jueves, 19 de febrero de 2015

Los amos del PSOE (Arca de la Alianza Cultural S.A.)



                                              LOS AMOS DEL PSOE

El libro  aquí presentado “Los amos del PSOE” fue retirado de las librerías a los pocos días de su presentación en los tiempos de Felipe González, aunque algunos ejemplares se pudieron poner en circulación, de uno de los cuales e ha podido realizar el  escaneo.
Trata con todo detalle de un asunto tan poco ventilado como son los poderes   mundialistas que no solo son los amos del Psoe de la época felipista sino, con más o menos intensidad, de todos los partidos gubernamentales que en el mundo hay. Las personas aquí relacionadas han sido sustituidas por otras, pero el poder mundialista permanece probablemente corregido y aumentado.
En una época de elecciones abundantes como la actual conviene saber o al menos sospechar con vehemencia – como se decía en el lenguaje inquisitorial - quien está verdaderamente detrás de los partidos que aspiran a gobernar, es decir quienes los verdaderos amos, los que no se eligen en forma alguna.
Naturalmente estos asuntos no salen en los periódicos y los medios.

Primer parte




Segunda parte







Libertad y principio de subsidiariedad (Juan Vallet de Goytisolo)


JUAN VALLET DE GOYTISOLO

JUAN VALLET DE GOYTISOLO

 

LIBERTAD Y PRINCIPIO DE SUBSIDIARIEDAD

 

5 La participación como libertad política

 

Por eso, la multiplicidad se diluye en una nueva entidad co­lectiva cuando se pretende que el conjunto de elementos múlti­ples gobiernen la totalidad de un modo general, como ocurre cuan­do la participación se concreta en la emisión del voto, ya sea co­legiadamente en una asamblea, para formar la denominada "vo­luntad colectiva", o bien para designar uno o varios representan­tes comunes en la entidad colectiva que, en lugar de armonizar y subsidiar la multiplicidad representativa, la colectivice.

La verdadera participación, como armonía de lo múltiple con lo uno, requiere diversidad de competencias en la unidad superior y de cada elemento en la pluralidad. Esa diversidad de competen­cias la determina, dinámicamente y de un modo natural, el prin­cipio de subsidiariedad, a partir de los elementos más simples hasta los de cada cuerpo integrado, por orden de complejidad y extensión, y en la medida de lo que no puedan realizar los más simples y elementales, por ese mismo orden.

Tal como mostramos la primera vez que nos ocupamos de este tema (49), son fórmulas falsas de interpretación:

— La llamada descentralización, efectuada por una desconcen­tración, en virtud de la cual la unidad multiplica sus tentáculos hasta la periferia.

— Y la creación de un órgano colectivo que absorba la reso­lución de los problemas de todos y cada uno de los componentes de la pluralidad allí representada. Esa pluralidad se esfuma en la uni­dad colegial, tanto más cuanto más subsumida resulte aquélla en ésta y mayor competencia absorba y se atribuya el órgano colectivo en detrimento de las decisiones y actividad peculiares de los cuer­pos o individuos integrantes de la pluralidad.

Ahora bien, precisamente la sociabilidad humana no se des­arrolla en un solo grado, en una única comunidad política totali­zante, sino en distintos órdenes y graduaciones de comunidades

(49) La participación como interacción entre lo múltiple con lo uno, en «Algo sobre temas de hoy», Madrid, Speiro, 1972, págs. 217 y sigs.

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humanas. Por eso, el Estado no es una comunidad de individuo.' sino una sociedad de sociedades; y, a través de ellas, la sociabilidad humana se desarrolla de un modo natural y escalonadamente, sin que las formas más elevadas deban absorber a las inferiores, sino complementarlas para el logro de los fines que éstas no alcan­cen (50).

