martes, 26 de julio de 2011

Usurocracia, el misterio del dinero (Louis Even)

http://www.michaeljournal.org/LaIsla.htm



LA ISLA DE LOS NAÚFRAGOS

Fábula para comprender el misterio del dinero




por Louis Even


1. Salvados del naufragio
Una explosión ha destruido su barco. Cada uno se agarra a las primeras piezas flotantes que logra alcanzar. Cinco consiguen reunirse sobre unos restos del naufragio que quedan a merced de las olas. De los otros compañeros de viaje, ninguna noticia.
Hace horas, largas horas, que miran al horizonte: ¿algún barco podría socorrerlos? ¿Encallara su balsa en alguna playa hospitalaria?
De repente se oye un grito: ¡Tierra! ¡Tierra allá, vean! ¡Justo en la dirección en la cual nos empujan las olas!
Y a medida que se dibuja, en efecto, la línea de una orilla, las caras se despejan. Ellos son cinco:
Francisco, carpintero grande y vigoroso, es quien primero gritó ¡Tierra!
Pablo, cultivador; es el que ustedes ven arrodillado a la izquierda, una mano al suelo y la otra agarrada a la estaca de la balsa.
Jaime, especializado en la cría de animales: es el hombre con pantalones rayados quien, arrodillado al suelo, mira en la dirección indicada.
Enrique, agrónomo y horticultor, algo corpu­lento, está sentado sobre una maleta salvada del naufragio.
Tomás, geólogo, es el tipo que está de pie detrás, con una mano sobre la espalda del carpintero.
2. Una isla providencial
 Volver a poner los pies sobre una tierra firme, esto es para nuestros hombres un retorno a la vida.
Una vez secados, recalentados, su primer objetivo es el de conocer esta isla en la cual han sido arrojados, lejos de la civilización. A la cual ellos bautizan “La Isla de los Náufragos”.
Una rápida visita de la isla colma sus esperanzas. La isla no es un árido desierto. Ellos son, por cierto, los únicos hombres que la habitan actualmente. Pero otros han debido vivir aquí antes que ellos, a juzgar por los residuos de rebaños medio salvajes que han encontrado aquí y allá. Jaime, el ganadero, afirma que podrá mejorarlos y sacar un buen rendimiento de ellos.
 En cuanto al suelo de la isla, Pablo lo encuentra en gran parte adecuado para el cultivo.
Enrique ha descubierto árboles frutales, de los cuales espera poder sacar gran provecho.
Francisco ha notado sobretodo bellas extensiones forestales, ricas en maderas de toda especie: será un juego cortar árboles y construir casas para la pequeña colonia.
En cuanto a Tomás, el geólogo, lo que le ha inte­resado, es la parte más rocosa de la isla. Ha notado allí varios signos indicando un subsuelo rico en minerales. A pesar de la ausencia de herramientas perfeccionadas, Tomás se cree con bastante iniciativa y astucia para transformar el mineral en metales útiles.
Así pues cada uno podrá entregarse a sus ocupaciones favoritas, para el bien de todos. Todos son unánimes para alabar a la Providencia por el desenlace relativamente feliz de una gran tragedia.
3. Las verdaderas riquezas
Ahí tenemos nuestros hombres manos a la obra. Las casas y los muebles proceden del trabajo del carpintero. Al inicio, cada uno se contentaba con comida primitiva. Pero luego los campos producen y el cultivador tiene cosechas.
A medida que las estaciones se suceden, el patrimonio de la Isla se enriquece. Se enriquece, no de oro o papel grabado, sino de las verdaderas riquezas, de las cosas que nutren, que visten, que alojan, que responden a necesidades.
La vida no es siempre tan dulce como ellos lo desearían. A ellos les faltan muchas cosas a las cuales estaban acostumbrados en la civilización. Pero su suerte podría ser mucho más triste.
De todas maneras ya han conocido tiempos de crisis en su país. Se acuerdan de las privaciones padecidas, mientras las tiendas estaban repletas a diez pasos de su puerta. Al menos, en la Isla de los Náufragos, nadie les condena a ver pudrirse bajo sus ojos cosas de las cuales podrían tener necesidad. Además, los impuestos son desconocidos. Las quiebras no se temen.
Si el trabajo es a veces duro, por lo menos se tiene el derecho de gozar de los frutos de su trabajo.
En definitiva, se explota la isla bendiciendo a Dios, esperando que un día se podrá encontrar de nuevo parientes y amigos, con dos grandes bienes conservados, la vida y la salud. 
4. Un gran inconvenient
Nuestros hombres se reúnen frecuentemente para hablar de sus quehaceres.
En el sistema económico muy simplificado que ellos practican, una cosa les molesta cada vez más: no tienen ningún tipo de moneda.
El trueque, el intercambio directo de productos con productos, tiene sus inconvenientes. Los productos a inter­cambiar no están siempre frente a frente al mismo tiempo. Por ejemplo, madera entregada al cultivador en invierno no podrá ser reembolsada en legumbres antes de seis meses.
A veces se trata además de un artículo grande entregado en una vez por uno de los hombres, el cual quisiera en intercambio diferentes cosas pequeñas producidas por los demás, en épocas diferentes.
Todo esto complica los negocios. Si hubiera dinero en circulación, cada uno vendería sus productos a los demás por dinero. Y con el dinero recibido, él compraría a los demás las cosas que quisiera, cuando quisiera y a condición que estuvieran allí.
Todos reconocen la gran comodidad que constituiría para ellos un sistema monetario. Pero ninguno de ellos sabe cómo establecer tal sistema. Han aprendido a producir la verdadera riqueza, las cosas. Pero no saben hacer los signos, el dinero.
Ignoran cómo comienza el dinero, y cómo hacerlo comenzar cuando no existe, cuando de común acuerdo se decide obtenerlo. También muchos hombres instruidos se verían en un aprieto; todos nuestros gobiernos se han visto así durante diez años antes de la guerra. Sólo que faltara el dinero al país, y el gobierno quedaría paralizado ante este problema.
5. Llegada de un refugiado
Una tarde, mientras nuestros hombres, sentados en la orilla del mar, machacan este problema por centésima vez, ven de pronto acercarse una barca remada por un solo hombre.
Se apresuran a ayudar al nuevo náufrago. Se le ofrecen los primeros cuidados y se cambian impresiones. El habla español. Su nombre es Martín.
Felices de tener un compañero de más, nuestros cinco hombres le acogen con calor y le hacen visitar la colonia.
— “Aunque perdidos lejos del resto del mundo, le dicen, no tenemos por qué quejarnos. La tierra produce bien; el bosque también. Una sola cosa nos hace falta: no tenemos moneda para facilitar los intercambios de nuestros productos.”
— “Bendigan la suerte que me trae aquí, contesta Martín. El dinero no tiene misterios para mí. Yo soy banquero, y puedo instalarles en poco tiempo un sistema monetario que les dará satisfacción.”
¡Un banquero!... ¡Un banquero!... Un ángel venido derecho del cielo no habría despertado más reverencia. ¿No se tiene por costumbre, en país civilizado, el inclinarse delante de los banqueros, quienes controlan las pulsaciones de las finanzas?
6. El dios de la civilización
— “Señor Martín, ya que usted es banquero, usted no trabajará en la isla. Usted sólo se ocupará de nuestro dinero.”
— “Me encargaré, como todo banquero, de forjar la prosperidad común.”
— “Señor Martín, se le construirá una casa digna de usted Mientras tanto, se puede instalar en el edificio que sirve para nuestras reuniones públicas.”
— “Muy bien, mis amigos. Pero empecemos por descargar de la barca las cosas que he podido salvar en el naufragio: una pequeña prensa, papel y accesorios, y sobretodo un pequeño barril que procurarán tratar con sumo cuidado.”
Se descarga el conjunto. El pequeño barril intriga la curiosidad de nuestros buenos hombres.
— “Este barril, declara Martín, es un tesoro sin igual. ¡Esta lleno de oro!”
¡Lleno de oro! Cinco almas casi se escaparon de cinco cuerpos. ¡Figúrese: el dios de la civilización entrado en la Isla de los Náufragos. El dios amarillo, siempre oculto, pero potente, terrible, cuya presencia, ausencia o menores caprichos pueden decidir de la vida de 100 naciones!
— “¡Oro! ¡Señor Martín, verdadero gran banquero! Le saludamos respetuosamente y le prestamos nuestros juramentos de fidelidad.”
— “Oro para todo un continente, amigos míos. Pero no es el oro que va a circular. Hace falta esconder el oro: el oro es el alma de todo dinero sano. El alma debe quedar invisible. Les explicaré todo esto cuando les dé dinero.
7. Un entierro sin testigo
Antes de separarse por la noche, Martín les pone una última pregunta:
— “¿Cuánto dinero les haría falta en la isla para empezar, para que los intercambios marchen bien?”
