martes, 26 de julio de 2011

Usurocracia, el misterio del dinero (Louis Even)

http://www.michaeljournal.org/LaIsla.htm



LA ISLA DE LOS NAÚFRAGOS

Fábula para comprender el misterio del dinero




por Louis Even


1. Salvados del naufragio
Una explosión ha destruido su barco. Cada uno se agarra a las primeras piezas flotantes que logra alcanzar. Cinco consiguen reunirse sobre unos restos del naufragio que quedan a merced de las olas. De los otros compañeros de viaje, ninguna noticia.
Hace horas, largas horas, que miran al horizonte: ¿algún barco podría socorrerlos? ¿Encallara su balsa en alguna playa hospitalaria?
De repente se oye un grito: ¡Tierra! ¡Tierra allá, vean! ¡Justo en la dirección en la cual nos empujan las olas!
Y a medida que se dibuja, en efecto, la línea de una orilla, las caras se despejan. Ellos son cinco:
Francisco, carpintero grande y vigoroso, es quien primero gritó ¡Tierra!
Pablo, cultivador; es el que ustedes ven arrodillado a la izquierda, una mano al suelo y la otra agarrada a la estaca de la balsa.
Jaime, especializado en la cría de animales: es el hombre con pantalones rayados quien, arrodillado al suelo, mira en la dirección indicada.
Enrique, agrónomo y horticultor, algo corpu­lento, está sentado sobre una maleta salvada del naufragio.
Tomás, geólogo, es el tipo que está de pie detrás, con una mano sobre la espalda del carpintero.
2. Una isla providencial
 Volver a poner los pies sobre una tierra firme, esto es para nuestros hombres un retorno a la vida.
Una vez secados, recalentados, su primer objetivo es el de conocer esta isla en la cual han sido arrojados, lejos de la civilización. A la cual ellos bautizan “La Isla de los Náufragos”.
Una rápida visita de la isla colma sus esperanzas. La isla no es un árido desierto. Ellos son, por cierto, los únicos hombres que la habitan actualmente. Pero otros han debido vivir aquí antes que ellos, a juzgar por los residuos de rebaños medio salvajes que han encontrado aquí y allá. Jaime, el ganadero, afirma que podrá mejorarlos y sacar un buen rendimiento de ellos.
 En cuanto al suelo de la isla, Pablo lo encuentra en gran parte adecuado para el cultivo.
Enrique ha descubierto árboles frutales, de los cuales espera poder sacar gran provecho.
Francisco ha notado sobretodo bellas extensiones forestales, ricas en maderas de toda especie: será un juego cortar árboles y construir casas para la pequeña colonia.
En cuanto a Tomás, el geólogo, lo que le ha inte­resado, es la parte más rocosa de la isla. Ha notado allí varios signos indicando un subsuelo rico en minerales. A pesar de la ausencia de herramientas perfeccionadas, Tomás se cree con bastante iniciativa y astucia para transformar el mineral en metales útiles.
Así pues cada uno podrá entregarse a sus ocupaciones favoritas, para el bien de todos. Todos son unánimes para alabar a la Providencia por el desenlace relativamente feliz de una gran tragedia.
3. Las verdaderas riquezas
Ahí tenemos nuestros hombres manos a la obra. Las casas y los muebles proceden del trabajo del carpintero. Al inicio, cada uno se contentaba con comida primitiva. Pero luego los campos producen y el cultivador tiene cosechas.
A medida que las estaciones se suceden, el patrimonio de la Isla se enriquece. Se enriquece, no de oro o papel grabado, sino de las verdaderas riquezas, de las cosas que nutren, que visten, que alojan, que responden a necesidades.
La vida no es siempre tan dulce como ellos lo desearían. A ellos les faltan muchas cosas a las cuales estaban acostumbrados en la civilización. Pero su suerte podría ser mucho más triste.