La libertad civil y la libertad política quedan vulneradas en cuanto se produce esa absorción, y los hombres se ven mediatiza­dos en su libertad de asumir sus responsabilidades personales, fa­miliares, profesionales, locales, etc., dentro de su propia esfera, con los demás componentes de la comunidad concreta a la que estén afectos, mientras un bien común superior no requiera la asunción del problema a un nivel social más -extenso o superior.

No debe olvidarse que la macroeconomía, la macropolítica, macrocultura, dependen de la microeconomía, la micropolítica, la microcultura (en términos del ámbito cuantitativo o extensivo res­pectivo) y aquéllas no pueden absorber éstas sin sufrir las conse­cuencias de la asfixia que de hacerlo provocarían.

Las libertades económica, política y cultural se hallan, con eso, en juego.

Así, la misma naturaleza fundamenta el principio de subsidia­riedad. Tanto que Hugo Tagle (51) no ha vacilado en escribir es­tas afirmaciones: "La ignorancia y consiguiente no aplicación del principio de subsidiariedad y en menor medida su imperfecta apli­cación, son sinónimos de modo proporcional al aplastamiento del hombre y de la sociedad por parte de la autoridad, sea ésta el pa dre de familia o la autoridad civil. Si lo anterior acontece y en la medida en que acontezca, significa que una tal sociedad esta regida por la fuerza física impuesta a los hombres como norma ordinaria de gobierno antes que por normas de razón, pues .1 violencia es la única fuerza que puede, aunque no indefinidamente,

50  Cfr. Santo Tomás de Aquino: De regimine principum, lib, I, ca­pítulo I, y Comentarios a la Política de Aristóteles, proemio 6, 4.2; y los co‑

mentarios del P. Teófilo Urdanoz, o. p., loe. Cit., pág. 778.

 51 Hugo Tagle, loc. Cit., ágs.. 145 y sigs. 129

aplastar a la razón que brota con potencia irresistible de la natu­raleza humana para gobernar a los hombres y a los pueblos, la que reclama libertad para actuar y lograr su plenitud.”

Por eso, ha podido decir ajustadamente el P. Martín Bruga­rola (52), que la subsidiariedad es un principio fundado en la jus­ticia; pues es injusto que el Estado haga lo que cumplidamente pueda hacer una entidad inferior, siendo así que cada una de éstas tiene su propia competencia y responsabilidad conforme a su naturaleza.

6. La masificación, destructora de la participación

 Son incontables las múltiples mentes que forjan el orden vital. Destruir esa participación y violar así el principio de sub­sidiariedad, implicaría la muerte de la libertad de pensar, base del uso de todas las demás libertades, que asumirían unas pocas men­tes, que con “cultura de confección” mal alimentarían a una masa maleable y manipulable.

Así se realiza el fenómeno que se ha denominado “masificación dirigida” (53).

En los países democráticos, los planes estatales de enseñanza tienden a formar ciudadanos abiertos a todas las ideas, pero caren­tes de rigor para juzgar con profundidad los grandes problemas, y les deja en una vaciedad que facilita su adhesión a los slogans su­perficiales, a las convicciones sumarias y a las declaraciones estre­pitosas y utópicas. Con esa base, receptiva e informe, los medios masivos de información acumulan tal volumen de noticias de modo que al lector, sin tiempo ni posibilidades de analizarlas rigurosa­mente, le resulten decisivas las más repetidas; explotan los hechos que juzgan aprovechables mediante los comentarios añadidos (54), y las imágenes, en especial las difundidas por los medios audiovisuales

52 Martín Brugarola: Entidades intermedias y representación política, Madrid, «Inst. Est. Sindicales, Sociales y Operativos», 1970, pág. 67.

53 Georgi Schischkoff: La masificación dirigida, Madrid, Ed. Nacio­nal, 1968, ágs.. 205 y sigs.

(54) Cfr. Gustave Tribon: «La información contra la cultura», en Verbo, 43, marzo de 1966, ágs.. 176 y sigs.

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i.ncitan a opinar más por sensibilidad que por razonamiento (55).