Se miran unos a otros. Se consulta humildemente al propio Martín. Con las sugestiones del benévolo banquero, se conviene que 200 dólares cada uno parecen suficientes para empezar. Cita fijada par el día siguiente a la noche.
Los hombres se retiran, intercambian reflexiones conmovidas, se acuestan tarde, no pueden dormir hasta la mañana, después de haber soñado oro largo tiempo con los ojos abiertos.
Martín, él, no pierde tiempo. Olvida su cansancio para no pensar más que en su porvenir de banquero. Aprovechando la mañanita, cava un hoyo, hace rodar su barril, lo cubre de tierra, lo disimula bajo matas de hierba cuidadosamente colocadas, transplanta inclusive un pequeño arbusto para ocultar toda huella.
Después, pone en marcha su pequeña prensa, para imprimir 1000 billetes de 1 dólar. Viendo salir los billetes, nuevecitos, de su prensa, sueña por dentro:
— “¡Cómo son fáciles de hacer, estos billetes! Sacan su valor de los productos que servirán para comprar. Sin productos, los billetes no valdrían nada. Mis cinco clientes tontos no piensan en esto. Creen que es el oro que garantiza el dinero. ¡Los tengo amarrados por su ignorancia!”
Por la noche, los cinco llegan corriendo cerca de Martín.
8. ¿Para quien será el dinero?
Cinco fajos de billetes están ahí, sobre la mesa.
— “Antes de distribuirles este dinero, dice el banquero, hace falta entenderse.”
“El dinero está basado en el oro. El oro, colocado en la bóveda de mi banco, me pertenece. En consecuencia, el dinero es mío... ¡Oh, no estén tristes! Voy a prestarles este dinero, y ustedes lo emplearán a su antojo. Mientras tanto, les cargo solamente el interés. Dada la rareza del dinero en la Isla, ya que no hay de todo, creo ser razonable pidiendo un pequeño interés de 8 por ciento solamente.”
— “En efecto, Señor Martín, usted. es muy generoso.”
— “Un último punto, amigos míos. Los negocios son los negocios, inclusive entre los mejores amigos. Antes de cobrar su dinero, cada uno de ustedes va a firmar este documento: es el compromiso por parte de cada uno de ustedes de reembolsar capital e intereses, bajo pena de confiscación por mí de sus propiedades. ¡Oh, simple garantía! No tengo ningún interés de quedarme jamás con sus propiedades, me contento con el dinero. Estoy seguro que conservarán sus bienes y que me devolverán el dinero.”
— “Esto está lleno de buen sentido, Señor Martín. Vamos a redoblar los esfuerzos en el trabajo y se lo devolveremos todo.”
— “Eso es. Vuelvan a verme cada vez que tengan problemas. El banquero es el mejor amigo de todo el mundo... Muy bien, aquí tienen para cada uno sus 200 dólares.”
Y nuestros cinco hombres se van encantados, las manos y la cabeza llenos de dinero.
9. Un problema de aritmética
El dinero de Martín ha circulado en la Isla. Los intercambios se han multiplicado a la vez que se han simplificado. Todo el mundo se regocija y saluda a Martín con respeto y gratitud.
No obstante, el geólogo está inquieto. Sus productos están todavía bajo tierra. No tiene más que algunos dólares en su bolsillo. ¿Cómo reembolsar al banquero en el plazo que se acerca?
Después de haberse roto la cabeza mucho tiempo ante su problema individual, Tomás lo trata socialmente:
“Considerando la población entera de la isla, piensa él, ¿somos capaces de cumplir con nuestros compromisos? Martín ha hecho una suma total de 1000 dólares. Y nos reclama un total de 1080 dólares.
Inclusive si reuniéramos todo el dinero de la isla para llevárselo, esto haría 1000 y no 1080. Nadie ha hecho los 80 dólares de más.
Hacemos cosas, no dinero. Martín podrá entonces quedarse con toda la isla, porque todos juntos no podemos reembolsar capital e intereses.
 “Si los que tienen posibilidad devuelven su parte de dinero sin preocuparse de los demás, algunos van a caer enseguida, y otros van a sobrevivir. Pero les tocará su turno y el banquero se quedará con todo. Más vale unirse enseguida y tratar este asunto socialmente.”
Tomás no tiene dificultad para convencer a los demás de que Martín les ha engañado. Se ponen de acuerdo para una cita general en casa del banquero.
10. Benevolencia del banquero
Martín adivina su estado de ánimo, pero hace buena cara. El impulsivo Francisco presenta el caso:
— “¿Cómo podemos devolverle 1080 dólares cuando no hay más de 1000 dólares en toda la isla?”
— “Es el interés, mis buenos amigos. ¿Su producción no ha aumentado?”
— “Sí, pero el dinero, él, no ha aumentado. Y es precisamente dinero que usted reclama, y no productos. Sólo usted puede hacer dinero. Ahora bien, usted no hace más que 1000 dólares y pide 1080 dólares. ¡Es imposible!”
— “Esperen, amigos míos. Los banqueros se adoptan siempre a las condiciones, para el mayor bien del público... No voy a pedir más que el interés. Nada más que 80 dólares. Seguirán guardando el capital.”
— “¿Usted perdona nuestra deuda?”
— “Eso sí que no. Lo siento, pero un banquero nunca perdona una deuda. Ustedes me deberán todavía todo el dinero prestado. Pero ustedes me van a devolver cada año solamente el interés, y no voy darles prisa para que devuelvan el capital. Algunos de entre ustedes pueden llegar a ser incapaces de pagar inclusive su interés, porque el dinero va del uno al otro. Pero organícense ustedes en una nación, y pónganse de acuerdo en un sistema de impuestos. Pagarán más los que tendrán más dinero, y los otros menos. Con tal de que me traigan todos el total del interés, estaré satisfecho y su nación se llevará bien.”
Nuestros hombres se retiran, medio calmados, medio pensativos.
11. El éxtasis de Martín
Martín está solo. Se concentra y llega a esta conclusión:
“Mi negocio es bueno. Buenos trabajadores, esto hombres, pero ignorantes. Su ignorancia y su credulidad hacen mi fuerza. Querían dinero, les puse las cadenas. Me han cubierto de flores mientras les engañaba.
“¡Oh gran banquero!, siento tu genio apoderarse de mi ser. Tú lo has dicho bien, oh ilustre maestro: «Que se me conceda el control de la moneda de una nación y me río de quien hace sus leyes. » Soy el maestro de la Isla de los Náufragos, porque controlo su sistema de dinero.
“Yo podría controlar el universo. Lo que estoy haciendo aquí, yo, Martín, puedo hacerlo en el mundo entero. Si un día salgo de este islote, sabré cómo gobernar el mundo entero sin tener ningún cetro.”
Y toda la estructura del sistema bancario se eleva en el espíritu encantado de Martín.
12. Crisis de vida
No obstante, la situación empeora en la Isla de los Náufragos. Aunque la productividad aumenta, los intercambios disminuyen. Martín exige regularmente sus intereses. Hay que pensar en ahorrar dinero para él. El dinero no circula.
Los que pagan más impuestos gritan contra los otros y aumentan sus precios para lograr compensación. Los más pobres, los que no pagan impuestos, gritan contra el costo elevado de la vida y compran menos.
La moral baja, la alegría de vivir se pierde. No se tiene más corazón para obrar. ¿Para qué? Los productos se venden mal; y cuando se venden, hay que pagar impuestos a Martín. Cada uno se priva. Es la crisis. Y cada uno acusa a su vecino de faltar a la virtud y de ser la causa de la carestía de la vida.
Un día, Enrique, pensando en medio de sus huertos, concluye que el “progreso” traído por el sistema monetario del banquero lo ha echado todo a perder en la Isla. Ciertamente, los cinco hombres tienen sus defectos; pero el sistema de Martín alimenta todo lo que hay de malo en la naturaleza humana.
Enrique decide convencer y ganarse a sus compañeros. Comienza por Jaime. Esto se hace rápido: “¡Eh!, dice Jaime, yo no soy un erudito; pero hace tiempo que lo siento: ¡el sistema de ese banquero está más podrido que el estiércol de mi establo en la última primavera!”
Todos están convencidos, uno tras otro, y se decide una nueva entrevista con Martín.
13. En casa del forjador de cadenas
Hubo tempestad en casa del banquero:
— “El dinero está escaso en la isla, Señor, porque usted, nos lo retira. Se le paga, se le paga, y se le debe todavía tanto como al inicio. Se trabaja, se hacen las tierras más bellas, y nos encontramos peor que antes de su llegada. ¡Deuda! ¡Deuda! ¡Deuda por encima de la cabeza!”
— “Vamos, amigos míos, razonemos un poco. Si sus tierras son más bellas, es gracias a mí. Un buen sistema bancario es el activo más bello de un país. Pero para aprovecharlo, hace falta antes que nada guardar toda confianza en el banquero. Vengan hacia mí como hacia un padre... ¿Ustedes quieren dinero? Muy bien. Mi barril vale muchas veces mil dólares... Tomen, voy a hipotecar sus nuevas propiedades y prestarles otra vez 1000 dólares de inmediato.”