De todas maneras ya han conocido tiempos de crisis en su país. Se acuerdan de las privaciones padecidas, mientras las tiendas estaban repletas a diez pasos de su puerta. Al menos, en la Isla de los Náufragos, nadie les condena a ver pudrirse bajo sus ojos cosas de las cuales podrían tener necesidad. Además, los impuestos son desconocidos. Las quiebras no se temen.
Si el trabajo es a veces duro, por lo menos se tiene el derecho de gozar de los frutos de su trabajo.
En definitiva, se explota la isla bendiciendo a Dios, esperando que un día se podrá encontrar de nuevo parientes y amigos, con dos grandes bienes conservados, la vida y la salud. 
4. Un gran inconvenient
Nuestros hombres se reúnen frecuentemente para hablar de sus quehaceres.
En el sistema económico muy simplificado que ellos practican, una cosa les molesta cada vez más: no tienen ningún tipo de moneda.
El trueque, el intercambio directo de productos con productos, tiene sus inconvenientes. Los productos a inter­cambiar no están siempre frente a frente al mismo tiempo. Por ejemplo, madera entregada al cultivador en invierno no podrá ser reembolsada en legumbres antes de seis meses.
A veces se trata además de un artículo grande entregado en una vez por uno de los hombres, el cual quisiera en intercambio diferentes cosas pequeñas producidas por los demás, en épocas diferentes.
Todo esto complica los negocios. Si hubiera dinero en circulación, cada uno vendería sus productos a los demás por dinero. Y con el dinero recibido, él compraría a los demás las cosas que quisiera, cuando quisiera y a condición que estuvieran allí.
Todos reconocen la gran comodidad que constituiría para ellos un sistema monetario. Pero ninguno de ellos sabe cómo establecer tal sistema. Han aprendido a producir la verdadera riqueza, las cosas. Pero no saben hacer los signos, el dinero.
Ignoran cómo comienza el dinero, y cómo hacerlo comenzar cuando no existe, cuando de común acuerdo se decide obtenerlo. También muchos hombres instruidos se verían en un aprieto; todos nuestros gobiernos se han visto así durante diez años antes de la guerra. Sólo que faltara el dinero al país, y el gobierno quedaría paralizado ante este problema.
5. Llegada de un refugiado
Una tarde, mientras nuestros hombres, sentados en la orilla del mar, machacan este problema por centésima vez, ven de pronto acercarse una barca remada por un solo hombre.
Se apresuran a ayudar al nuevo náufrago. Se le ofrecen los primeros cuidados y se cambian impresiones. El habla español. Su nombre es Martín.
Felices de tener un compañero de más, nuestros cinco hombres le acogen con calor y le hacen visitar la colonia.
— “Aunque perdidos lejos del resto del mundo, le dicen, no tenemos por qué quejarnos. La tierra produce bien; el bosque también. Una sola cosa nos hace falta: no tenemos moneda para facilitar los intercambios de nuestros productos.”
— “Bendigan la suerte que me trae aquí, contesta Martín. El dinero no tiene misterios para mí. Yo soy banquero, y puedo instalarles en poco tiempo un sistema monetario que les dará satisfacción.”
¡Un banquero!... ¡Un banquero!... Un ángel venido derecho del cielo no habría despertado más reverencia. ¿No se tiene por costumbre, en país civilizado, el inclinarse delante de los banqueros, quienes controlan las pulsaciones de las finanzas?
6. El dios de la civilización
— “Señor Martín, ya que usted es banquero, usted no trabajará en la isla. Usted sólo se ocupará de nuestro dinero.”
— “Me encargaré, como todo banquero, de forjar la prosperidad común.”
— “Señor Martín, se le construirá una casa digna de usted Mientras tanto, se puede instalar en el edificio que sirve para nuestras reuniones públicas.”
— “Muy bien, mis amigos. Pero empecemos por descargar de la barca las cosas que he podido salvar en el naufragio: una pequeña prensa, papel y accesorios, y sobretodo un pequeño barril que procurarán tratar con sumo cuidado.”