 En los Estados totalitarios no se trata de formar seres abiertos a todas las ideas sino monocordes, pero los mass media juegan con iguales técnicas aunque con mayor facilidad por no serles apenas necesario ahogar otras voces, pues éstas no tienen acceso alguno a los medios de difusión que no sean clandestinos. De un modo u otro, sea en las democracias occidentales o en los Estados totalitarios, para formar las denominadas “conciencia colectiva” u “opinión co­lectiva”, existen técnicos expertos en configurarlas mediante luga­res comunes (56) o lenguaje funcional (57), repetidos machaconamente, incluso con una música adecuada, facilona y pegadiza, o en imágenes que impresionen, hábilmente escogidas con el fin de darles el sentido deseado para captar y dirigir la emoción y, con ello, condicionar la convicción. Así, como ya se ha dicho (58) “se ven­derá centro o socialismo, como se vende Coca-cola o Jabón La­garto”.

Este hecho no se le escapó a un liberal indiscutido como Salva­dor de Madariaga (59) y, por ello trató de dejar bien diferenciados como conceptos distintos los de democracia estadística —o “gobier­no por la suma aritmética de los habitantes de la nación o de su mayoría”, “resultante de la composición mecánica de las fuerzas individuales o de grupo que actúan en cada momento”— y de de­mocracia orgánica —integrada “desde el punto de vista de la unidad superior, como sería de esperar de seres razonables”—. De la pri­mera, dice que parte del indicado postulado “que, aun absurdo, es

55 Cfr. Hugues Kéraly: «Influjo en el hombre de los medios masivos de comunicación social», en Verbo, 145-146, mayo-junio-julio de 1976, pá­ginas 746 y sigs., o, en La sociedad a la deriva, ágs.. 64 y sigs.

56  Cfr. Jacques Ellul: L'illusion politique, París, Payot, 1965, capí­tulo VIII, § II, págs. 233 y sigs.

57  Cfr. Herbert Marcuse : L’homme unidimensionel, París, Les ed. du Munuit, 1968, cap. 6, págs. 171 y sigs.

58 Cfr. Rafael Gambra: El «reflejo condicionado» nacional, en «Roca viva», 153, septiembre de 1980, pág. 387.

(59) Salvador de Madariaga: Anarquía o Jerarquía, Madrid, Aguilar, 1934; cfr. 3.5 ed., 1972, ágs.. 109 y sigs.

La base del funcionamiento y del pensamiento de nuestras democra­cias”, y “basta para explicar la crisis porque atraviesan”. Señala que, “por ejemplo, el plebiscito que encontramos en el origen de casi todas las dictaduras, como una especie de bautismo popular, no es más que la reducción al absurdo del sufragio universal”, “una caricatura de la democracia. Descansa sobre la masa y no sobre la nación organizada”. Y, más adelante (60), reconoce que, “en todas las democracias, las elecciones llamadas por sufragio directo, salvo excepciones sin importancia, son siempre elecciones de segundo grado; el primer grado lo constituye la elección secreta de los par­tidos, y el segundo, la elección pública de los diputados por los electores. Pero, los electores no eligen a quien quieren, sino a quien pueden, y su elección tiene que limitarse al reducido margen de se­lección que da la lista de los candidatos”, siendo así que “el pri­mer grado de la elección se hace por gente parcial e irresponsa­ble”. “Todos sabemos a qué descrédito ha llevado este sistema a los Parlamentos. En lugar de estas prácticas espúreas e insinceras —pro­pone—, el Estado moderno limitará la función del elector al área de su observación directa, es decir, al distrito municipal.” Así: “Los concejales formarían el cuerpo electoral para la diputación regional, y los diputados regionales eligirían el Parlamento, que, a su vez, elegiría el Gobierno.”

Lo cierto es que, tanto con dictaduras como con democracias de sufragio directo ocurre que la libertad política y la libertad ci­vil, y con ellas, la misma libertad de pensar, han ido mutilándose a medida que han ido siendo asumidas por el Estado aquellas fun­ciones y atribuciones que orgánicamente competen a la pluralidad de comunidades y asociaciones humanas.