— “¿Dos veces más deudas? ¿Dos veces más de interés a pagar cada año, sin nunca terminar?”
— “Sí, pero les iré prestando, a medida que ustedes aumentarán su riqueza territorial; y ustedes no me devolverán nunca nada más que el interés. Ustedes amontonarán los prestamos; llamarán esto deuda consolidada. Deuda que podrá aumentar de año en año. Pero su ganancia también. Gracias a mis préstamos, desarrollarán a su país.”
— “Entonces, ¿cuanto más produzcamos, mas será nuestra deuda total?”
— “Como en todos los países civilizados. La deuda pública es un barómetro de la prosperidad.”
14. El lobo se come a los corderos
— “¿Es esto que usted llama moneda sana, Señor Martín? una deuda nacional que se vuelve necesaria y que no se puede pagar, esto no es sano, es malsano.”
— “Señores, toda moneda sana debe ser basada en el oro y salir del banco en estado de deuda. La deuda nacional es una buena cosa: ella coloca los gobiernos bajo la sabiduría encarnada de los banqueros. Como banquero, yo soy una antorcha de civilización en su isla.”
— “Señor Martín, nosotros somos ignorantes, pero no queremos aquí esa civilización. No pediremos ningún préstamo más de usted. Moneda sana o no, no queremos más tratos con usted.”
— “Lo siento por esta decisión malhábil, Señores. Pero si ustedes rompen conmigo, tengo sus firmas. Reembólsenme inmediatamente todo, capital e intereses.”
— “Pero es imposible, Señor. Incluso si le diéramos todo el dinero de la isla, no quedaríamos sin deuda.”
— “¿Que puedo hacer en eso? ¿Han firmado? ¿Sí o no? Pues bien, en virtud del reglamento de los contratos, me apodero de todas sus propiedades empeñadas, tal como quedó convenido entre nosotros, cuando ustedes estaban tan contentos de tenerme. Ustedes no quieren servir de buena fé al poder supremo del dinero, pues lo servirán a la fuerza. Continuarán explotando la isla, pero para mí y bajo mis condiciones. Vamos. Les comunicaré mis órdenes mañana.”
15. El control de los periódicos
Martín sabe que aquel que controla el sistema monetario de una nación controla también esta nación. Pero él sabe también que, para mantener este control, hace falta mantener el pueblo en la ignorancia y distraerlo en otra cosa.
Martín ha notado que, entre los cinco insulares, dos son conservadores y tres son liberales. Esto se nota en las conversaciones de los cinco, por la noche, sobretodo desde que se han vueltos sus esclavos. Hay peleas entre azules y rojos.
De vez en cuando, Enrique, el menos partidista, sugiere una fuerza en el pueblo para hacer presión sobre los gobernantes... Fuerza peligrosa para toda dictadura.
Martín hará todo lo posible por envenenar sus discordias políticas. Valiéndose de su pequeña prensa, publica dos folletos semanales: “El Sol”, para los rojos; “La Estrella”, para los azules.
“El Sol” dice: Si ustedes no son ya los dueños de su país, es a causa de estos azules atrasados, siempre pegados a los grandes intereses.
La Estrella” dice: Su deuda nacional es obra de esos malditos rojos, siempre listos para las aventuras políticas.
Y nuestros dos grupos políticos se pelean cada vez más, olvidando que el verdadero forjador de cadenas, el controlador del dinero, es Martín.
16. Un resto precioso
Un día, Tomás, el geólogo, descubre, encallada al fondo de una ensenada, a la extremidad de la isla, y cubierta por altas hierbas, unos restos de una canoa de salvamento, sin remos, sin otra huella de servicio que una caja bastante bien conservada.
Abre la caja: además de ropa y algunos efectos diversos, su atención se fija sobre un libro-álbum en bastante buen estado, titulado: Las ediciones de Primer año de San Miguel (en francés, “Vers Demain").
"! Pero, exclama él, aquí está lo que hubiéramos debido saber desde hace tiempo:
“El dinero no saca de ninguna manera su valor del oro, sino de los productos que el dinero compra.
“El dinero puede consistir en una sencilla contabilidad, los créditos pasados de una cuenta a otra según las compras y las ventas. Además, el total del dinero debe estar en relación con el total de la producción.
“A todo aumento de producción debe corresponder un aumento equivalente del dinero... Nunca pagar interés alguno sobre el dinero que nace... El progreso queda representado, no por una deuda pública, sino por un dividendo igual para cada uno... Los precios quedan ajustados al poder de compra por un coeficiente de los precios. El Crédito Social...”
Tomás no aguanta más. Se levanta y corre, con su libro, a comunicar su descubrimiento a sus cuatro compañeros.
17. El dinero, simple contabilidad
Y Tomás, actúa como profesor delante de una pizarra:
“He aquí, dice él, lo que habríamos podido hacer, sin el banquero, sin oro, sin firmar ninguna deuda.
“Abro una cuenta a nombre de cada uno de ustedes. A la derecha, el haber, lo que aumenta la cuenta; a la izquierda, el debe, lo que disminuye la cuenta.
“Cada uno quería 200 dólares. para empezar. De común acuerdo, decidimos escribir 200 dólares al crédito de cada uno. Cada uno posee pues enseguida 200 dólares.
“Francisco compra productos de Pablo, por 10 dólares. Resto 10 dólares de Francisco; le quedan entonces 190 dólares. Añado 10 dólares a Pablo, que tiene entonces 210 dólares.
“Jaime compra a Pablo por valor de 8 dólares. Resto 8 dólares de Jaime, a quien le quedan 192 dólares. Pablo, tiene ahora 218 dólares.
“Pablo compra madera de Francisco, por 15 dólares. Resto 15 dólares de Pablo, al cuál le quedan 203 dólares; añado 15 dólares a Francisco, que tiene ahora 205 dólares.
“Y así sucesivamente; de una cuenta a la otra, exactamente como los billetes de papel van de un bolsillo al otro.
“Si uno de nosotros tiene necesidad de dinero para aumentar su producción, se le abre el crédito necesario, sin interés. Él reembolsa el crédito una vez que la producción sea vendida. Lo mismo para los trabajos públicos.
“Se aumentan también, periódicamente, las cuentas de cada uno con una suma adicional, sin restar a nadie, en correspondencia con el progreso social. Es el dividendo nacional. El dinero es así un instrumento de servicio.”
18. Desesperación del banquero
Todos han entendido. La pequeña nación se ha vuelto creditista. Al día siguiente, el banquero Martín recibe una carta firmada por los cinco:
“Señor, usted nos ha llenado de deudas y explotado sin ninguna necesidad. No tenemos más necesidad de usted para regir nuestro sistema de dinero. Tendremos desde ahora todo el dinero que nos hace falta, sin oro, sin deuda, sin ladrón. Establecemos de inmediato en la Isla de los Náufragos el sistema del Crédito Social. El dividendo nacional reemplazará la deuda nacional.
“Si usted tiene interés en ser reembolsado, podemos remitirle todo el dinero que usted ha hecho por nosotros, nada más. Usted no puede reclamar lo que usted. no ha hecho.”
Martín queda desesperado. Su imperio se derrumba. Los cinco, ahora vueltos creditistas, no hay más misterio de dinero o de crédito para ellos.
“¿Qué hacer? ¿Pedirles perdón, hacerse como uno de ellos? ¿Yo, banquero, hacer esto?... No. Voy más bien a tratar de pasar sin ellos, viviendo apartado.”
19. Engaño descubierto
Para protegerse contra toda reclamación futura posible, nuestros hombres han decidido hacer firmar al banquero un documento atestando que él posee todavía todo lo que tenía cuando vino a la isla.
He ahí inventario general: la canoa, la pequeña prensa y... el famoso barril de oro.
Fue necesario que Martín indique el lugar, y que se proceda a desenterrar el barril. Nuestros hombres lo sacan del hoyo con mucho menos respeto esta vez. El Crédito Social les ha enseñado a despreciar el fetiche oro.
El geólogo, cargando el barril, encuentra que para ser oro esto no pesa mucho: “Dudo mucho que este barril esté lleno de oro”, dice él.
El impulsivo Francisco no vacila más tiempo. Un golpe de hacha y el barril echa por tierra su contenido: de oro, ¡ni un gramo! ¡Rocas, nada más que vulgares rocas sin valor!...
Nuestros hombres se quedan aterrados:
— “¡Y pensar que nos ha mistificado hasta tal punto, el miserable! ¡Que bobos hemos sido, también, para caer en éxtasis delante de la sola palabra ORO!”
— “¡Pensar que hemos empeñado todas nuestras propiedades por pedazos de papel basados sobre cuatro paladas de rocas! ¡Además de ladrón mentiroso!”
— “¡Pensar que nos hemos puesto mala cara y odiado los unos a los otros durante meses y meses por tal engaño! ¡Qué demonio!”
Apenas Francisco había levantado su hacha que el banquero salía corriendo hacia el bosque.

