martes, 6 de junio de 2017

¿VAMOS CAMINO DE LA OCLOCRACIA?

¿VAMOS CAMINO DE LA OCLOCRACIA?

  Aristóteles  decía  que  la  democracia  viciada  acaba  en  oclocracia.  Pero  ¿qué  es  la oclocracia? Pues bien, si la democracia es el gobierno del pueblo, la oclocracia es el gobierno de la muchedumbre (no confundir con multitud). Es decir, la democracia se basa en la igualdad de los hombres, mientras que la oclocracia en la desigualdad, incultura, zafiedad e imposición. Es la peor degeneración posible de la democracia, en  la  que  una  masa  de  incultos,  inmorales  y  carentes  de  principios  igualitarios, destrozan  al  pueblo  y  sus  instituciones  no  solo  en  beneficio  propio,  sino  con  el claro objetivo de tiranizarlo; es decir, anular e incluso eliminar (mediante cárcel, destierro,  etc.)  a  quien  no  piense  como  ellos.  Se  crea  así  una  desigualdad escandalosa:  los  míos  y  los  demás.  Pero  en  este  caso,  los  míos  son  una muchedumbre llena de rencor que lo único que quiere es hacer daño a los demás y arrebatarles  cuanto  poseen.  El  estalinismo  primigenio.  Naturalmente,  como  son unos inútiles e incapaces de mejorar, arruinan el país y se cargan todo lo cargable, de  manera  que  su  evolución  esperable  es  hacia  una  dictadura  férrea  que  los controle  meta  en  vereda.  Tras  esa  dictadura  regresa  la  democracia,  una  vez disuelta la muchedumbre y educada esta en la convivencia. Pero…    Hay un corrido mexicano que lo cuenta muy bien: “mi padre fue peón de hacienda  y  yo  un  revolucionario,  mis  hijos  pusieron  tienda  y  mi  nieto  es funcionario”. De manera que de la incultura más absoluta se pasa por la protesta, el enriquecimiento y la integración en el sistema de forma absoluta. 

¿Cómo se llega a la oclocracia desde la democracia?  Pues  muy  sencillo:  a  través  del  egoísmo.  Primero  se  aumentan  las  instituciones para  dar  participación  a  los  ciudadanos  en  su  propio  gobierno.  Después  se promueve  la  libre  expresión  de  cada  cual  y  aparecen  los  partidos  políticos,  sin freno  ni  cortapisa.  Para  justificar  la  convivencia  se  elabora  una  constitución, mediante la cual se crean unas directrices. Pero ya entonces empieza a viciarse el sistema, pues la constitución admite muy diversas interpretaciones, para lo que es preciso crear otro organismo, el Tribunal Constitucional, el cual está formado por afectos a los grupos políticos dirigentes. Es decir, no son plenamente imparciales de hecho, aunque lo sean de derecho. Y esos grupos políticos e instituciones dan un paso más y la democracia se transforma en lo que se conoce como cleptocracia, que es lo que llevamos disfrutando en España desde finales de los ochenta del siglo pasado, como poco. La cleptocracia, como su nombre indica es una democracia en la que el robo se generaliza y justifica. Bueno, el robo de unos cuantos, no de todos. Para  ello  se  establecen  múltiples  impuestos  y  tributos  que  no  revierten razonablemente en beneficios para la población “paganini”.    Sin embargo eso no es suficiente (¡el ansia viva…!, que diría José Mota) y los cleptócratas se dan cuenta de que la gente les ve. E incluso puede que alguno les diga:  “mira  niño,  que  la  Virgen  lo  ve  todo  y  que  sabe  lo  malito  que  tú  eres!” Entonces  dan  un  paso  más.  Hay  que  lavar  el  coco  al  pueblo  y  deshacerse  de  las instituciones moralizantes. A partir de ahí comienzan las leyes docentes, lavadoras de cerebros de los pequeños e inocentes niños, educándoles en el odio, el clasismo y el desprecio a toda suerte de principios, pero no en la inteligencia, no se vayan a dar cuenta de lo que está pasando con los bolsillos de sus padres y – en unos años – sus  propios  bolsillos,  salvo  que  se  aborreguen  e  incluyan  en  la  idiocia  grupal correspondiente. Por otra parte hay que cargarse la religión (bueno, no todas: el islam les da un miedo que se cagan y no se atreven a meterse con él). Atacan a toda religión que implique compartir, amar, pacificar, ser generosos…    Y el tiempo pasa, los niños crecen asilvestrados en marañas urbanas hasta que un buen día… pues resulta que viene un demagogo bien dirigido desde atrás, casi  siempre  por  comunistas  camuflados,  pero  no  comunistas  idealistas,  no: estalinistas puros y duros. Y esos crean la muchedumbre, la masa inculta que se opone a todo. Además les facilitan droga en algunos casos para que se atonten más, o alcohol y sexo incoercible. “Oye, ¿por qué no vamos dándole al vicio y así nos vamos conociendo?” Los hay de todas las raleas, hasta una monja por ahí (fea con avaricia, como no podía ser de otra manera) y encima alardean de su inmoralidad. Algo  así  como  si  gritaran:  “¡viva  la  mierda!”  Y  no  te  metas  con  ellos.  Ya  no  solo exigen matrimonios homosexuales o aborto libre, sino incluso sexo grupal o reinas magas, con objeto de ir corrompiendo ya a los niños desde su infancia y hacer el mayor daño posible a nuestra cultura religiosa. Van en cueros a las iglesias, para molestar,  decapitan  o  ahorcan  al  Niño  Jesús  en  el  portal,  queman  belenes…  La oclocracia  está  ya  a  punto  de  acceder  al  poder,  si  es  que  no  ha  accedido  ya  en algunos lugares.    Mientras tanto, algunos imbéciles disfrazados de periodistas van y ríen las gracias. Son tan torpes que no se dan cuenta de que sus cogotes son los primeros que  van  a  caer.  En  una  oclocracia  sobra  la  información  y,  por  ende,  sobran  los periodistas.