Por aparente paradoja, ese aniquilamiento de las libertades, in­cluida la de pensar libremente, dimana, en el fondo, como fruto amargo, del desarrollo del pensamiento humano liberado de toda dependencia de la revelación divina y del orden de la naturaleza, ínsito por el Creador en su obra creadora, y, en máximo grado, como consecuencia de que la propia mente humana, así liberada,

(60) Ibid., ágs.. 149 y sigs.

Asume la función de construir un mundo mejor a través de la acción política.

El giro copernicano de Kant implicó que no fueran nuestras ideas las que se adecuaran a las cosas, sino éstas a aquéllas; paso tras el cual Fichte puso en escena al Ego, voluntad que crea el mundo del sentido y el entendimiento como sustitutivo de una realidad, que estima de otro modo ininteligible, que remodela la Una-Eterna­Voluntad Infinita, constituida por el producto, de las voluntades individuales, creando el mundo en nuestras mentes y por nuestras mentes; y Hegel transfiguró en la actualización progresiva de la Idea en la Historia universal con el triunfo de la Razón, asumida por el Estado (61). De tal modo que Marx pudo cursar el mensaje de que ya no se trata de conocer el mundo sino de cambiarlo, y de ofrecer, a ese fin, las leyes de la dialéctica del materialismo his­tórico y el método revolucionario para exacerbar y explotar todas las contradicciones, de las que Lenin perfeccionaría su fuerza des­tructiva (62).

Para esa recreación del mundo por el hombre, se requiere una operatividad que el Estado asume, empleando las técnicas de do­minación que los avances de las ciencias experimentales le ofrecen.

Los resultados a que conduce ese camino son el totalitarismo estatal y la masificación, que resultan inevitables (63):

61 Cfr. Michel Federico Sciacca: Estudios sobre filosofía moderna,

IV parte, III, cfr. Vers. Española, Barcelona, Ed. L. Miracle, 1966, pági‑

nas 350 y sigs.

62 Cfr. Jean Madiran : La practique de la dialectique, en «La vieilles­se du monde. Essai sur le communisme», cfr. Ed. Jarzé, Dominique Mar­tín Morin, 1975, págs. 82 y sigs.

(63) Cfr. La segunda edición en castellano de nuestro libro Ideología, praxis y mito de la tecnocracia, Madrid, Ed. Montecorvo, 1975, y nuestra citada comunicación Técnica y desarrollo político, 111, loc. Cit., ágs.. 125 y sigs.

 

10. El principio de subsidiariedad, la libertad civil del individuo y la familia, y las libertades municipales, regionales, gremiales y de las asociaciones voluntarias.

 

Es precisa una actuación positiva a fin de promover y mantener la existencia de las condiciones necesarias para la realización de dichas competencias e iniciativas, de una parte, y, de otra, para suplirlas en aquello que no resultare asequible a los individuos ni a las en­tidades menores, o que, aun siéndoles asequibles, no lo realizaren.

Así debe ocurrir, v. gr., con la libertad de enseñanza, en contra de las premisas roussoniarsas que trataron de sustituir la familia por otras instituciones, tales como la escuela pública. “Dada la impor­tancia que la tradición democrática roussouniana y populista con­cede al igualitarismo –explica Robert Nisbet (133)—, su animad­versión respecto a la familia ha sido la que cabría esperar”; y, por eso, Rousseau “consideró al Estado el único medio de liberar a los niños de los prejuicios de los padres”. Pero, los resultados —véa­se el informe Coleman, como advierte Nisbet— confirman lo que el principio de subsidiariedad reclama.

En materia sindical, el principio de subsidiariedad delimita las funciones de los sindicatos, que no deben invadir —con, ni sin. Jerarquías paralelas— las de la empresa, donde producen un corto­circuito en las relaciones entre los trabajadores y los directivos de ésta (134).

