viernes, 19 de febrero de 2016

ESCOLIOS A UN TEXTO IMPLÍCITO


ESCOLIOS A UN TEXTO IMPLÍCITO


Nicolás Gómez Dávila







http://cofreculturalcastellano.blogspot.com.es/2010/02/escolios-un-texto-implicito-nicolas.html




Quienes atraídos por su figura cercana a los dos metros, bigote, tabaco y bastón lo veían caminar pausadamente por el centro de Bogotá, se sorprendían tanto por la familiaridad con que lo saludaban lustrabotas y vendedores de lotería, –“ahí va don Nicolás”–, como por la calma con que miraba las vitrinas en su recorrido del medio día camino del Jockey Club. Esto ocurría cuando salía de su casa una o dos veces por semana para asistir a una junta bancaria o visitar su almacén de telas de la calle doce.

Otra cosa muy distinta era verlo en su biblioteca, leyendo, tomando notas o conversando con algunos pocos visitantes, con quienes comentaba todo lo susceptible de afectar la condición humana desde las innumerables perspectivas de la historia. Escuchando a “Colacho”, quienes fuimos sus contertulios, aprendimos mucho, muchísimo. No sólo por el contenido sino por el lenguaje en que hacía sus comentarios, despertaba capacidades adormiladas en sus interlocutores. Todo bajo el supuesto de que las ideas aparecen, no tanto como consecuencia de un trámite lógico, sino de un acto creativo de la mente, mediante un proceso de comprensión debidamente estimulado por un lenguaje adecuado.

Fundamental punto de partida para la lucidez de las ideas de Nicolás Gómez Dávila es el contexto religioso y, mayormente, la creencia y absoluta confianza en Dios. En “Colacho” la tesis de la primacía del factor racial y geográfico en la capacidad de concebir las cosmovisiones de mayor proximidad a la verdad última, acentuaba su desdeño por el célebre “espíritu geométrico”, a menos que éste fuese manipulado por una clase dirigente consciente de sus oportunidades y responsabilidades y con capacidad para entender el proceso histórico y sus diversos componentes.

Crear y mantener una conciencia crítica e informada es la misión de las llamadas “minorías ociosas” en toda civilización que merezca el respeto de la posteridad.

¿Cómo influye lo local en un pensamiento que apunta a lo universal? La cuestión es más sencilla de lo que parece. Su privilegiada posición social y económica, un bachillerato francés, una férrea disciplina y en especial el contenido de su biblioteca, lo aíslan de lo inmediato. Nicolás Gómez Dávila se sumerge en su biblioteca y desde 1949 no vuelve a salir de su encierro. ¿Es, entonces, un desadaptado? De ninguna manera. Su notable obra nada tiene que ver con el ambiente cultural ni social que lo rodea, de la misma manera que un creador matemático no requiere que su pensamiento se nutra o dependa de las experiencias relacionadas con su cotidianidad.
¿Dónde y cómo se inician sus elucubraciones? Alguna vez me respondió: –Es como si me preguntaras por qué tengo tal tipo de nariz y no otra. No sé… ni me interesa averiguarlo. Una vez surgen ciertos temas, mi mente los elabora de acuerdo con estos señores –señalaba su biblioteca– y es sobre esa materia prima que yo trabajo–.

Es la mente la que suministra sus propias experiencias y vivencias, que luego se convierten en temas de reflexión.

Nicolás Gómez Dávila enfoca la totalidad de los recursos materiales a su disposición hacia la construcción de un edificio intelectual con base en la paciencia, el trabajo y el talento. Construcción que le da sentido a su existencia y que va mucho más allá del simple “gozar la vida”. Es lo opuesto a la idea de una vida aburguesada en función del “dinero”, el “éxito” y el “aumentar el paquete”, donde no se alcanzan a proponer otros fines y donde ni la imaginación ni la cultura permiten descubrir el camino para llegar a las ideas.


(Pequeña selección)

— Burguesía es todo conjunto de individuos inconformes con lo que tienen y satisfechos de lo que son.

— Los marxistas definen económicamente a la burguesía para ocultarnos que pertenecen a ella.

— El militante comunista antes de su victoria merece el mayor respeto. Después no es más que un burgués atareado.

