domingo, 31 de julio de 2016

Prohibido decir `rural' (José Jiménez Lozano)

DIARIO DE ÁVILA DOMINGO 27 DE NOVIEMBRE DE 2011

A LA LUZ DE UNA CANDELA ,
JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO, PREMIO CERVANTES

Prohibido decir `rural'

Naturalmente que la jovencita que lleva las puntadas y costuras de su vestido bien visibles no sabe que es derridiana, y quienes siguen di­ciendo «ellos/ellas» creen que están transformando el mundo, pero son solamente conformistas con los dic­tados del Espíritu del Tiempo, o polí­ticamente correctos, que es como obedecer a una bocina.

Los afroamericanos pobres, en efecto, no cambian sus condiciones de vida y ni siquiera adquieren el res­peto que se les debe por ser seres hu­manos, en cuanto se los deja de lla­mar negros, ni los españoles de la otra etnia experimentan semejante cam­bio en cuanto se les deja de llamar gi­tanos, ni los viejos se tornan jóvenes o de dorada madurez, porque se les diga que están en la tercera edad o que son ricos en días; precisamente de los que ya no tienen.

Y, en estas fechas mismas, resulta que hay quienes van a pedir a la Real Academia de la Lengua para que reti­re de diccionario la palabra «rural», porque tiene sentido peyorativo. Pe­ro allá cada cual, y si alguien se sien­te ofendido porque le llaman rural allá él o allá del diccionario política­mente correcto, porque pero «rural» sólo significa perteneciente al campo o en relación con él, y el adjetivo es puramente geográfico, y no implica valoración cultural, social o moral ninguna. Ni siquiera que el Maestro Fray Luis pusiera «el fino sentir» el «rus» o lo rural y rústico.
No parece que se adelante mucho disertando sobre el desprecio o ridi­culización de los estereotipos de lo rústico, como tampoco de los de lo racial o la diferenciación sexual, que es contra los que se dice que se alzan estos otros estereotipos de lo políticamente correcto, porque tanto da dar suelta a manifestaciones de pre-humanización co­mo las raciales o las de cualquier otro modo ofensivas de la persona humana, incluida la imposición de un lenguaje necio y también ofensivo, como ese de llamar jovencitos a los viejos, pongamos por ca­so.

La brutalidad del ra­cismo está en el nivel del instinto y es pre o post- racional, y, como ya nos avisó Enmanuel Lévi­nas no se vence por la racionalización, por lo tanto, sino so­lamente con el adiestramiento e una asunción de lo ético por todo nuestro ser, y es cosa de teologías visiones ético-culturales muy altas. No es asunto de jueguecitos verbales, hipócritas, imbéciles y encubridores, porque, pongamos por caso, uno de los prohombres de la modernidad li­teraria, el señor Ignatieff, recomien­da a los narradores que no cuente historias del pasado o de hombre y mujeres de ámbito rural, pero la politiquería modernísima hace sus tantos por ciento de arreglos de lo que haga falta: por ejemplo, cuarto y mitad de conceja­les rurales, como de muje­res o de «muertes dig­nas», y ya está. Ya está ¿qué?

¿Se trata de ocultar disimular las diferen­cias con palabro técnicos o giros lingüísticos imbéciles, simplemente por­que no somos capaces de sentirnos miem­bros iguales y distintos de la especie humana? Sin duda ninguna.

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