También reclama una separación de los gremios por profesiones y por oficios, como han señalado Ousset y Greuzet (135) ; y no una sola formación masiva. De ese modo, sólo dentro de cada gre­mio debe moverse la sindicación, voluntaria (136) y ajena a toda ideología o intereses políticos. Los sindicatos de masa, no sólo teó­ricamente violan el principio de subsidiariedad, sino que de hecho lo conculcan constantemente; pues, al transformarse en grupos de

133 R. Nisbet, op. cit., II, Rev. Oc., 22-23, pág. 38.

134  Así nos lo mostró Patric Jobbe Duval en su foro Autoridad en la empresa, en la XV Reunión de amigos de la Ciudad Católica (Maja­dahonda, 30 de octubre de 1976); cfr., en la misma crónica de dicha reunión, en Verbo, 150, diciembre de 1976, págs. 1.319 y sigs.

 135 Jean Ousset y Michel Creuzet: Estructuras económicas y sindi­cales: El trabajo, Madrid, Speiro, 1964, II y III partes, ágs.. 79 y sigs.

 136  Cfr. Código social de Malinas, núm. 121, que recuerda la fór­mula «el sindicato libre en la profesión organizada», y afirma que importa «no confundir la autoridad profesional y los sindicatos», cfr. la op. cit, de García Escudero, pág. 132.

 

presión, violan las libertades de las empresas, incluidas las de sus trabajadores —coaccionados, ya sea veladamente, por los dirigentes sindicales, o bien abiertamente, por piquetes de huelga, mal que pasen por informativos—; invaden funciones económicas que no les competen y atentan a las libertades ciudadanas, al actuar como tales grupos de presión, no sólo ante el Estado sino también frente a las corporaciones económicas con su consecuente repercusión en todos los consumidores.

La aplicación del principio de subsidiariedad reviste hoy espe­cial importancia no sólo en las llamadas asociaciones voluntarias, constituidas para realizar los más diversos fines, y en los propios co­legios profesionales y otras entidades, especialmente las culturales, sino, incluso, en los propios municipios, por un nuevo motivo es­pecífico. Este es debido a la táctica del eurocomunismo, inspirada en los escritos de Gramsci dirigida a la conquista de la sociedad civil y de sus instituciones. Pero, no con el fin de crear la armonía social, sino para impulsar, desde ellas, la dialéctica destructora de la sociedad actual y realizar una revolución de los espíritus (137), con una finalidad liberadora y homogeizante, que conduce al to­talitarismo, como hemos visto antes (138).

Ahí, el principio de subsidiariedad sirve también para señalar las funciones que competen, y cuáles no, a los organismos sociales y a las asociaciones voluntarias, e, incluso, ayuda para determinar qué asociaciones son ilegítimas, dados sus fines o por su actua­ción fuera de éstos.

Muy especialmente, el principio de subsidiariedad delimita, na­turalmente, las funciones de Estado en materia económica, de se­guridad social, laboral y fiscal, que circunscribe, conforme la pauta del bien común. Pauta que requiere de la prudencia, es decir, visión sagaz y de amplia perspectiva en el espacio y profundidad en el tiempo, proyectándola, a largo término, para prever las consecuen­cias de lo que, si en un momento dado podría aparecer como

137 Cfr. nuestro foro general «La praxis de la armonía», 6 y 7, en Verbo, 173-174, marzo-abril de 1979, págs. 408 y sigs.

138 Cfr., supra, el texto correspondiente a la nota 8.

 

Momentáneamente beneficioso, a la larga originaría peores males o privaría de mayores bienes. Para ello, no sólo hay que valorar lo cuantitativo, sino, especialmente, observar y estimar lo cuantitativo, para medir sus consecuencias apenas perceptibles hoy, pero que ma­ñana pueden ser inmensas.

