sábado, 15 de febrero de 2014

Su alteza real (Juan José Millás)


Su alteza real

Nos duele que la infanta Cristina no se haya enterado todavía de quiénes somos nosotros, usted y yo, que no tenga ni idea de con quién habla cuando se dirige al juez que nos representa

Lo peor de la infanta Cristina no es que haya olvidado que era dueña de una S.L. tóxica, lo peor es que no se acuerda de quién es ella y, sobre todo, de quiénes somos nosotros. A ver, nosotros somos los que pagamos, por ejemplo, los recibos de los escoltas que en el descanso de las comparecencias le van a comprar un bocadillo. Nosotros la hemos llevado a los mejores colegios y nos hemos ocupado de que su infancia transcurriera en un entorno seguro e idílico: a dos pasos del centro Madrid, como el que dice, pero en medio de la naturaleza. No tenía el metro a la puerta porque disponía siempre de un automóvil excelentemente dotado, cortesía también del pueblo, con un chófer que la llevaba y la traía. Nosotros nos hemos hecho cargo de sus gastos y de los de toda la familia, le hemos regalado prácticamente el palacio de Marivent, donde, si ella quiere, podría hacer noche entre comparecencia y comparecencia.
Gracias a esos desvelos, de mayor obtuvo un buen trabajo en una empresa solvente. Un trabajo en el que dice: Me conviene ir a Suiza, y la destinan a Suiza sin mayores papeleos, sin que intervengan en el traslado el jefe de Recursos Humanos o el responsable de Personal, sin que los sindicatos digan esta boca es mía. Un trabajo al que acude cuando le da la gana sin que la llamen al orden. Quizá ni siquiera le descuentan del sueldo los días que no va por esto o por lo otro. No nos importa mucho, en fin, que no se acuerde de las clases de flamenco o de salsa pagadas con dinero público: bagatelas, comparadas con lo que llevamos invertido en su formación. Pero nos duele que no se haya enterado todavía de quiénes somos nosotros, usted y yo, que no tenga ni idea de con quién habla cuando se dirige al juez que nos representa y que está intentando reparar las ofensas de que hemos sido víctimas por parte de su alteza real.

De como Cataluña se volvió rica y Galicia pobre



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ESPAÑA
De cómo Cataluña se volvió rica y Galicia,
pobre
LUIS VENTOSO
Día 11/02/2014 - 09.59h
 
En el siglo XIX los aranceles proteccionistas establecidos por el Gobierno de
España permitieron el despegue de la industria catalana, una apuesta que relegó a
otras comunidades