martes, 19 de julio de 2011

El repato revolucionario del territorio,entre utoía y tecnocracia (El libro negro de la Revolución francesa)

(De como irrumpieron en la historia los partidos políticos y la partitocracia en la Revolución Francesa liquidando el mandato imperativo y por tanto la verdadera representación)




Capítulo XVI EL REPARTO REVOLUCIONARIO DEL TERRITORIO, ENTRE UTOPÍA Y TECNOCRACIA“Establecer la Constitución es para nosotros reconstruir y regenerar el Estado. No es necesario pues que una pusilanimidad rutinaria nos tenga esclavizados al antiguo orden de las cosas, cuando es posible establecer las mejores bases y necesario disponer los resortes del Gobierno para los nuevos efectos que se trata de obtener. Como no habría regeneración si no se cambiaba nada, sólo habría una superficial y pasajera, si los cambios se limitaran a simples paliativos, dejando subsistir la causa de los antiguos defectos. No tratemos de hacer la Constitución, si no queremos regenerar a fondo.”

Así habla en 1790, delante de la Asamblea Constituyente, el Normando Jacques Guillaume Thouret, abogado, diputado del tercio de Ruán, uno de los más finos juristas de la asamblea, miembro del Comité de constitución y ponente este día de su proyecto de reparto del territorio. Un hombre que no dudaba ciertamente entonces que formaría parte de las víctimas de esta furia regeneradora que llama con sus votos y que se llevará al cadalso en el mismo carro que Malesherbes, el último defensor de Luís XVI.

Pues desde los primeros días noviembre de 1789, cuando combate la organización del territorio como tantos otros ámbitos, la Revolución francesa se proponen luchar sin descanso contra todo lo que podría dividir un cuerpo social y político unitario supuestamente revelado por la simbólica noche del 4 de agosto. Pero esta unidad es también, desde el principio del fenómeno revolucionario, indisolublemente vinculada una uniformidad pensada como necesaria, y esto por tres razones complementarias.

La primera revela, por supuesto, la pasión de la igualdad. No el entusiasmo para esta igualdad “varonil” que describirá Alexis de Tocqueville, que empuja a al hombre a intentar igualar a los que le son superiores, sino esta pasión que mencionan también al pensador normando, que nombraríamos igualitarismo, la que promueve a rebajarlo todo al más pequeño común denominador . En este sentido, este reparto territorial que se debate en la Constituyente puede parecer no ser más que un avatar de esta pasión igualitaria, el simple fruto de una misma voluntad de hacerlo pasar todo, hombres y territorios, bajo una talla idéntica. Pero el igualitarismo no es sin embargo todo, y en estos debates por el establecimiento de un nuevo orden de derecho público, no es evocado principalmente para justificar estas elecciones.