Se descarga el conjunto. El pequeño barril intriga la curiosidad de nuestros buenos hombres.
— “Este barril, declara Martín, es un tesoro sin igual. ¡Esta lleno de oro!”
¡Lleno de oro! Cinco almas casi se escaparon de cinco cuerpos. ¡Figúrese: el dios de la civilización entrado en la Isla de los Náufragos. El dios amarillo, siempre oculto, pero potente, terrible, cuya presencia, ausencia o menores caprichos pueden decidir de la vida de 100 naciones!
— “¡Oro! ¡Señor Martín, verdadero gran banquero! Le saludamos respetuosamente y le prestamos nuestros juramentos de fidelidad.”
— “Oro para todo un continente, amigos míos. Pero no es el oro que va a circular. Hace falta esconder el oro: el oro es el alma de todo dinero sano. El alma debe quedar invisible. Les explicaré todo esto cuando les dé dinero.
7. Un entierro sin testigo
Antes de separarse por la noche, Martín les pone una última pregunta:
— “¿Cuánto dinero les haría falta en la isla para empezar, para que los intercambios marchen bien?”
Se miran unos a otros. Se consulta humildemente al propio Martín. Con las sugestiones del benévolo banquero, se conviene que 200 dólares cada uno parecen suficientes para empezar. Cita fijada par el día siguiente a la noche.
Los hombres se retiran, intercambian reflexiones conmovidas, se acuestan tarde, no pueden dormir hasta la mañana, después de haber soñado oro largo tiempo con los ojos abiertos.
Martín, él, no pierde tiempo. Olvida su cansancio para no pensar más que en su porvenir de banquero. Aprovechando la mañanita, cava un hoyo, hace rodar su barril, lo cubre de tierra, lo disimula bajo matas de hierba cuidadosamente colocadas, transplanta inclusive un pequeño arbusto para ocultar toda huella.
Después, pone en marcha su pequeña prensa, para imprimir 1000 billetes de 1 dólar. Viendo salir los billetes, nuevecitos, de su prensa, sueña por dentro:
— “¡Cómo son fáciles de hacer, estos billetes! Sacan su valor de los productos que servirán para comprar. Sin productos, los billetes no valdrían nada. Mis cinco clientes tontos no piensan en esto. Creen que es el oro que garantiza el dinero. ¡Los tengo amarrados por su ignorancia!”
Por la noche, los cinco llegan corriendo cerca de Martín.
8. ¿Para quien será el dinero?
Cinco fajos de billetes están ahí, sobre la mesa.
— “Antes de distribuirles este dinero, dice el banquero, hace falta entenderse.”
“El dinero está basado en el oro. El oro, colocado en la bóveda de mi banco, me pertenece. En consecuencia, el dinero es mío... ¡Oh, no estén tristes! Voy a prestarles este dinero, y ustedes lo emplearán a su antojo. Mientras tanto, les cargo solamente el interés. Dada la rareza del dinero en la Isla, ya que no hay de todo, creo ser razonable pidiendo un pequeño interés de 8 por ciento solamente.”
— “En efecto, Señor Martín, usted. es muy generoso.”
— “Un último punto, amigos míos. Los negocios son los negocios, inclusive entre los mejores amigos. Antes de cobrar su dinero, cada uno de ustedes va a firmar este documento: es el compromiso por parte de cada uno de ustedes de reembolsar capital e intereses, bajo pena de confiscación por mí de sus propiedades. ¡Oh, simple garantía! No tengo ningún interés de quedarme jamás con sus propiedades, me contento con el dinero. Estoy seguro que conservarán sus bienes y que me devolverán el dinero.”
— “Esto está lleno de buen sentido, Señor Martín. Vamos a redoblar los esfuerzos en el trabajo y se lo devolveremos todo.”