En fin, el principio de subsidiariedad debe mostrar lo que con el esfuerzo personal o asociado, a través de los cuerpos intermedios, sean cuerpos sociales básicos o asociaciones voluntarias, debemos realizar personalmente o en común o asociadamente, en lugar de pedírselo todo al Estado, que —repetimos una vez más— nada puede dar a la sociedad si previamente no se lo ha detraído; ya que cuanto más le pedimos más promovemos e impulsamos su om­nipotencia. Y pidiéndoselo todo nos sometemos a soportar su tota­litarismo.

11. Tareas posibles para el retorno a un orden adecuado a la naturaleza articulado por el principio de subsidiariedad

El profesor Giovanni Drago (139), al concluir su gene­rosa recensión de nuestro librito Más sobre temas de hoy, concluía que en todas nuestras publicaciones se renueva el tema socrático, perpetuamente evidenciado “no se sortea ni un arquitecto ni a un tocador de flauta”; pero, advierte, que “en la Atenas del quinto siglo, se sorteaban los cargos públicos”. Después de unas certeras observaciones acerca de la dificultad de una elección cualitativa e incluso cuantitativa que a la vez sea ética política y técnica, ob­serva “como una indicación”, que la ciudad medieval escogía un podestá de otro municipio, y para el acceso a las funciones pú­blicas exigía la adscripción a una corporación, y “de ese modo el elegido debía ser un experto”. Y. al concluir, nos hace la suge­rencia de que sería útil proyectásemos, en ese sentido, “una aper­tura válida”. Creo que, en los epígrafes 13 y 14 de mi reciente es­tudio Diversas perspectivas de las opciones a favor de los cuerpos intermedios (139 bis), así como en el epígrafe anterior de éste, he intentado, aunque sea en líneas muy generales, encontrar y for­mular una propuesta de “apertura válida”, a juicio nuestro.

(139) Giovanni Drago, resención bibliográfica de Más sobre temas de hoy, en «Filosofía Oggi», ario III, núm. 2, abril-junio de 1980, ágs.. 283 y sigs.

(139 bis) Cfr. En Verbo, 193-194, ágs.. 346 y sigs.

Ahora bien, queda en pie otra pregunta: ¿Qué podemos hacer para que se convierta en realidad esa propuesta u otras semejan­tes? ¿Cómo podemos lograr algo quienes pensamos así? ¿Tenemos en frente todos los regímenes del mundo, y no contamos con cola­boración alguna de los mass media, dominados por las corrientes actuales?

Trataremos de responder y de señalar qué posibilidades adverti­mos por muy modestas que resulten.

1a Podemos luchar para suscitar y formar una opinión que, poco a poco, vaya adquiriendo peso, hasta llegar a ser decisiva, si es posible. Es preciso, pues, una acción doctrinal, formativa, comen­zando por las élites sociales en todos los niveles de la actividad humana, en especial con los que la desarrollen más estrechamente entrelazados con la naturaleza de las cosas.

El triunfo de las ideas que impulsó la Revolución francesa y consolidó Napoleón, ¿acaso no parecería un sueño cuando, cerca de dos siglos antes, los filósofos comenzaron a sembrarlas? ¿Cuánto tiempo transcurrió desde los primeros socialistas utópicos, e incluso desde que Marx y Engels pretendieron formular un socialismo cien­tífico, hasta la implantación del socialismo soviético? Y, sin em­bargo las especies de libertad, de igualdad y de fraternidad que unos y otros prometían eran utópicas; como el tiempo va demos­trando implacablemente. Nosotros, en cambio, proponemos restau­rar la sociedad del modo más conforme posible al orden de la na­turaleza, obra en la que que Dios invistió a los hombres del papel de causas segundas, pero no de demiurgos. No olvidemos que, bá­sicamente, como en Vimbodí nos recordaba Elías de Tejada, en una de nuestras reuniones (140), “familia y municipio son más fuertes que todas las revoluciones posibles, pues sin ellas el hombre nunca sería aquello que es”.