La principal razón, el fundamento intelectual de las primeras reformas se podría decir, la igualdad siendo aquí representativa de la segunda fase revolucionaria , es la voluntad de organizar mejor los cuadros de la sociedad. La razón, que permite al hombre comprender el bien público, debe dictarle también las formas de su organización social. Pero supone entonces un análisis exterior de los problemas, hecha por algunos cerebros superiores en sus gabinetes, descartando los datos de la historia. Este razonamiento es necesariamente simple, en una aproximación a la vez científica y utilitarista que se combina muy bien con la pasión igualitaria y la negación de las diferencias que se deriva. Para nuestros modernos de entonces, toda organización dispar, enredada, de forma irregular, no podría razonablemente prevalecer sobre la belleza de un idéntico esquema extendido al conjunto del territorio.

Pues lo que no es razonable sus ojos, o lo que no lo es más, en tanto que eso haya sido un día justificable por tal o cual consideración factual, es la organización territorial de un Antiguo régimen que conocía efectivamente una gran diversidad de repartos administrativos, a los cuales correspondían a menudo derechos particulares. A pesar de la redacción de los costumbres provinciales bajo el control del poder real, a pesar de la tentativa de sustituir un derecho francés “nacional” a los derechos locales, éstos siguen siendo dispares, como lo son también las infraestructuras, las economías, los métodos de arrendamiento del suelo o el diferente pesos de las ciudades, sin olvidar especificidades culturales que refuerza a veces la existencia de una lengua. Como lo señala Thouret, que será luego uno de los padres de la división territorial revolucionaria, “el reino está dividido en tantas divisiones diferentes como distintas especies de regímenes o poderes: en diócesis con relación eclesiástica; en gobiernos con relación militar, en generalidades con relación administrativo; en arriendos con relación judicial. […] no solamente, añade, hay desproporciones demasiado fuertes en la extensión del territorio, sino que estas antiguas divisiones, que no ha determinado ninguna combinación política, y que sola la práctica puede hacer tolerable, son viciosas bajo varios relaciones, tanto públicas como locales’. ”

Ahora bien la voluntad de reforma racional e igualitaria encuentra aquí un deseo de las administraciones que preexiste al fenómeno revolucionario. El Antiguo Régimen disponía de una administración central eficaz, compuesta de empleados del Estado a veces elegidos fuera de las clásicas redes nobiliarias en relación con el poder, y para los cuales eficacia debía prevalecer. Y, vistas desde París o desde estas sedes descentralizadas del poder central que son las intendencias, en resumen vistas con ojos “modernos”, las supervivencias “góticas” no tienen obviamente razón de existir.

Pero si el Antiguo Régimen había intentado reformarse con la creación de nuevas estructuras o nuevos poderes, era sin hacer desaparecer las antiguas divisiones. Excluyamos aquí la reforma parlamentaria emprendida por el canciller Maupeou, y que resultó menos de una voluntad de racionalización que al deseo de liberar el poder real de las pretensiones parlamentarias. La creación de los generalidades, es una tentativa para evitar las molestias de la gran diversidad, reforma inacabada que el régimen intentará aún con la de las asambleas provinciales. Aparecen por otra parte los términos modernos. Ya en 1765 , de Argenson pide la división del reino en departamentos, un término utilizado en la administración de Puentes y Calzadas, donde cada ingeniero tiene un “departamento” como circunscripción de acción, y, en 1787, las asambleas provinciales de la generalidad de Île-de-France serán reunidas por departamentos. La técnica moderna misma empuja en este sentido. Los ingenieros de Puentes que acabamos de mencionar, casta de técnicos ultraespecializados creada en 1716, se basan en el establecimiento de la carta de Cassini y sobre el conocimiento profundo que ella iba a aportar del territorio sujeto su control, para imponer su poder racionalizando la organización y el uso del espacio.

Así pues, en este Antiguo Régimen donde no es uniforme nada, una parte de la administración considera, fuera como se ve de todo debate sobre la igualdad de derechos, y esencialmente para afirmar su poder, que numerosas cosas deberían llegar a serlo. Si la visión tocquevillienne de un reino preparando las grandes reformas administrativas de la Revolución y, sobre todo, del Imperio, es seguramente excesiva, una nueva cultura administrativa está efectivamente en germen. Pero el reino permanece “erizado de libertades”, y los privilegios de las parroquias, municipios o sociedades son aún tantas defensas contra una administración por esencia siempre más intervensionista, tanto es así que el poder administrativo, no más que otros, no sabría autolimitarse.

El jurista está compartido entre dos enfoques, del que uno aprehende la Revolución como una ruptura ideológica asumida, cuando el segundo lo vería reanudar la marcha ya empezada hacia el modernidad administrativa. Lo que es cierto, es que el ataque contra las antiguas divisiones territoriales - con todas sus consecuencias en términos de nivelación de las especificidades jurídicas y culturales - viene todo tanto del interior del régimen como del exterior. Como lo declara Thouret la tribuna de la Constituyente presentando el informe al Comité de constitución sobre la nueva organización administrativa del reino: “Desde hace tiempo, los publicistas y las buenos administradores desean a una mejor división del reino: porque todas las que existen son excesivamente desiguales, y que no hay ninguna que sea regular, razonable, y cómoda, sea al administrador, sea a todas las partes del territorio administrado.”

Pero hay aún un punto a evocar, una tercera razón para la imperiosa necesidad de la redefinición territorial, el cambio de perspectiva que ofrecen el nuevo método de expresión de la voluntad general y la existencia de un órgano legislativo elegido. Este método de elaboración de la ley es en efecto la justificación esencial presentada la asamblea revolucionario para el renovación territorial. Se conocen los términos del debate en torno a la imposibilidad de poner en marcha una democracia directa que supondría la reunión de los ciudadanos – incluso aun cuando se tratara solo de los ciudadanos activos - en un mismo lugar. Será necesario pues representantes, que pueden ser titulares de un mandato imperativo, así pues perpetuamente revocables por sus comitentes, o de un mandato representativo, y libres entonces de actuar como les parezca para despejar la voluntad general. Eligiendo constituirse en Asamblea nacional, los elegidos de los Estados generales, procediendo del mandato que se les había confiado y que sólo consistía presentar los cuadernos de quejas de su orden y su distrito electoral, se comprometen, al término de debates agitados, en la única vía posible: liberarse de la idea de todo mandato imperativo y considerar que una vez reunidos representan la nación.

Es preciso asumirlo como ruptura total y necesaria. “Establecer la Constítutción, declara a Thouret a los diputados, es llevar en nombre de la nación [...] la ley suprema que vincula y subordina las diferentes partes al todo. El interés de este todo, es decir de la nación en cuerpo, puede solo determinar las leyes constitucionales; y nada de lo que concerniera a los sistemas, a los prejuicios, a las prácticas, a las pretensiones locales, puede entrar en la balanza. Si nos miramos menos como los representantes de la nación que como estipulantes de la ciudad, el arriendo o la provincia de donde somos enviados, prosigue el abogado normando; si, extraviados por esta falsa opinión de nuestro carácter, hablando mucho de nuestro país y muy poco del reino, ponemos el afecto provincial en paralelo con el interés nacional; me atrevo a demanadar, ¿seríamos dignos de haber sido elegido como los regeneradores del Estado'? ”

Es también para evitar en el futuro toda cuestión de este tipo que se repensado una organización del territorio que supone particularmente la cuestión de los distritos electorales. En este sentido pues, y es la tercera explicación, además de a la pasión igualitarista y de la voluntad de racionalización, el planteamiento revolucionario es también la consecuencia de necesidades jurídicas, y la única elección que ha sido hecha del sistema representativo la implicaría necesariamente según los excelentes juristas presentes la Constituyente.