La memoria es corta. Tendemos a interpretar el pasado filtrándolo por el tamiz de 10 que vemos en el
tiempo presente. Si en una charla de cafetería preguntásemos cuál de estas dos regiones, Cataluña o
Galicia, contaba con más población en el siglo XVIII, indudablemente la mayoría de los parroquianos
nos dirían que Cataluña, pues hoy la comunidad mediterránea aventaja a la atlántica en 4,8 millones
de habitantes. Sin embargo,
10 cierto es que en 1787
Galicia tenía más población que Cataluña: 1,3 millones de gallegos frente a 802.000 catalanes. Los saludables datos demográficos del confín finisterrano eran además un síntoma de pujanza. En el siglo XVIII algunos pensadores ilustrados presentaban a Galicia ante otros pueblos de España como un ejemplo de sociedad bien articulada económicamente. Bendecida por un clima templado y con generosos dones naturales, ya bien conocidos desde los romanos, buenos amigos de su oro y su godello, entre 1591 y 1752 se estima que Galicia duplicó su población. Su éxito se basaba en una agricultura autosuficiente, que recibió un empujón formidable con la perfecta y temprana aclimatación del maíz a los valles atlánticos. Pero había más. Una primaria industria popular, cuyo mejor ejemplo era el lino. Y también, claro, los recursos de las salazones de pescado, donde tanto ayudaron empresarios catalanes; la minería, las exportaciones ganaderas, el
comercio de sus puertos
.
.. Todo ese edificio gallego, tan perfectamente ensamblado durante siglos y triunfal en el XVIII, entrará en crisis súbitamente en el XIX y se vendrá abajo. Fue un colapso de naturaleza maltusiana (Galicia se torna incapaz de atender las necesidades que genera su bum demográfico) y da lugar a un éxodo de magnitudes trágicas: desde finales del siglo XVIII hasta los años 70 del siglo pasado se calcula que un millón y medio de personas huyeron de la miseria de Galicia. Buenos Aires fue durante largo tiempo la segunda ciudad con más gallegos y ese gentilicio todavía es allí sinónimo de español.
¿Por qué se hunde Galicia en el siglo XIX? Porque decisiones políticas externas voltean su
modo de vida tradicional
.
La apuesta por la industria del algodón mediterránea, que será
protegida con reiterados aranceles por parte del Gobierno de España, arruina la mayor empresa de
Galicia, la del lino. Los nuevos impuestos del Estado liberal, que sustituyen a los eclesiásticos, obligan al campesinado a pagar en líquido, en vez de en especie, y lo acogotan. Aislado del milagro del ferrocarril, el Noroeste languidece, lejano
, ajeno a los nuevos focos fabriles,
establecidos en Cataluña, con su monopolio de la industria del algodón, yen el País Vasco, cuya siderurgia pasa a ser también protegida como empresa de interés nacional.
Stendhal ante el proteccionismo
 