— El amor al pueblo es vocación de aristócrata. El demócrata no lo ama sino en período electoral.

— A medida que el estado crece el individuo disminuye.

— No logrando realizar lo que anhela, el “progreso” bautiza anhelo lo que realiza.

—La técnica no cumple los viejos sueños del hombre, sino los remeda con sorna.

—Cuando se deje de luchar por la posesión de la propiedad privada se luchará por el usufructo de la propiedad colectiva.


— La movilidad social ocasiona la lucha de clases.
El enemigo de las clases altas no es el inferior carente de toda posibilidad de ascenso, sino el que no logra ascender cuando otros ascienden.


— Cierta manera desdeñosa de hablar del pueblo denuncia al plebeyo disfrazado.

— El hombre cree que su impotencia es la medida de las cosas.

— La autenticidad del sentimiento depende de la claridad de la idea.

— El vulgo admira más lo confuso que lo complejo.

— Pensar suele reducirse a inventar razones para dudar de lo evidente.

— Negarse a admirar es la marca de la bestia.

— El que renuncia parece impotente al que es incapaz de renunciar.

— No hay substituto noble a la esperanza ausente.

— Más seguramente que la riqueza hay una pobreza maldita: —la del que no sufre de ser pobre sino de no ser rico; la del que tolera satisfecho todo infortunio compartido; la del que no anhela abolirla, sino abolir el bien que envidia.

— El hombre prefiere disculparse con la culpa ajena que con inocencia propia.

— El tiempo es menos temible porque mata que porque desenmascara.

— Las frases son piedrecillas que el escritor arroja en el alma del lector.
El diámetro de las ondas concéntricas que desplazan depende de las dimensiones del estanque.

— El genio es la capacidad de lograr sobre nuestra imaginación aterida el impacto que cualquier libro logra sobre la imaginación del niño.

— El filósofo no es vocero de su época, sino ángel cautivo en el tiempo.

— Tener razón es una razón de más para no lograr ningún éxito.

— Las perfecciones de quien amamos no son ficciones del amor. Amar es, al contrario, el privilegio de advertir una perfección invisible a otros ojos.

— Ni la religión se originó en la urgencia de asegurar la solidaridad social, ni las catedrales fueron construidas para fomentar el turismo.

— Todo es trivial si el universo no está comprometido en una aventura metafísica.

— Mientras más graves sean los problemas, mayor es el número de ineptos que la democracia llama a resolverlos.

— La legislación que protege minuciosamente la libertad estrangula las libertades.

— Más repulsivo que el futuro que los progresistas involuntariamente preparan, es el futuro con que sueñan.

— La presencia política de la muchedumbre culmina siempre en un apocalipsis infernal.

— Lucha contra la injusticia que no culmine en santidad, culmina en convulsiones sangrientas.

— La política sabia es el arte de vigorizar la sociedad y de debilitar el Estado.

— La importancia histórica de un hombre rara vez concuerda con su naturaleza íntima.
La historia está llena de bobos victoriosos.

— Espasmos de vanidad herida, o de codicia conculcada, las doctrinas democráticas inventan los males que denuncian para justificar el bien que proclaman.

— La historia sepulta, sin resolverlos, los problemas que plantea.

— El escritor procura que la sintaxis le devuelva al pensamiento la sencillez que las palabras le quitan.

— Nadie tiene capital sentimental suficiente para malgastar el entusiasmo.

— La momentánea belleza del instante es lo único que concuerda en el universo con el afán de nuestras almas.

— En la sociedad medieval la sociedad es el estado; en la sociedad burguesa estado y sociedad se enfrentan; en la sociedad comunista el estado es la sociedad.

— El azar regirá siempre la historia, porque no es posible organizar el estado de manera que no importe quien mande.

— Comenzamos eligiendo porque admiramos y terminamos admirando porque elegimos.

— Una providencia compasiva reparte a cada hombre su embrutecimiento cotidiano.

— La mayor astucia del mal es su mudanza en dios doméstico y discreto, cuya hogareña presencia reconforta.

— La vulgaridad consiste en pretender ser lo que no somos.

— La idea inteligente produce placer sensual.

— El libro no educa a quien lo lee con el fin de educarse.