¿Las consecuencias serían nefastas para las libertades? No, ya que la Revolución, haciendo desaparecer el despotismo, habrá vuelto inútiles los contrapoderes de las libertades locales. Curiosamente nadie parece entonces desconfiarse del peligro que harían correr a las libertades individuales una asamblea o administración central. En una acepción muy rousseauniana la elección supone garantizar la llegada al poder - al menos mayoritariamente - de individuos preocupados solo por bien común, y, hecha por los representantes de la nación, la ley no sabría ser más que ventajosa para todos. Simbólicamente, en la misma época, el juez ordinario (judicial) por otra parte está invitado a no interesarse en la acción del Estado (ley de 16 y 24 de agosto 1790): de una parte, porque el número de juristas de la Constituyente han lamentado , bajo el Antiguo Régimen, el freno puesto por los parlamentos de la ejecución de las reformas queridas por el poder central; pero también, por otra parte, porque el nuevo Estado, ejecutando las deliberaciones de órganos libremente elegidos, no sabría hacerlo mal.

Por eso se puede prescindir de los contrapoderes representados por las instituciones locales. “La posición no es ya la misma que era antes de la revolución actual, declara a Thouret. Cuando el omnipotencia estaba de hecho en las manos de los Ministros, y cuando las provincias aisladas tenían derechos e intereses a defender contra el despotismo, cada una deseaba con razón tener su cuerpo particular de administración, y de establecerla al mas alto grado de potencia y fuerza que era posible “. Los tiempos no están ya para estas necesidades, y dejando sus libertades a los poderes locales, es la división de la nación la que estaría en germen. “Temamos, añadimos nuestro Normando, establecer cuerpos administrativos bastante fuertes para emprender resistencia al jefe del poder ejecutivo, y que pueda creerse bastante potente para faltar impunemente la sumisión a la legislatura”. ” Es incluso hasta el recuerdo de las antiguos pretensiones lo que es necesario descartar: según Mirabeau, “Es preciso cambiar la división actual de las provincias, porque después de haber suprimido las pretensiones y los privilegios, sería imprudente lesionar una administración que podría ofrecer medios de reclamarlos y de reanudarlos””. La instrucción del 8 de enero de 1790 anexada al decreto del 22 de diciembre 1789 lo recordarán: El Estado es uno, los departamentos no son más que secciones del mismo todo.

Es necesario pues establecer a una organización “regular, razonable, y cómoda, sea al administrador, sea a todas las partes del territorio administrado”, y dos discursos subtienden estos propósitos: una voluntad de democratización, con instituciones más legibles y un poder más cercano, pero también, paralelamente, un poder central más eficaz y más presente localmente. Es lo que resume bien bastante los famosos argumentos sobre el tamaño óptimo de la circunscripción departamental: suficiente para permitir a todo ciudadano rendirse a su Administración central, a la cabeza de partido, en un día de marcha, y a su administrador de hacer la ida y vuelta de sus puntos más distantes en un día de caballo.

La historiografía francesa gusta en insistir en dos enfoques del reparto territorial, el de Mirabeau por una parte, y la del Comité de constitución, y, en particular, Sieyés y Thouret por otra parte, presentando el primero como el que enmendó el proyecto por demasiado rígido de los segundos aportándole un poco de realismo.

En sus Algunas ideas de constitución aplicables la ciudad de París, el abad escribía que es necesario “por todas partes nueve municipios para formar un departamento de cerca de 324 leguas cuadradas”. Thouret se haya de acuerdo con él sobre la superficie media del departamento. Para él 324 leguas cuadradas le dan… los cuadrados de 18 leguas de lado”. Entiende también dividir este departamento en nueve comunas de 36 leguas cuadradas y de seis leguas de lado… ella misma divididas en cantones de cuatro leguas cuadradas.

Mirabeau desea, él, que cada una de las 40 provincias se reparta en tres departamentos, lo que da 120 en vez de 80, sin comunas o cantones, pero conservando las parroquias. Se opone también la idea de partir de París como centro de un reparto matemático, ya que tal división “cortaría todos los vínculos que estrechan desde mucho tiempo los costumbres, las prácticas, los hábitos, , las producciones y la lengua””. Es que la cuestión -esencial no es a su modo de ver geográfica sino demográfica y que “la población es todo '”. Y más que de atentar a la nueva nación manteniendo ciertos cuadros idéntitarios antiguos, teme, si desaparecen, favorecer el estallido del reino por la pérdida de toda referencia en sus conciudadanos. Importaría pues evitar todos los excesos. “Los departamentos, declara, no serán formados más que por ciudadanos de la misma provincia, quienes ya la conocen, que ya están vinculados por mil relaciones. La misma lengua, las mismas costumbres, los mismos intereses no cesarán de ligarlos unos a otros. ”

Pero el criterio demográfico, lógico para justificar la igual representatividad de los parlamentarios en idénticos circunscripciones electorales, no carece de reproches. Cuando, llevándolo al extremo, Gautier de Biauzat propone apostar exclusivamente por hacer departamentos de 500.000 habitantes, es Thouret quien le acusa de “violar los límites actuales, cruzar el, montañas, cruzar los ríos, y confundir [...] las prácticas, los hábitos y los lenguajes'”.

Ya que, según el diputado normando, el proyecto de reparto del Comité respeta un cuadro identitario, la provincia: “Ninguna provincia, declara, es destruida, ni verdaderamente desmembrada, y ella no cesa de ser provincia, y la provincia de mismo nombre que antes.” “La nueva división, añade, puede hacerse casi por todas partes observando las conveniencias locales y sobre todo respetando los límites de las provincias”, y toma el ejemplo de Normandía de 1789: “Dividida en tres generalidades, escribe, formando tres resortes de intendencia; tiene tres distritos de asambleas provinciales; no subsiste menos bajo su nombre.” Nuestro fino jurista no puede ignorar con todo sino él se trataba en mismo tiempo de un atentado a su identidad, y a sus capacidades de pensarse momo contrapoder. Ciertos diputados emiten pues reservas sobre esta confianza: Delandine lamenta la división del Forez entre Beaujolais y Lyonnais, de otros piden, refiriéndose, en particular, al Languedoc y Bretaña, la creación de asambleas representando estas provincias. Pero los debates se limitan rápidamente al examen de cuestiones muy técnicas, las de saber ¡cómo distribuir las deudas de las antiguas provincias… o a quien hacer pagar los grandes trabajos locales!