— “Eso es. Vuelvan a verme cada vez que tengan problemas. El banquero es el mejor amigo de todo el mundo... Muy bien, aquí tienen para cada uno sus 200 dólares.”
Y nuestros cinco hombres se van encantados, las manos y la cabeza llenos de dinero.
9. Un problema de aritmética
El dinero de Martín ha circulado en la Isla. Los intercambios se han multiplicado a la vez que se han simplificado. Todo el mundo se regocija y saluda a Martín con respeto y gratitud.
No obstante, el geólogo está inquieto. Sus productos están todavía bajo tierra. No tiene más que algunos dólares en su bolsillo. ¿Cómo reembolsar al banquero en el plazo que se acerca?
Después de haberse roto la cabeza mucho tiempo ante su problema individual, Tomás lo trata socialmente:
“Considerando la población entera de la isla, piensa él, ¿somos capaces de cumplir con nuestros compromisos? Martín ha hecho una suma total de 1000 dólares. Y nos reclama un total de 1080 dólares.
Inclusive si reuniéramos todo el dinero de la isla para llevárselo, esto haría 1000 y no 1080. Nadie ha hecho los 80 dólares de más.
Hacemos cosas, no dinero. Martín podrá entonces quedarse con toda la isla, porque todos juntos no podemos reembolsar capital e intereses.
 “Si los que tienen posibilidad devuelven su parte de dinero sin preocuparse de los demás, algunos van a caer enseguida, y otros van a sobrevivir. Pero les tocará su turno y el banquero se quedará con todo. Más vale unirse enseguida y tratar este asunto socialmente.”
Tomás no tiene dificultad para convencer a los demás de que Martín les ha engañado. Se ponen de acuerdo para una cita general en casa del banquero.
10. Benevolencia del banquero
Martín adivina su estado de ánimo, pero hace buena cara. El impulsivo Francisco presenta el caso:
— “¿Cómo podemos devolverle 1080 dólares cuando no hay más de 1000 dólares en toda la isla?”
— “Es el interés, mis buenos amigos. ¿Su producción no ha aumentado?”
— “Sí, pero el dinero, él, no ha aumentado. Y es precisamente dinero que usted reclama, y no productos. Sólo usted puede hacer dinero. Ahora bien, usted no hace más que 1000 dólares y pide 1080 dólares. ¡Es imposible!”
— “Esperen, amigos míos. Los banqueros se adoptan siempre a las condiciones, para el mayor bien del público... No voy a pedir más que el interés. Nada más que 80 dólares. Seguirán guardando el capital.”
— “¿Usted perdona nuestra deuda?”
— “Eso sí que no. Lo siento, pero un banquero nunca perdona una deuda. Ustedes me deberán todavía todo el dinero prestado. Pero ustedes me van a devolver cada año solamente el interés, y no voy darles prisa para que devuelvan el capital. Algunos de entre ustedes pueden llegar a ser incapaces de pagar inclusive su interés, porque el dinero va del uno al otro. Pero organícense ustedes en una nación, y pónganse de acuerdo en un sistema de impuestos. Pagarán más los que tendrán más dinero, y los otros menos. Con tal de que me traigan todos el total del interés, estaré satisfecho y su nación se llevará bien.”
Nuestros hombres se retiran, medio calmados, medio pensativos.
11. El éxtasis de Martín
Martín está solo. Se concentra y llega a esta conclusión:
“Mi negocio es bueno. Buenos trabajadores, esto hombres, pero ignorantes. Su ignorancia y su credulidad hacen mi fuerza. Querían dinero, les puse las cadenas. Me han cubierto de flores mientras les engañaba.
“¡Oh gran banquero!, siento tu genio apoderarse de mi ser. Tú lo has dicho bien, oh ilustre maestro: «Que se me conceda el control de la moneda de una nación y me río de quien hace sus leyes. » Soy el maestro de la Isla de los Náufragos, porque controlo su sistema de dinero.