 ¿Dónde estamos ahora y qué puede pasar?  

Pues  nos  encontramos  en  pleno  declive  de  la  cleptocracia.  Aquí  ha  robado  un ingente número de políticos y se ha robado en un ingente número de instituciones. Los partidos políticos llevan favoreciendo la cleptocracia desde hace  décadas. ¿Y saben  por  qué  se  aferran  al  sillón  y  no  quieren  dar  paso  a  gentes  mucho  mejor preparadas y con más carisma que ellos? Muy sencillo, porque temen acabar en la cárcel, bien por colaborar o bien por mirar para otro lado y dejar hacer, motivo por el cual pueden ser considerados cooperantes necesarios del robo. Por eso surgen otros grupos, unos decentes y otros en forma de muchedumbres. Sin embargo, las muchedumbres  son  fáciles  de  contentar:  dinero  y  no  mucho  tampoco.  Con  un pesebrito se contentan. Por eso, sus dirigentes ya lo tienen previsto: lo primero, crear el pesebre disfrazado de ley de apoyo urgente a los necesitados. Es decir, “te doy dinero – que no trabajo – y  tu te estás quietecito y me votas sin parar”. Bueno, esto hasta que se arruine el país, se organice el guirigay, salgamos a tiros, regrese la estaca a poner orden y vuelta a empezar.    Siento  mucho  decir  que  soy  pesimista,  porque  no  veo  que  los  partidos clásicos se autodepuren, para lo cual es imprescindible cambiar – como mínimo – sus equipos dirigentes, incluyendo las cabezas, como es natural. Y si no lo hacen, no volverán a ganar una elección en la vida. Eso les encanta a los de la oclocracia. Y también les encantan las elecciones anticipadas, pues les dan argumentos acerca de  la  ingobernabilidad  con  los  políticos  actuales  y  la  necesidad  de  un  cambio radical.  En  parte  llevan  razón  en  ello,  pues  así  no  podemos  seguir,  con  esta cleptocracia atroz. Pero solo en parte, pues el remedio propuesto – la barbarie – es muchísimo peor que la enfermedad. Ellos no son el camino, sin duda.    Y  esto,  que  nos  sorprende,  es  lo  que  lleva  sucediendo  secularmente  en España. Los romanos explotaron y machacaron Hispania, pero al final se culturizó la población, hasta que llegó la muchedumbre de los godos, quienes con el tiempo se culturizaron y dulcificaron, y entonces acudió la muchedumbre de los árabes. Cuando esa muchedumbre se educó, vinieron los terribles cristianos, mucho más brutos  que  ellos.  Y  luego,  así  seguimos  una  y  otra  vez:  Comuneros  de  Castilla, Austrias contra Borbones, españoles contra franceses, Carlistas contra Isabelinos, el jaleo fenomenal de la primera república, los salvajismos republicanos y la guerra civil, etc. Y suma y sigue: un presidente acobardado que confía en el azar y que las cosas se arreglen solas (audaces fortuna iuvat, la suerte es de los valientes) y un ambicioso que no sabe lo que quiere, probablemente porque no se le ocurre nada, y un demagogo al mando de su muchedumbre, camino de la oclocracia. En el otro lado,  un  joven  inexperto  con  mucha  más  voluntad  que  equipo.  Se  ven  milagros, pero  el  camino  hacia  la  oclocracia  parece  definido  y  ojalá  y  me  equivoque completamente.    El único consuelo que nos queda es que ahora los ciclos son rapidísimos, a veces  en  pocos  meses  pueden  cambiar  las  tendencias  por  completo.  Y  por  otra parte, no pensemos que aquí estamos peor que en Francia, Alemania o Portugal, no. Estamos igual que el resto de Europa, que el resto del mundo: en una especie de  preguerra  en  la  que  se  definan  las  relaciones  humanas,  políticas  y  sociales, nuevamente entre las personas. Porque el principal problema, no les quepa ni la más mínima duda es que a la Tierra le empieza a sobrar gente. Más de siete mil millones de habitantes en un planeta preparado tecnológicamente para menos de cinco mil, solo puede llevarnos a un conflicto. Porque todos tenemos que comer, vestirnos,  calentarnos,  beber  agua,  poder  movernos,  cobijarnos  de  la  lluvia  y  el viento, etc. La China, Brasil y otros muchos han entrado ya en crisis. Y hay que dar de comer a miles de millones de personas en todos esos países emergentes. ¿Por qué  se  creen  que  es  la  guerra  de  siria?  Pues  por  el  dominio  del  mercado  del petróleo,  ahora  que  precisamente  baja  de  precio.  ¿Por  qué  creen  que  baja  de precio?  Pues  para  competir,  para  hacerse  con  el  mercado.  Otra  cosa  que  les cuenten es poco de creer. Es decir, que la oclocracia se juega a muchas bandas: una interna  y  muchísimas  más  externas.  Y  son  esas  circunstancias  externas  las  que condicionarán su establecimiento y perdurabilidad, mucho me temo. Y da igual lo que nos cuenten nuestros políticos.    En fin, ya veremos en qué acaba todo. Aunque una cosa es cierta: lo peor que se puede hacer en un caso así – lo peor – es estarse quieto, siendo presidente del gobierno y líder político. Pero el sillón gusta mucho…  


Francisco Hervás Maldonado. Coronel Médico en la Reserva.