El declive de Galicia en el XIX coincide con el espectacular ascenso de Cataluña, debido al ingenio y laboriosidad de su empresariado y a su condición de puerta con Francia. Pero hubo algo más. En su Diario de un Turista, de 1839, Stendhal, el maestro de la novela realista, recoge con la perspicacia propia de su talento sus impresiones tras un viaje de Perpiñán a Barcelona: «Los catalanes quieren leyes justas -anota-, a excepción de la ley de aduana, que debe ser hecha a su medida. Quieren que cada español que necesite algodón pague cuatro francos la vara, por el hecho de que Cataluña está en el mundo. El español de Granada, de Málaga o de La Coruña no puede comprar paños de algodón ingleses, que son excelentes, y que cuestan un franco la vara». Stendhal, que amén de escritor era también un ducho conocedor de la administración napoleónica, para la que había trabajado, capta al instante la anomalía: el arancel proteccionista, implantado por los gobiernos de España en atención a la perpetua queja -y excelente diplomacia- catalana, ha convertido al resto de España en un mercado cautivo del textil catalán, cuando es notorio que es más caro y peor que el inglés. Un premio colosal, pues no había entonces industria más importante que la del algodón, que será pronto matriz de otras, como la química. Esa descompensación primigenia, el arancel, reescribe toda la historia económica de España. A partir de esa discriminación positiva inicial, que le permite arrancar con ventaja frente a las otras comunidades, pues España era un páramo industrial, Cataluña va acumulando más y más espaldarazos por parte del Estado. Aunque también hay que
ensalzar el ímpetu y la capacidad de la burguesía catalana.
Cataluña, siempre lo primero
La primera línea férrea de España es la Barcelona-Mataró, en 1848. Ga1icia contará con su primer tren en 1885, i37 años después! La primera empresa de producción y distribución de fluido eléctrico a los consumidores se creó en Barcelona, en 1881, se llamaba, y es significativo, Sociedad Española de Electricidad. La primera ciudad española con alumbrado eléctrico fue Gerona, en 1886. La teoría del agravio a Cataluña no se sostiene. De hecho, el resto de España todavía aportará algo más: mano de obra masiva y barata para atender a la única industria que existía, la catalana (salvo el oasis de Vizcaya).
En el siglo XX llegaran más ventajas competitivas para Cataluña. En 1943, Franco establece por
decreto que solo Barcelona y Valencia podrán realizar ferias de muestras internacionales. Ese
monopolio durará 36 años. Fue abolido en 1979 y solo entonces podrá crear Madrid su feria, la hoy
triunfal Ifema. Catalanas son las primeras autopistas que se construyen en España (Ga1icia completó su conexión con la Meseta en el 2001 y la unión con Asturias se culminó hace dos semanas). La fábrica de Seat, la única marca de coches española, se lleva a Barcelona. Otro hito son los Juegos Olímpicos del 92, un plató de eco universal, conseguido, concebido y sufragado como proyecto de Estado (o acaso cree alguien que aquello se logró y se costeó solo por obra y gracia del Ayuntamiento de Barcelona y el gracejo de Maragall). En los años noventa se completará la entrega a empresas catalanas del sector estratégico de la energía, un opíparo negocio inscrito en un marco regulado. En 1994, el Gobierno de Felipe González vendió Enagás, monopolio de facto de la red de transporte de gas en España, a la gasera catalana, por un precio inferior en un 58% a su valor en libros. Repsol, nuestra única petrolera, también pasará a manos catalanas.
Los modelos de financiación autonómica se harán siempre a petición
y atención de Cataluña. También es privilegiada en las inversiones de Fomento y se le permite aprobar un estatuto anticonstitucional que establece algo tan insólito como que la instancia inferior, Cataluña, fije obligaciones de gasto a la superior, España. Todas las capitales catalanas están conectadas por AVE en la primera década del siglo XXI, mientras que la línea a Galicia todavía no tiene fecha cierta y los próceres de CiD presionan que no se construya.
Retroceso con la libertad
Cuando llegan las libertades económicas y se evaporan los aranceles y los monopolios, España logra crear, contra todo pronóstico, la mayor multinacional textil del planeta, Inditex. Resulta harto
revelador que la compañía nazca en La Coruña, en el confín atlántico, y no en la comunidad que
durante un siglo largo disfrutó del monopolio del algodón y el textil. Lo mismo sucede con las ferias de muestras de Barcelona y Madrid.
En realidad la libertad económica, unida al ensimismamiento nacionalista, sienta mal a Cataluña,
acostumbrada a competir apoyada en la muleta del Estado intervencionista. Según la serie histórica
de desarrollo regional de Julio Alcaide para BBVA, en 1930 la primera comunidad en PIE por
habitante era el País Vasco y la segunda, Cataluña; Galicia se perdía en el puesto quince. En el año 2000 Baleares era la primera; Madrid, la segunda; Navarra, la tercera, Cataluña caía al cuarto lugar; y el País Vasco, al sexto; por su parte Galicia recortaba varios puestos.
 
Las sorpresas del siglo XXI
 
El corolario de esta historia es que hoy Galicia coloca sus bonos y presenta unas cuentas saneadas, mientras que Cataluña vuelve a estar sostenida por el Estado, pues su deuda padece la calificación de bono basura y se ha quedado fuera de mercado.
 
Galicia ha vadeado el sarampión nacionalista (Fraga fue un disperso presidente regional, pues su gobernanza era un atolondrado ir de aquí para allá sin proyectos claros, pero tuvo una idea genialoide: ocupó el espacio del nacionalismo, creando un galleguismo sentimental e intrusivo, pero imbricado en España).
 
Los gallegos saben que si un café vale 1,20 euros en Tui y 90 céntimos al otro lado del río, en Valenca do Minho (Portugal) es porque formar parte de España reporta un mayor nivel de vida, y asumen que ese plus es lo que hace viable a Galicia.
 
Por el contrario Cataluña, desconcertada al verse obligada a competir en el mercado abierto, desangradas sus arcas por la entelequia identitaria, se deja embaucar por los cantos de sirena de la independencia, inculcada sin descanso por el aparato de poder nacionalista, con técnicas de propaganda de trazas goebbelianas.
 
España es una buena idea. La libertad, también. Ya veces, como ahora, libertad y España son sinónimos.