domingo, 27 de abril de 2014

Aunque no valgan pa nada (Juan Manuel de Prada)

Aunque no valgan pa nada

JUAN MANUEL DE PRADA
 
ABC.es
Estos trabajadores no son reyes, sino víctimas del mambo
 
SI las bestialidades que Mónica de Oriol, presidenta del Círculo de Empresarios, ha evacuado de los trabajadores las hubiese proferido de las mujeres o los homosexuales, a estas horas ya habría sido despojada de su cargo y denunciada ante los tribunales (donde se demuestra que ciertas ideologías progresistas son un subterfugio para distraer la atención de la injusticia social). La señora Oriol nos ha dicho que a los trabajadores «hay que hacerlos más baratos para que sean más atractivos»; y se ha quejado de la existencia de «un salario mínimo que te obliga a pagarles aunque no valgan pa nada» (no haremos bromas sobre una dicción tan desenvuelta). Añadiendo colorido a su discurso, la señora Oriol ha reclamado una «segunda reforma» que haga del mercado laboral unas suculentas «rebajas». Y, para justificar la supresión del salario mínimo, se ha agarrado al muy socorrido recurso del trabajador que ha abandonado los estudios a edad temprana, sin obtener ninguna titulación. Naturalmente, la señora Oriol quiere libertad para pagar misérrimamente a cualquier hijo de vecino, pero utiliza a estos trabajadores sin titulación como chivo expiatorio, para captar la benevolencia de los tontos útiles que se creen parte de la Generación Mejor Preparada de la Historia. Y, en fin, la señora Oriol se ha permitido caricaturizar a estos trabajadores sin titulación, pintándolos como los «reyes del mambo» de las noches de los viernes y de los sábados.
 
Pero estos trabajadores no son reyes, sino víctimas del mambo. Y el mambo que les han dado a estos jóvenes consiste en convertirlos en una masa amorfa –¡ciudadanía!– sin propiedad, sin hogar, sin trabajo constante ni oficio fijo. Jóvenes desvinculados, desarraigados, sin amores fuertes ni lealtades firmes, sin fe ni moral, sin protección alguna de aquellas organizaciones familiares y corporativas que antaño tutelaban su acceso al trabajo y garantizaban su aprendizaje, jóvenes arrojados –como un vómito, como una deyección– a trabajos eventuales que nunca han aprendido y nunca podrán amar, porque sólo se ama aquello que se conoce. Pero así los quiere el «Estado servil»: convertidos en mercancía que presta su fuerza bruta hasta agotarse, a cambio de un sueldo que los haga sentirse «reyes del mambo» las noches de los viernes y los sábados, para después arrojarlos al cubo de la basura, una vez calcinada su juventud (o cuando ya «no valgan pa nada», que diría la señora Oriol). 
 
A la señora Oriol le importan la producción y el beneficio. Y a producir y ganar mucho debe sacrificarse todo, empezando –¡por supuesto!– por los salarios, que ya no deben aspirar a cubrir el sustento del trabajador y de su familia, sino a satisfacer las apetencias del contratador, como las bragas de baratillo –¡tres por una!– satisfacen las apetencias de las señoras que se las disputan en el cajón de los saldos. Esta economía sin moralidad fue la que constituyó la clase proletaria; y sólo trajo –amén de dinero sangriento para unos pocos– odio y revancha al mundo. Ahora que al trabajador ya ni siquiera se le permite que tenga prole (¡pero a cambio puede ser el «rey del mambo» las noches de los viernes y los sábados, oiga!), la señora Oriol quiere abaratarlo «para que sea más atractivo»; pero así sólo se logra que el trabajador odie más, y que tenga más ansias de revancha, como ya estamos viendo. La señora Oriol, sin embargo, no alcanza a verlo, con la miopía característica del codicioso; o tal vez la pille demasiado lejos, de tal modo que cuando la catarata de odio y revancha por fin se desate –como un vómito, como una deyección– seamos otros quienes la suframos, sin comerlo ni beberlo. Con razón nos advertía Chesterton que el capitalismo es «una conspiración de cobardes».