lunes, 22 de abril de 2013

Nuestra concepción de una Castilla autónoma (Comunidad Castellana)


Nuestra concepción de una Castilla autónoma


 

Se dice, con razón, que cada uno de los pueblos que componen España tiene sus propias características que deben ser respetadas; verdad que a la hora del actuar político no siempre se tiene en cuenta, porque a fuerza de ser repetida mecánicamente va quedando horra de contenido. 

Una de las notas más importantes de Castilla es la diversidad de sus comarcas y la historia singular de cada una de ellas.  Recordemos que el viejo reino de Castillo era un conjunto de tierras, merindades y comunidades autónomas con un monarca común.  En el curso de la historia, tales entidades fueron reduciendo su número en la mente y el sentir de los castellanos hasta decantarse sustancialmente -en líneas generales y con algunas rectificaciones de límites- en las actuales provincias castellanas: de norte a sur -Castilla no es ancha, como dice el ~o, sino larga-, desde Santander, Cantabria o la Montaña hasta Guadalajara y Cuenca. 

Mientras catalanes y gallegos consideran que las provincias son para ellos artificiosas creaciones del poder central, los vascos se encuentran con que Guipúzcoa, Vizcaya y Álava son genuinas creaciones históricas, entidades fundamentales del País Vasco, que no es otra cosa que el conjunto de todas ellas, dentro del cual cada una tiene su propia personalidad.  Estructura federal interna ésta en la que Castilla, como en otros muchos aspectos de su historia, se asemeja al País Vasco, su vecino y tradicional aliado.
 

La compleja cuestión de la autonomía de Castilla no podrá resolverse partiéndola en pedazos y agregando éstos a las regiones vecinas, en las que resultaría aniquilada su personalidad (como en los proyectados conglomerados castellano-leonés y castellano-manchego), ni con la escisión de sus diversos pueblos (como Cantabria, la Rioja, o la provincia de Segovia); sino con el fortalecimiento interior de cada uno de ellos y la mancomunación de todos en una entidad superior verdaderamente castellana.
 

El mantenimiento de la individualidad de sus grandes comarcas -o provincias- debe ser el fundamento constitucional de una nueva Castilla, en la que los castellanos de las diferentes “tierras”, -desde Ios montañeses y riojanos hasta los alcarreños y conquenses- se ocupen de los asuntos de sus respectivas entidades, quedando reservados a la competencia de las instituciones generosamente castellanas los que por su naturaleza o magnitud rebasen el ámbito provincial, con lo que la Castilla del siglo XXI -dentro de una nueva España y a tono con las necesidades de ésta- volvería a su constitución natural y tradicional: federación de comunidades autónomas integradas a su vez por municipios.

 

Más que como una región unitaria, dividida administrativamente en comarcas, con un fuerte gobierno regional, y un nuevo centralismo, Castilla debe estructurarse en torno a sus grandes «tierras» o «comunidades» tradicionales (actuales provincias, con las rectificaciones de límites que se consideren necesarias).

 

En vez de acabar con ellas, democratizar, reestructurar y vitalizar Ias diputaciones provinciales (con éste o con otro nombre); y reforzar también la autonomía municipal.

 

En resumen: la mayor autonomía conveniente a los municipios castellanos; la mayor autonomía conveniente a las provincias, tierras o grandes comunidades tradicionales; y reservar al gobierno regional de Castilla sólo lo que, por su naturaleza o trascendencia, no puedan asumir éstas, la coordinación de sus competencias y la representación y la representación conjunta de Castilla ante los órganos centrales del Estado.

 

Tal sería, a nuestro juicio, la concepción auténticamente castellana de una Castilla autónoma, que el atento examen de su verdadera identidad sugiere.  En ella, Cantabria, la Rioja y Segovia -cuya pintura actual, que no daña su castellanía, las convierte en reductos castellanos y posibles bases de un auténtico renacer de Castilla-, y todas las demás «tierras» castellanas, podrían satisfacer sus legítimas aspiraciones a mantener la propia personalidad y ser fieles a la vez a la mejor tradición castellana.

 

Castilla nº 12  Febrero- marzo 1981