En el BOE del pasado 24 de noviembre se publicaron las candidaturas proclamadas para las próximas elecciones al Congreso y al Senado. Hay cerca de sesenta partidos y agrupaciones distintos, aunque la gran mayoría no se presenta en todas las provincias.
Me atrevo a asegurar que casi ninguna de estas formaciones ofrece soluciones verdaderas a los principales problemas de España. Desde luego, no entre los partidos que, a la luz de las encuestas, tienen asegurada la representación parlamentaria.

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Algunos de nuestros problemas como sociedad son específicos de España, otros son comunes a casi todo Occidente y a una gran parte del resto del mundo. Para afrontar estos últimos no vale importar falsas soluciones basadas en el mimetismo paleto de “los países de nuestro entorno”, y las apelaciones rituales a “más Europa”, como si todo lo que procediera de Bruselas, París o Berlín fuera dogma de fe.
Que una civilización avanzada se dedique a eliminar decenas de miles de vidas humanas indefensas es un hecho monstruoso
Aborto- El primer problema de España es el atroz número de abortos provocados, que todos los años supera los cien mil. Por supuesto, mucha gente no lo percibe como la cuestión más grave, y ni siquiera como un problema en absoluto. Sin embargo, que una civilización avanzada se dedique a eliminar decenas de miles de vidas humanas indefensas es un hecho monstruoso, un síntoma imposible de enmascarar de nuestra descomposición moral.
La causa esencial del abortismo es la pérdida del sentido sagrado de la existencia, el único principio que permite justificar el respeto absoluto a la vida humana, por encima de cualquier tipo de intereses y de pretextos.

Más muertes que nacimientos

Natalidad- El segundo gran problema de nuestra nación, estrechamente relacionado con el anterior, aunque no se derive exclusivamente de él, es la bajísima natalidad, inferior ya a la mortalidad, e incapaz por tanto de garantizar la supervivencia de la población a largo plazo, por no hablar del cuidado de las personas mayores, sea cual sea el sistema de pensiones y de asistencia.
La causa última de la baja natalidad es la desconexión técnica e ideológica de la sexualidad y la familia procreadora. Mientras este hecho siga siendo percibido como un progreso irrenunciable, ninguna medida parcial, como incentivos económicos o ayudas a la conciliación laboral, servirá por sí sola para detener el invierno demográfico.
Amenaza Islámica- El tercer problema es la amenaza islámica. La ideología islamista no es más que la edición moderna del empeño original de los musulmanes de dominar a todos los que no comparten su credo. Que la mayoría de ellos conviva pacíficamente en nuestra sociedad, trabajando en sus locutorios o tiendas de alimentación, o matando el tiempo tomando té en los bares, sólo demuestra que no están locos, ni son tontos en absoluto. Saben hasta dónde llega su fuerza presente y tienen paciencia.
Una civilización no se puede sostener sólo sobre la idea de la libertad y la tolerancia
Sin embargo, el islam por sí solo no sería un problema. Sólo adquiere esta categoría cuando los europeos y occidentales en general nos mostramos débiles. Y nuestra mayor debilidad procede de la poca firmeza y la inconsistencia de nuestras convicciones.
Una civilización no se puede sostener sólo sobre la idea de la libertad y la tolerancia. Estos principios, que nos distinguen de las otras culturas, sean estas más o menos permeables a ellos, no surgen de la nada: proceden del mundo grecorromano y del judeocristianismo. Y cuando lo olvidamos caemos en un insípido materialismo hedonista, apenas edulcorado por un humanitarismo sentimental e inane, que nos hace fácil presa de supersticiones orientales y de yihadistas.
Separatismo- Nuestro cuarto problema es el separatismo. Aunque en este momento la cuestión se focaliza en Cataluña, debido a la deriva inconstitucional del gobierno de esta comunidad autónoma, el problema se extiende, en mayor o menor grado, al País Vasco, Navarra, Galicia, Baleares y Canarias. En todas estas regiones hay grupos influyentes que conspiran abiertamente, muchas veces con la complicidad más o menos tácita de administraciones locales y regionales, por destruir la unidad nacional.
La aparente fuerza de esos españoles que odian a España procede también de la escasa firmeza de nuestras convicciones, en este caso nacionales; de la interiorización de la leyenda negra y de la mitología antifranquista, que nos hace avergonzarnos de nuestro pasado, tergiversarlo y por último simplemente ignorarlo. Sólo esto explica el éxito de los ridículos nacionalismos periféricos, basados en leyendas románticas y en puros embustes.
Paro- En quinto y último lugar, lo que no significa restarle gravedad, tenemos el problema del desempleo estructural. Aunque pueda parecer que se trata de una cuestión meramente económica, una vez más nos hallamos ante un problema de valores. La ideología de los derechos sociales (exacerbada en España por las especiales circunstancias de nuestra transición democrática) ha conducido a oscurecer algo tan elemental como es la necesidad del esfuerzo para ganarse la vida. Ha instaurado la peregrina idea de que todo adulto sano y capacitado tiene derecho a un nivel suficiente de ingresos, independientemente de que su trabajo sea productivo, o incluso de que siquiera trabaje, lo cual es sencillamente imposible, por no decir inmoral.
Una legislación basada en semejante perversión del sentido común, lógicamente no favorecerá la creación de empresas, ni algo que se olvida a menudo, que nuestras empresas sean de mayor tamaño (en lo que sí deberíamos aprender de otros países), sino que se limitará a sobreproteger el empleo existente, lo cual lo convierte en menos productivo, agravando el problema que pretende solucionar.

Corrupción

Algunos echarán de menos que no haya hablado de la corrupción, la precariedad laboral, la pobreza, los desahucios, etc. Pero estos problemas son derivados. La corrupción, aunque siempre existirá porque se origina en la debilidad intrínseca del hombre, alcanza sus proporciones más escandalosas cuando la preocupación fundamental de la población es que le aseguren sus derechos sociales, y sólo se inquieta ante las grandes sumas de dinero que manejan los políticos, o las deficiencias del Estado de derecho, cuando percibe que no le llega “lo suyo”.
La precariedad laboral sólo es un verdadero problema si la alternativa más probable a un empleo es el paro, y no un empleo en otra empresa
La precariedad laboral sólo es un verdadero problema si la alternativa más probable a un empleo es el paro, y no un empleo en otra empresa. También la pobreza y la insolvencia están evidentemente ligadas a la escasez de trabajo productivo.
He dicho al principio que casi ningún partido ofrece verdaderas soluciones a los auténticos problemas, suponiendo que siquiera los identifique. Y no lo hacen porque casi todos asumen el pensamiento progresista, con mayor o menor radicalidad. Ese progresismo que pretende romper con el cristianismo, que se avergüenza de España, que entroniza la libertad sexual por encima del derecho a la vida, y consagra los derechos sociales a costa de los derechos individuales.
El progresismo es el auténtico y fundamental problema de España, y de todo Occidente. Pero no hay ningún partido parlamentario que lo reconozca, ni posiblemente lo habrá en las Cortes que surjan del 20 de diciembre, salvo que se produzca un pequeño milagro de Navidad.

Barcelona, 1967. Escritor vocacional y agente comercial de profesión. Autor de Contra la izquierda (Unión Editorial, 2012) y de numerosos artículos en medios digitales. Participó durante varios años en las tertulias políticas de las tardes de COPE Tarragona. Es creador de los blogs Archipiélago Duda y Cero en progresismo, ambos agregados a Red Liberal.