“Yo podría controlar el universo. Lo que estoy haciendo aquí, yo, Martín, puedo hacerlo en el mundo entero. Si un día salgo de este islote, sabré cómo gobernar el mundo entero sin tener ningún cetro.”
Y toda la estructura del sistema bancario se eleva en el espíritu encantado de Martín.
12. Crisis de vida
No obstante, la situación empeora en la Isla de los Náufragos. Aunque la productividad aumenta, los intercambios disminuyen. Martín exige regularmente sus intereses. Hay que pensar en ahorrar dinero para él. El dinero no circula.
Los que pagan más impuestos gritan contra los otros y aumentan sus precios para lograr compensación. Los más pobres, los que no pagan impuestos, gritan contra el costo elevado de la vida y compran menos.
La moral baja, la alegría de vivir se pierde. No se tiene más corazón para obrar. ¿Para qué? Los productos se venden mal; y cuando se venden, hay que pagar impuestos a Martín. Cada uno se priva. Es la crisis. Y cada uno acusa a su vecino de faltar a la virtud y de ser la causa de la carestía de la vida.
Un día, Enrique, pensando en medio de sus huertos, concluye que el “progreso” traído por el sistema monetario del banquero lo ha echado todo a perder en la Isla. Ciertamente, los cinco hombres tienen sus defectos; pero el sistema de Martín alimenta todo lo que hay de malo en la naturaleza humana.
Enrique decide convencer y ganarse a sus compañeros. Comienza por Jaime. Esto se hace rápido: “¡Eh!, dice Jaime, yo no soy un erudito; pero hace tiempo que lo siento: ¡el sistema de ese banquero está más podrido que el estiércol de mi establo en la última primavera!”
Todos están convencidos, uno tras otro, y se decide una nueva entrevista con Martín.
13. En casa del forjador de cadenas
Hubo tempestad en casa del banquero:
— “El dinero está escaso en la isla, Señor, porque usted, nos lo retira. Se le paga, se le paga, y se le debe todavía tanto como al inicio. Se trabaja, se hacen las tierras más bellas, y nos encontramos peor que antes de su llegada. ¡Deuda! ¡Deuda! ¡Deuda por encima de la cabeza!”
— “Vamos, amigos míos, razonemos un poco. Si sus tierras son más bellas, es gracias a mí. Un buen sistema bancario es el activo más bello de un país. Pero para aprovecharlo, hace falta antes que nada guardar toda confianza en el banquero. Vengan hacia mí como hacia un padre... ¿Ustedes quieren dinero? Muy bien. Mi barril vale muchas veces mil dólares... Tomen, voy a hipotecar sus nuevas propiedades y prestarles otra vez 1000 dólares de inmediato.”
— “¿Dos veces más deudas? ¿Dos veces más de interés a pagar cada año, sin nunca terminar?”
— “Sí, pero les iré prestando, a medida que ustedes aumentarán su riqueza territorial; y ustedes no me devolverán nunca nada más que el interés. Ustedes amontonarán los prestamos; llamarán esto deuda consolidada. Deuda que podrá aumentar de año en año. Pero su ganancia también. Gracias a mis préstamos, desarrollarán a su país.”
— “Entonces, ¿cuanto más produzcamos, mas será nuestra deuda total?”
— “Como en todos los países civilizados. La deuda pública es un barómetro de la prosperidad.”
14. El lobo se come a los corderos
— “¿Es esto que usted llama moneda sana, Señor Martín? una deuda nacional que se vuelve necesaria y que no se puede pagar, esto no es sano, es malsano.”
— “Señores, toda moneda sana debe ser basada en el oro y salir del banco en estado de deuda. La deuda nacional es una buena cosa: ella coloca los gobiernos bajo la sabiduría encarnada de los banqueros. Como banquero, yo soy una antorcha de civilización en su isla.”
— “Señor Martín, nosotros somos ignorantes, pero no queremos aquí esa civilización. No pediremos ningún préstamo más de usted. Moneda sana o no, no queremos más tratos con usted.”