La tentativa de racionalización revolucionaria del más pequeño escalón local favorecerá finalmente la continuidad histórica. La cuestión municipal se trata con la urgencia de la creación “espontánea” de comunas, y el la ley del 14 de diciembre de 1789 reconoce la existencia de 44.000 comunas, herederas de las antiguos parroquias, y no las grandes comunas pensadas por Thouret. En cuanto al departamento, la Asamblea Constituyente pone el principio de una tal división del reino por la ley del 22 de diciembre de 1789 - 8 de enero de 1790: artículo 1º. Se retienen un número (tendrá 83), un espacio (300 leguas cuadradas) y contornos geográficos que deberán respetar las antiguas parroquias. Pero departamentos y comunas no son toda la nueva organización territorial: cada departamento estará dividido en nueve distritos, ellos mismos divididos en cantones divididos en comunas. Los departamentos tal como los conocemos, fueron creados por la ley del 26 de febrero y 4 de marzo de 1790.

Esta división revolucionaria suscitó numerosas críticas. Para muchos, se trata de una creación artificial que no fue impuesta más que por una razón política, hacer estallar las antiguas provincias. “Es la primera vez que se ve hombres hacer pedazos la patria de una manera tan bárbara”, escribirá Edmund Burke sus Reflexiones sobre la Revolución de Francia. Añade: “No se conocerá más, se nos dice, ni Gascones ni Picardos, ni Bretones ni, Normandos, sino solamente de Franceses. Pero es más mucho verosímil que vuestro país pronto estará habitado no por franceses, sino por hombres sin patria; nunca se ha conocido hombres unidos por el orgullo, por una inclinación o por un sentimiento profundo a un rectángulo o un cuadrado. Nadie se tendrá nunca. La gloria de llevar el número 71 o llevar alguna otra etiqueta del mismo género” A pesar de la buena voluntad indicada, ciertos departamentos en efecto son en gran medida compuestos: el Aisne y el Oise enredan la île-de-France y Picardíe, la Charente-Maritime el Aunis y el Saintonge, la Haute-Vienne está a caballo sobre el Limnousin, la Marche, lal Guyenne y el Poitou, ,los Bassses-Pirinées descuartizados entre el Pays Basque, el Béam y Gascogne.

Pero el Normando Alexis de Tocqueville respondió en su Ancienne Régirne et la Revolution (1856) que habida cuenta de la centralización monárquico no se hizo apenas, en 1790, más que “despiezar muertos”. Además, el desmantelamiento de las provincias no constituyó siempre una ruptura con el pasado y las tradiciones, ya que el reparto “racional”, efectuado teniendo en cuenta el papel de polo de atracción jugado por las ciudades importantes, integraba realidades económicas y administrativas. Las nuevas circunscripciones se aproximaron pues a veces curiosamente con las antiguas, subdelegaciones para los departamentos bretones o diócesis para el Herault. Las provincias de Bretaña o Normandía se repartieron simplemente en cinco circunscripciones, las de Provence y Franco Condado en tres. Según Frangois Chauvin, los “cinco departamentos de llle-et-Vilaine, de Loire-Atlantique, de Morbihan, de Cótes-du Nord y del Finistere, evocan inevitablemente la antigua distribución del territorio bretón entre cinco tribus galas que son respectivamente losl Riedons, los Namnétes, losl Vénétes, los Coriosolites y losl Osimes '”. Y se encuentra por otra parte el Périgord en Dordogne, el Quercy en el Lot, el Gévaudan en la Lozere, o lo Bourbonnais en el Allier'.

Pero el atentado idéntitario no es sin embargo negable, y la ausencia de compromiso sobre el punto simbólico de la denominación es también muy revelador del espíritu de la época. Puesto que no podría ser cuestión de conservar nombres históricamente connotados, los departamentos van a ser bautizados sobre bases exclusivamente geográficas (en dos tercios por nombres de ríos) incluso cuando estos elementos son casi completamente imaginarios: el departamento de Calvados deberá así su nombre algunas infelices rocas sobre las cuales se habría perdido un galeón de la Armada Invencible… Es que el nuevo Estado se afirma en un nuevo territorio que simboliza el nuevo nombre. Y la crítica de Burke será retomada por Joseph de Maistre en sus Consideraciones sobre Francia, cuando el Saboyardo comparará el ordenamiento de los nuevos departamentos al de los regimientos, en adelante caracterizados por un número (1º o 5º regimiento de dragones…) y no más por un nombre (Real dragones, Coronel general…).

La parte utópica de la regeneración no es pues desdeñable, que se traduzca en un nuevo calendario, una nueva lengua (jaleo de la cortesía y los títulos), de nuevos pesos y medidas o de nuevos nombres. Se sabe, la fase última del ridículo se alcanzará cuando la Revolución se radicalizará y que 3.100 municipios cambiarán de nombre, las unas para recordar un antepasado] ilustran. Cuando Compiègne se convierte en Marat-sur-Oise, Ris-Orangis, Brutus o Santa-Maxime Cassius, los otros para borrar un recuerdo contrarrevolucionario, Versalles que se han convertido en Berceau-de-la-Liberté, Chantilly Égalité-sur-Nonette, Marsella, culpable de levantamiento Ville-sans-nom y Lyon, Commune-affranchie, de otros por fin para descartar un término implicado. Bourg-la-Reine que se han convertido en Burgo-Igualdad y, sobre todo, Grenoble… ¡Grelibre!

¿Cuáles fueron las consecuencias de estos repartos? La pérdida de un sentimiento de solidaridad, ya que, excepcionalmente, el departamento nunca se ha convertido en una esfera de pertenencia. Sondeo tras Sondeo, cuando se les pide su marco privilegiado de enraizamiento, los Franceses siguen mencionando la nación, las región/provincias y los municipios, y aunque establecidos desde hace doscientos años los departamentos presentan siempre la figura de estructura artificial. Al desposeer las provincias, contribuyeron a permitir su eclipse: resultando la pérdida del sentimiento de continuidad histórico y los límites a las posibilidades de crear contrapoderes locales. Pues si el escalón departamental no siempre ha aparecido como mejor adaptado a la puesta en marcha de la descentralización, lo ha sido desde el principio a una desconcentración eficaz, reforzando el poder de este agente del Estado todopoderoso que fue mucho tiempo - y que lo es aún largamente - el prefecto. En resumen, el departamento ha jugado su papel en el desarrollo de una unidad igualadora y contribuyó al refuerzo del peso de la tecnocracia. Los burócratas estarán contentos.

¿Las cosas han cambiado? La descentralización, pedida por desde hace unos años, parece no ser acordad hoy día porque que no permite ya la emergencia de verdaderos contrapoderes. ¿Volvería a reanudar la cadena del tiempo? Pero, ¿donde están las antiguas provincias en los numerosos repartos: tecnocráticos que el DATAR ( Délegation interministerielle à la Amenegement du Territoire et al Atractivité Regionale ) a ha retomado de Vichy? Se temía en el siglo XIX, la afirmación de poderes locales llevados por las comunidades orgánicas. ¿Pero existen aún estos últimos, laminados por la pseudocultura planetaria y “folklorizados” en parques temáticos para turistas amnésicos? Al combatir las pequeñas patrias, la Revolución ha impedido quizá el estallido de la nación de nación; pero, más seguramente aún, ha contribuido a hacer de los franceses menos que sujetos, simples administrados.