— El placer es el relámpago irrisorio del contacto entre el deseo y la nostalgia.

— Para las circunstancias conmovedoras sólo sirven lugares comunes. Una canción imbécil expresa mejor un gran dolor que un noble verso.
La inteligencia es actividad de seres impasibles.

— La sabiduría no consiste en moderarse por horror al exceso, sino por amor al límite.

— No es cierto que las cosas valgan porque la vida importe. Al contrario, la vida importa porque las cosas valen.

— La verdad es la dicha de la inteligencia.

— En el auténtico humanismo se respira la presencia de una sensualidad discreta y familiar.

— Quien no vuelva la espalda al mundo actual se deshonra.

— La sociedad premia las virtudes chillonas y los vicios discretos.

— Sólo tenemos las virtudes y los defectos que no sospechamos.

— El alma crece hacia adentro.

— Para excusar sus atentados contra el mundo, el hombre resolvió que la materia es inerte.

— Sólo vive su vida el que la observa, la piensa, y la dice; a los demás su vida los vive.

— Escribir corto, para concluir antes de hastiar.

— Nuestra madurez necesita reconquistar su lucidez diariamente.

— Pensar suele ser contestación a un atropello más que a una interrogación.

— El ironista desconfía de lo que dice sin creer que lo contrario sea cierto.

— La belleza no sorprende, sino colma.

— El espíritu busca en la pintura un enriquecimiento sensual.

— La sabiduría consiste en resignarse a lo único posible sin proclamarlo lo único necesario.

— Sólo una cosa no es vana: la perfección sensual del instante.

— El héroe y el cobarde definen de igual manera el objeto que perciben de manera antagónica.

— ¿Qué importa que el historiador diga lo que los hombres hacen, mientras no sepa contar lo que sienten?

— El prestigio de la “cultura” hace comer al tonto sin hambre.

— Tan imbécil es el hombre serio como la inteligencia que no lo es.

— La historia no muestra la ineficacia de los actos sino la vanidad de los propósitos.

— El que ignora que dos adjetivos contrarios califican simultáneamente todo objeto no debe hablar de nada.

— Los argumentos con que justificamos nuestra conducta suelen ser más estúpidos que nuestra conducta misma.
Es más llevadero ver vivir a los hombres que oírlos opinar.

— El hombre no quiere sino al que lo adula, pero no respeta sino al que lo insulta.

— Llámase buena educación los hábitos provenientes del respeto al superior transformados en trato entre iguales.

— La estupidez es el ángel que expulsa al hombre de sus momentáneos paraísos.

— Despreciar o ser despreciado es la alternativa plebeya de la vida de relación.

— Basta que unas alas nos rocen para que miedos ancestrales resuciten.

— Pensar como nuestros contemporáneos es la receta de la prosperidad y de la estupidez.

— La pobreza es la única barrera al tropel de vulgaridades que relinchan en las almas.

— Educar al hombre es impedirle la “libre expresión de su personalidad”.

— Dios es la substancia de lo que amamos.

— Necesitamos que nos contradigan para afinar nuestras ideas.

— La sinceridad corrompe, a la vez, las buenas maneras y el buen gusto.

— La sabiduría se reduce a no enseñarle a Dios cómo se deben hacer las cosas.

— Algo divino aflora en el momento que precede el triunfo y en el que sigue al fracaso.

— La literatura toda es contemporánea para el lector que sabe leer.

— La prolijidad no es exceso de palabras, sino escasez de ideas.

— Tan repetidas veces han enterrado a la metafísica que hay que juzgarla inmortal.

— Un gran amor es una sensualidad bien ordenada.

— Llamamos egoísta a quien no se sacrifica a nuestro egoísmo.

— Los prejuicios de otras épocas nos son incomprensibles cuando los nuestros nos ciegan.

— Ser joven es temer que nos crean estúpidos; madurar es temer serlo.

— La humanidad cree remediar sus errores reiterándolos.

— El que menos comprende es el que se obstina en comprender más de lo que se puede comprender.

— Civilización es lo que logran salvar los viejos de la embestida de los idealistas jóvenes.

— Ni pensar prepara a vivir, ni vivir prepara a pensar.

— Lo que creemos nos une o nos separa menos que la manera de creerlo.


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