— “Lo siento por esta decisión malhábil, Señores. Pero si ustedes rompen conmigo, tengo sus firmas. Reembólsenme inmediatamente todo, capital e intereses.”
— “Pero es imposible, Señor. Incluso si le diéramos todo el dinero de la isla, no quedaríamos sin deuda.”
— “¿Que puedo hacer en eso? ¿Han firmado? ¿Sí o no? Pues bien, en virtud del reglamento de los contratos, me apodero de todas sus propiedades empeñadas, tal como quedó convenido entre nosotros, cuando ustedes estaban tan contentos de tenerme. Ustedes no quieren servir de buena fé al poder supremo del dinero, pues lo servirán a la fuerza. Continuarán explotando la isla, pero para mí y bajo mis condiciones. Vamos. Les comunicaré mis órdenes mañana.”
15. El control de los periódicos
Martín sabe que aquel que controla el sistema monetario de una nación controla también esta nación. Pero él sabe también que, para mantener este control, hace falta mantener el pueblo en la ignorancia y distraerlo en otra cosa.
Martín ha notado que, entre los cinco insulares, dos son conservadores y tres son liberales. Esto se nota en las conversaciones de los cinco, por la noche, sobretodo desde que se han vueltos sus esclavos. Hay peleas entre azules y rojos.
De vez en cuando, Enrique, el menos partidista, sugiere una fuerza en el pueblo para hacer presión sobre los gobernantes... Fuerza peligrosa para toda dictadura.
Martín hará todo lo posible por envenenar sus discordias políticas. Valiéndose de su pequeña prensa, publica dos folletos semanales: “El Sol”, para los rojos; “La Estrella”, para los azules.
“El Sol” dice: Si ustedes no son ya los dueños de su país, es a causa de estos azules atrasados, siempre pegados a los grandes intereses.
La Estrella” dice: Su deuda nacional es obra de esos malditos rojos, siempre listos para las aventuras políticas.
Y nuestros dos grupos políticos se pelean cada vez más, olvidando que el verdadero forjador de cadenas, el controlador del dinero, es Martín.
16. Un resto precioso
Un día, Tomás, el geólogo, descubre, encallada al fondo de una ensenada, a la extremidad de la isla, y cubierta por altas hierbas, unos restos de una canoa de salvamento, sin remos, sin otra huella de servicio que una caja bastante bien conservada.
Abre la caja: además de ropa y algunos efectos diversos, su atención se fija sobre un libro-álbum en bastante buen estado, titulado: Las ediciones de Primer año de San Miguel (en francés, “Vers Demain").
"! Pero, exclama él, aquí está lo que hubiéramos debido saber desde hace tiempo:
“El dinero no saca de ninguna manera su valor del oro, sino de los productos que el dinero compra.
“El dinero puede consistir en una sencilla contabilidad, los créditos pasados de una cuenta a otra según las compras y las ventas. Además, el total del dinero debe estar en relación con el total de la producción.
“A todo aumento de producción debe corresponder un aumento equivalente del dinero... Nunca pagar interés alguno sobre el dinero que nace... El progreso queda representado, no por una deuda pública, sino por un dividendo igual para cada uno... Los precios quedan ajustados al poder de compra por un coeficiente de los precios. El Crédito Social...”
Tomás no aguanta más. Se levanta y corre, con su libro, a comunicar su descubrimiento a sus cuatro compañeros.
17. El dinero, simple contabilidad
Y Tomás, actúa como profesor delante de una pizarra:
“He aquí, dice él, lo que habríamos podido hacer, sin el banquero, sin oro, sin firmar ninguna deuda.
“Abro una cuenta a nombre de cada uno de ustedes. A la derecha, el haber, lo que aumenta la cuenta; a la izquierda, el debe, lo que disminuye la cuenta.