Tal vez, los vientos actuales no tarden demasiado en cambiar de signo y en soplar a favor. Es estrepitoso el fracaso de las secuencias

(140) F. Elías de Tejada: «La familia y el municipio como bases de la organización política», en Verbo, 91-92, enero-febrero de 1971, pág. 41, o, en El municipio en la organización de la sociedad, Madrid, Speiro, 1979, pá­gina 41.

                                                                                                                              

 Liberales y marxistas, capitalistas y socialistas, en todos sus ensayos, que amenazan conducirnos a una catástrofe cósmica. El inmanentismo de la mente humana nos está llevando de la confusión babilónica, al caos, a velocidad progresivamente creciente. Nosotros proponemos la vuelta a un orden trascendente, natural y divino, aban­donando las utopías de paraísos terrenales que concluyen en archi­piélagos de Gulag o en “mundos felices”, al estilo del mostrado por Aldous Huxley.

Es posible que la rebeldía que hoy palpita por doquier, aquen­de y allende del telón de acero, no sea sino una muestra de ese desencanto, de ese desengaño, que hoy en el mundo occidental se refleja de momento en el nihilismo, al que han conducido los fra­casos sufridos al construir esos mundos prometidos en las tres re­voluciones que han sacudido la tierra y aún la sacuden (141). Puede ser momento de hacer abrir los ojos a muchos…

2.ª Todos formamos parte de cuerpos sociales básicos y de asociaciones voluntarias. Efectuemos en ellos una labor constante para mantenerlos, para fortalecerlos, para facilitar la realización die sus fines e impedir que se aparten de ellos. En nuestros colegios profesionales acentuemos su carácter profesional y corporativo; no permitamos que los penetre la política para utilizarlos. Tratemos en todos, y en las asociaciones voluntarias donde nos integremos, de recordar su razón de ser, su fundamento su engarce en el orden general. Procuremos mostrar la importancia de sus fines y la con­veniencia de su autonomía, la precisión de no utilizarlos ideológi­camente; insistamos sin cesar, en el apremio de no perder el sentido de la realidad, de las verdaderas necesidades, de las soluciones que no hipotequen el futuro ni la libertad.

3ª Pero podemos y debemos hacer más (142). Nuestros ami­gos franceses del Office nos han dado ejemplo con sus actividades

141 Cfr. Nuestra respuesta Del racionalismo inmanente al voluntaris­mo utópico y de su fracaso, al nihilismo, en «Filosofía Oggi», alío III, nú­mero 4, octubre-diciembre de 1980, ágs.. 227 y sigs.

142  Cfr. «Qué somos y cuál es nuestra tarea», en Verbo, 151-152, enero-febrero de 1977, ágs.. 44 y sigs., o, en el opúsculo separado, Madrid, Speiro, 1977, ágs.. 44 y sigs.

 De acción familiar, empresarial, sindical, municipal, En sta obra de promoción, incansablemente propugnada por Jean 011.,,, (143), auxiliar, de asistencia, de información, de concertación, de coordina­ción, al servicio de los notables de la vida social. Para, en el ni­vel más en contacto de la realidad, volver a restaurar las colec­tividades locales, las funciones profesionales, mostrando, a la vez, su razón de ser y los resultados que pueden obtenerse en e,e nivel. Hay que organizar redes de sostén, de protección, de información y de orientación en todas las escalas de la sociedad, tal con,„ insistía Michel de Penfentenyo (144) en el Congreso de Lausanne ,le 1976.

4ª En los regímenes democráticos puede desarrollarse una labor de fortalecimiento y concientización de los cuerpos .aciales, para anudar relaciones sociales a fin de contrarrestar el atomismo a que conduce la mentalidad rousseauniana; promover y activar asociaciones voluntarias: en materia educativa, para defensa ,1e la fa- milia, de la vida, etc.

