Manifestantes lucen la estelada durante una protesta contra el terrorismo/Archivo.
Independentista de verdad, me apresuro a añadir, y no como los facinerosos arrebatacapas que usurpan la palabra en el Parlament y en la Generalitat.
Una de las cosas más graciosas que he leído por ahí -no me hagan buscarlo- han sido unas declaraciones de un supuesto ‘indepe’ en una de esas manifestaciones que empalman ya unas con otras allá en Cataluña. Decía el espontáneo algo así como que Cataluña no podía seguir más tiempo en España porque “vemos la realidad de forma totalmente diferente”.No he parado de reír.
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Soy yo, somos buena parte de los lectores de ACTUALL quienes vemos la realidad de forma totalmente diferente de como se nos quiere imponer desde el poder. Es decir, procuramos ver la realidad tal cual es.
Mientras que es algo perfectamente comprobable en cualquiera de sus gestos y afirmaciones que los responsables del ‘procés’, en cuanto les sacas de su monotema, opinan en todo y para todo exactamente igual que cualquier colega de Luxemburgo, Ottawa o Nueva York: el canon progresista hasta su última coma.
 La independencia que reclamo es la real: la que no está esperando qué piensa el resto del mundo, cómo se llevan este año las ideas en Bruselas
Y es esa la independencia que reclamo: la independencia real, la que no está esperando qué piensa el resto del mundo, por dónde sopla el aire fuera de nuestras fronteras, cómo se llevan este año las ideas en Bruselas, para aprobar una política u otra.
Quiero la independencia para aprobar las leyes que más convengan a nuestro país, España, sin que me importe una higa que las aprueben los mandarines de la ONU o los popes de la intelectualidad a la violeta.
Quiero independizarme de la mentira metida a tacón en nuestra cultura, mentiras que ni siquiera tiene que creer nadie para que repitan todos, como el risible sainete del género plural e indefinido.
Quiero independizarme de la pulsión de muerte que parece haber tomado posesión de nuestra civilización, que considera tener hijos un censurable atentado contra el medio ambiente y luego me cuenta que debo estimular la entrada de una población de sustitución, con valores lejanos y lealtades remotas, “porque no tenemos hijos”.
Reclamo la independencia de mi país de un pensamiento único asfixiante y agobiante que parece proscribir el sentido común e impone una férrea censura a las conversaciones más inocuas, retorciéndolo todo para presentarlo como homofobia, racismo, xenofobia, machismo y un sinfín de enfermizos -ismos y -fobias que han dejado de ser palabras con un sentido inteligible para convertirse en meras mordazas del debate.
Sí, eso quiero, la independencia, ser libre y romper las ataduras con esta tiranía global que me dice desayuno, comida, merienda y cena lo que debo opinar de cada detalle, cada suceso, cada información y cada materia.
 Me proclamo independiente del masoquismo imperante en nuestra civilización, del hábito veterotestamentario de agobiarnos por supuestas culpas de nuestros ancestros
Me proclamo independiente del masoquismo imperante en nuestra civilización, del hábito veterotestamentario de agobiarnos por supuestas culpas de nuestros ancestros que, bien miradas, son los pecados de cualquier sociedad que en el mundo haya sido, olvidando todo lo que hayamos podido hacer de bueno, asombroso, heroico y justo.
Por eso miro a estos compatriotas míos que ondean la estelada -¡ay, más españoles me parecen cuanto más les veo montarla parda!- con perplejidad absoluta. Porque dicen querer una independencia de baratillo, de saldo, de todo a un euro. Ansiar ser como todos los demás no me parece, exactamente, la razón de ser de una independencia.
Miren, me duele que tantos catalanes se hayan alejado tanto del quehacer común, del afán de todos, que nos sientan extraños, pero no es el fin del mundo, ni siquiera lo peor.
Si mañana montaran un ‘Estat’ donde pudieran ser lo que por siglos fueron, en lugar de una gris sucursal del globalismo imperante, mañana mismo pedía la nacionalidad catalana.