“Cada uno quería 200 dólares. para empezar. De común acuerdo, decidimos escribir 200 dólares al crédito de cada uno. Cada uno posee pues enseguida 200 dólares.
“Francisco compra productos de Pablo, por 10 dólares. Resto 10 dólares de Francisco; le quedan entonces 190 dólares. Añado 10 dólares a Pablo, que tiene entonces 210 dólares.
“Jaime compra a Pablo por valor de 8 dólares. Resto 8 dólares de Jaime, a quien le quedan 192 dólares. Pablo, tiene ahora 218 dólares.
“Pablo compra madera de Francisco, por 15 dólares. Resto 15 dólares de Pablo, al cuál le quedan 203 dólares; añado 15 dólares a Francisco, que tiene ahora 205 dólares.
“Y así sucesivamente; de una cuenta a la otra, exactamente como los billetes de papel van de un bolsillo al otro.
“Si uno de nosotros tiene necesidad de dinero para aumentar su producción, se le abre el crédito necesario, sin interés. Él reembolsa el crédito una vez que la producción sea vendida. Lo mismo para los trabajos públicos.
“Se aumentan también, periódicamente, las cuentas de cada uno con una suma adicional, sin restar a nadie, en correspondencia con el progreso social. Es el dividendo nacional. El dinero es así un instrumento de servicio.”
18. Desesperación del banquero
Todos han entendido. La pequeña nación se ha vuelto creditista. Al día siguiente, el banquero Martín recibe una carta firmada por los cinco:
“Señor, usted nos ha llenado de deudas y explotado sin ninguna necesidad. No tenemos más necesidad de usted para regir nuestro sistema de dinero. Tendremos desde ahora todo el dinero que nos hace falta, sin oro, sin deuda, sin ladrón. Establecemos de inmediato en la Isla de los Náufragos el sistema del Crédito Social. El dividendo nacional reemplazará la deuda nacional.
“Si usted tiene interés en ser reembolsado, podemos remitirle todo el dinero que usted ha hecho por nosotros, nada más. Usted no puede reclamar lo que usted. no ha hecho.”
Martín queda desesperado. Su imperio se derrumba. Los cinco, ahora vueltos creditistas, no hay más misterio de dinero o de crédito para ellos.
“¿Qué hacer? ¿Pedirles perdón, hacerse como uno de ellos? ¿Yo, banquero, hacer esto?... No. Voy más bien a tratar de pasar sin ellos, viviendo apartado.”
19. Engaño descubierto
Para protegerse contra toda reclamación futura posible, nuestros hombres han decidido hacer firmar al banquero un documento atestando que él posee todavía todo lo que tenía cuando vino a la isla.
He ahí inventario general: la canoa, la pequeña prensa y... el famoso barril de oro.
Fue necesario que Martín indique el lugar, y que se proceda a desenterrar el barril. Nuestros hombres lo sacan del hoyo con mucho menos respeto esta vez. El Crédito Social les ha enseñado a despreciar el fetiche oro.
El geólogo, cargando el barril, encuentra que para ser oro esto no pesa mucho: “Dudo mucho que este barril esté lleno de oro”, dice él.
El impulsivo Francisco no vacila más tiempo. Un golpe de hacha y el barril echa por tierra su contenido: de oro, ¡ni un gramo! ¡Rocas, nada más que vulgares rocas sin valor!...
Nuestros hombres se quedan aterrados:
— “¡Y pensar que nos ha mistificado hasta tal punto, el miserable! ¡Que bobos hemos sido, también, para caer en éxtasis delante de la sola palabra ORO!”
— “¡Pensar que hemos empeñado todas nuestras propiedades por pedazos de papel basados sobre cuatro paladas de rocas! ¡Además de ladrón mentiroso!”
— “¡Pensar que nos hemos puesto mala cara y odiado los unos a los otros durante meses y meses por tal engaño! ¡Qué demonio!”
Apenas Francisco había levantado su hacha que el banquero salía corriendo hacia el bosque.