Y, en todo caso, hay que tratar de hacer oír la voz de los cuer­pos intermedios, para imponer su respeto y defender su autono­mía, ya sea directamente o, al menos a través de la trama  de los partidos políticos. E, incluso, como había propugnado nuestro ami­go José María Gil Moreno de Mora (145), que Dios se nos llevó, se puede intentar la organización de partidos no ideológicos sino defensores de realidades concretas y con entramado orgánico, tal como él había planeado para una Confederación Rural Española con grandes posibilidades desde un principio, en develo’’, muni­cipales en las circunscripciones rurales. Es un camino por explotar, y ampliable en otras direcciones y campos, con partidos para finalidades

143 Jean Ousset: Exigencias de nuestra esperanza, tormo,, ,,,ón en la clausura del XI Congreso del «Office International»; dr, en i’nlo 147, agosto-septiembre de 1976, ágs.. 859 y sigs., o, en 1.r ropvmmi.• Mítica, Madrid, Speiro, 1977, ágs.. 739 y sigs.

144 Michel de Penfentenyo: «Objetivos del «Offie•P., di rn Verbo, 150, diciembre de 1976, págs. 1.383 y sigs., o en In oip•r... i iisJc5, pá-
ginas 5 y sigs.

(145) José María Gil Moreno de Mora: «Para un calet nuno del cam- po», en Salvar el campo, salvar la patria; cfr. en Verbo, 178, %Ti lembre- octubre de 1979, págs. 962 y sigs.

 

concretas, aunque sean ocasionales. Con ello podría utili­zarse la propaganda y pactar  si no es posible otra cosa—, pero siempre con la vista puesta a la mejor organización social, al re­fuerzo de vínculos naturales, anudando relaciones, y para procurar que las decisiones se tomen al nivel de la realidad y no de las ideo­logías.

5.ª Finalmente, en donde gobiernen regímenes dictatoriales, se debe intentar la creación de igual ambiente, tratando de llevar a la convicción de que es preciso romper el ritmo pendular dictadura- demagogia; mostrar que la salida de aquélla no puede ser la vuelta a la democracia que provocó el golpe dictatorial, sino la apertura a la organización social, a un sistema orgánico de libertad civil y participación política verdaderas.

Gambra (146) recordó en 1953 —cuando aún era tiempo y la ocasión no se había perdido—, que no debía tenerse miedo a la liber­tad en esa empresa restauradora de devolver a la sociedad su pro­pia espontaneidad asociativa. Y advirtió que esa restauración no había de ser obra del Estado, sino que éste solamente debía crear las necesarias condiciones de vida para que la sociedad misma vol­viera a realizar sus fines naturales y readquiriera el dinamismo pro­pio que cristalizara en instituciones adecuadas y eficaces.

Lo vengo repitiendo hace años (147). Frente a una organización mecanizada, articulada rígidamente desde arriba, tecnocráticamente: hay que reconstruir una sociedad orgánica, biológicamente desde sus raíces.

Pero, para ello, es preciso, ante todo, el fervor. Fervor del que sólo puede dotarnos la fe, la esperanza y la caridad —caridad po­lítica en este caso, como propugnó Pío XI (148)—, sobrenatura­les. ¡Pidámoslas a Dios y a la Santísima Madre, María Inmaculada, cuyo dogma conmemoramos hoy, 8 de diciembre de 1980!

146 Gambra, op. Ult. Cit., cap. VIII, ágs.. 117 y sigs.

147 Ideología, praxis y mito de la tecnocracia, 2.t ed. española, Ma­drid, Montecorvo, 1975, epílogo, sec. III, cap. II, pág. 307.

(148) Pío XI: Alocución de diciembre de 1927 a la Federación Univer­sitaria italiana; cfr. el citado del texto, que alude a la caridad política, en Verbo, 2, pág. 78.

JUAN VALLET DE GOYTISOLO

TRES ENSAYOS

Cuerpos intermedios

Representación política

Principio de subsidiariedad

EDITORIAL SPEIRO S.A. Madrid 1981