente en la dirección del Führer”
Más allá de la especificidad histórica a la que se refiere, lo que estaba retratando Kershaw es el modo en que funciona el poder, en términos generales. La naturaleza de este requiere una cierta flexibilidad, y un margen interpretativo. El poder rara vez concreta sus pretensiones; espera que las personas indicadas saquen las consecuencias pertinentes de las necesidades de cada momento.
Así funcionan los partidos. Pese a las evidencias de corrupción generalizada en ellos – sobre todo en lo que hace a la financiación, pero no solo – casi nunca aparecen implicados las más altas jerarquías de los mismos. De modo que, técnicamente hablando, seguimos sin saber quién era el Mister X que dirigía los GAL. ¿Alguien cree que ese “enigmático” personaje de veras daba las órdenes, marcaba los objetivos y asignaba expresamente las partidas presupuestarias para la comisión de los delitos?


Si vivimos en un sistema de partidos – una verdadera partitocracia –, y los partidos están corrompidos, nada tiene de particular que todo lo que emane de esa base corrupta, lo esté, a su vez.
No es causal que las instituciones del Estado sean percibidas por los españoles como escasamente fiables y que, en las encuestas, tanto los partidos, como los políticos y la administración de justicia, reciban las más bajas puntuaciones de los ciudadanos: el 95% está convencido de que el sistema favorece la impunidad.
Hay un pacto, que está en la base del régimen, por el que sus supuestos básicos no son cuestionados. Desde luego, la impunidad jamás es completa y absoluta, y eso también es parte del sistema. Por eso, los mismos que blindaron a Pujol le denunciaron cuando este incumplió sus compromisos; pero la coacción funciona en los dos sentidos, de modo que cuando fue investigado, amenazó públicamente con tirar de la manta. Lo cuenta Jiménez Villarejo: “Los fiscales generales del Estado que nombró el PSOE me prohibieron investigar a Pujol”.

El régimen no se ha corrompido: el régimen es corrupción. La separación de poderes, clave en cualquier sistema que aspire a definirse como “democrático”, se ha convertido en una farsa desde el mismo momento en que quienes deben velar por el funcionamiento de las instituciones dentro de la ley – esto es, los jueces – son designados por aquellos a quienes deben vigilar – esto es, el poder político-.
Que en el gobierno de los jueces, el Consejo General del Poder Judicial, ninguno, pero ni uno solo, de los 21 miembros que lo componen sea elegido por los propios jueces, y que en su lugar todos ellos sean nombrados por el Congreso y el Senado, es una burla a la que, sencillamente, nos hemos acostumbrado.
La principal tarea del CGPJ es la de velar por la independencia de jueces y magistrados frente a los demás poderes del Estado. Ellos que, elegidos a través del pasteleo PP-PSOE, pueden ser considerados cualquier cosa menos independientesLa sujeción de dicho órgano al poder político se remata con el hecho de que su presidente sea el del Tribunal Supremo.
Y, por si acaso algún juez se desmanda y se muestra poco sumiso al poder político, tenemos al Tribunal Constitucional. Que, aunque en la teoría no es un tribunal de orden superior al Supremo, sino solo competencialmente distinto, de facto ha ejercido más de una vez una función de control de este. Huelga recordar la absoluta sumisión del Constitucional a las órdenes del gobierno: sus doce miembros son nombrados sin ambages por el poder político (dos por el Congreso, dos por el Senado, dos por el gobierno y otros dos a propuesta del CGPJ…que a su vez es nombrado también por el poder político).
¿De verdad alguien cree que son necesarias órdenes explícitas para “trabajar en la dirección del Führer”?

Pues a veces, sí. O, al menos, eso cuenta el juez Gómez Bermúdez, quien asegura haber vivido presiones continuas: “No te llama el político; te llama el amigo del político. Te tientan”.
En un sistema tal, se antoja una hercúlea virtud la preservación de la honra.