CHRISTOPHE BOUTIN,

profesor de Derecho público, Universidad de Caen.
http://cofreculturalcastellano.blogspot.com/2010/08/el-repato-revolucionario-del.html

lunes, 18 de julio de 2011

Teoría de los poderes (Jaime RodrígueArana. El Correo Gallego 17-7-2011)


Teoría de los poderes


Jaime Rodríguez-Arana

Catedrático de Derecho Administrativo

El Correo Gallego 17 julio 2011
LA FAMOSA teoría de los poderes y contrapoderes, de la fragmenta­ción del poder, tan relevante como inédita desde un punto sustancial en este tiempo, podemos proyec­tarla sobre una realidad hoy inquietante. Me refiero al poder financiero, un poder que tiende a actuar, desde una perspectiva material, al margen de los contro‑
les. Unos controles que formal­mente existen pero que, como en el caso de la política, se superan sin especiales dificultades. Ahí están, por ejemplo, las tan famosas como polémicas agencias de rating, unas instituciones privadas que realizan obvias funciones de interés gene­ral, que cobran para quien requie­re sus servicios y que, por sorprendente que pueda parecer, están controladas por las mayores fortunas y fondos de este tiempo. Los inversores, que son los dueños de estas agencias, deben consultar­las para conocer el prestigio de las corporaciones que desean finan­ciarse en los mercados.

El poder, no sólo el político, tam­bién el financiero, y de qué forma, se ha concentrado hasta límites obscenos. El problema es que vol­ver, como hace siglos, á cuestionar el poder absoluto no es sencillo y choca con los intereses creados. La política, como necesita de gran­des sumas de dinero para actuar, acaba cautiva de las entidades financieras, que dominan todos los resortes, económicos y mediá­ticos, dificultando o impidiendo de hecho que se puedan aprobar nor­mas que fragmenten el poder, que hagan muy dificil que el poder se nos presente como esa máquina de todopoderosa dominación en que se ha convertido.

La crisis económica y financie­ra, hasta cierto punto provocada por la infinita sed de codicia que alimenta la fenomenal estructu­ra de acumulación de dinero e influencia en que los políticos han dejado que se convierta el sistema financiero global, es una buena ocasión para reflexionar sobre los cambios que deberían introducirse para racionalizar y humanizar un modelo que está dejando demasia­dos muertos en el camino. No pue­de ser que el lucro, toda ganancia obtenida sin contraprestación, que la maximización del beneficio, sea el fundamento del sistema econó­mico y financiero. El sistema debe racionalizarse, abrirse también a las exigencias de una inteligente democratización, servir para ele­var la dignidad de todos los seres humanos que en él intervienen. La figura de la persona que primero se usa y después se tira cuando ya no sirve es, lamentablemente, un reflejo bastante real de lo que está pasando.

Las medidas que se están adop­tando no son más que parches. No van al fondo de la cuestión. Ni mucho menos. Democratizar los mercados, humanizarlos, sería un gran bien para la humanidad. Los empresarios no dejarían de obtener lógicos beneficios. Los empleados podrían mejorar sus­tancialmente sus condiciones de vida. La deslocalización se deten­dría. Los políticos deberían apro­bar normas en los parlamentos que impidan que una sutil concer­tación de inversores que controlan las agencias de calificación pongan en jaque la deuda soberana de un país o echar por tierra un sistema monetario de integración.

A pesar de todo, a pesar de que comience a cuajar un genui­no derecho a la indignación en muchos ciudadanos de todo el mundo, la magnitud de los cam­bios reclama una voluntad política para afrontarlos que es todavía una incógnita. La obvia falta de liderazgo a escala mundial es un no pequeño problema. La voraci­dad de una minoría que presiona para no perder la posición es una realidad inquietante. Una posición que se ha mantenido sabiendo inteligentemente controlar, por diversos medios, a una clase polí­tica que necesita de los medios económicos y financieros precisos para acrisolar y conservar el poder político.

Vivimos tiempos apasionantes. Fragmentar el poder, humanizarlo,

abrirlo al amplio espacio público, plural y dinámico, es un reto que

 está en la agenda política global.



viernes, 15 de julio de 2011

AVILA 15M

Foro indignados

¿Qué es el mandato imperativo?

¿Qué es el mandato imperativo? | Representación Real Ya


¿Qué es el mandato imperativo?

Entre las propuestas de los indignados sobresalen aquellas encaminadas a mejorar el llamado  llamado “déficit democrático”, esto es, el respeto de las instituciones políticas a la voluntad del pueblo, sobre todo en los temas de mayor trascendencia, mediante la convocatoria de referéndums vinculantes, y no sólo consultivos. Así, leemos en la web de DRY, en su apartado de “Propuestas”: 
  • Referéndums obligatorios y vinculantes para las cuestiones de gran calado que modifican las condiciones de vida de los ciudadanos.
  • Referéndums obligatorios para toda introducción de medidas dictadas desde la Unión Europea.
En realidad, sin saberlo, con estas exigencias están reclamando el retorno parcial del mecanismo denominado mandato imperativo, pues el referéndum es una forma de democracia directa, opuesta a la democracia representativa que hoy impera en la mayor parte de naciones del globo, y su resultado vinculante supone la predeterminación obligatoria de la acción de gobierno a su resultado.

En la democracia representativa, el vínculo que une a electores y elegidos es el mandato representativo, lo que significa que el elegido tiene capacidad de tomar decisiones propias en ejercicio de su función representativa, sin necesidad de consultar ni rendir cuentas ante sus electores, porque en su persona se contiene toda la soberanía nacional, y "la Nación no recibe órdenes de nadie" (Sieyès, 1789).

En cambio, en la democracia directa los electos han de cumplir las instrucciones de sus electores, son directamente responsables ante ellos y tienen el deber de conformarse a su voluntad. En caso contrario, pueden ser removidos de su puesto.

El art. 67.2 de la Constitución Española prohíbe expresamente el mandato imperativo en estos términos: 
“Los miembros de las Cortes Generales no estarán ligados por mandato imperativo”.

¿Por qué esta prohibición? En los manuales de Derecho Político se enseña que tal cosa se debe a la necesidad de salvaguardar la independencia de los legisladores. Pero, ¿acaso a pequeña escala alguien tomaría en serio que un ayuntamiento, o la Junta de una sociedad o una cooperativa debe ser “independiente” de los vecinos o los socios? Muy al contrario, el trámite de la rendición de cuentas a determinados niveles es impuesto incluso con carácter obligatorio (Ley de Asociaciones).

Igual sucede en el Parlamento Europeo, donde, de acuerdo con el principio de democracia representativa que ordena el método de gobierno comunitario, y aunque la inmensa mayoría de los ciudadanos cree de forma natural lo contrario, los eurodiputados no representan a sus nacionales de origen, a pesar de que son los únicos que les han votado, sino a los ciudadanos europeos en su conjunto. Se da con ello el absurdo de que un diputado polaco representa sin discusión posible tanto a un pescador calabrés como a un comerciante del Algarve.

A pesar de ello el texto constitucional se refiere en estos términos a la representación: “Art. 68.4. El Congreso es elegido por cuatro años. El mandato de los Diputados termina cuatro años después de su elección o el día de la disolución de la Cámara”. La utilización del término "mandato" para referirse a los períodos de cuatro años en que los diputados y senadores ejercen su labor institucional es un vestigio o prueba de su verdadera naturaleza, sin que por el momento me refiera al absurdo de la Constitución de considerar al mandato como algo fijo e inamovible, cuando por su propia naturaleza el mandato es necesariamente revocable en caso de incumplimiento.

Es fácil detectar que desde 1978 lo que en realidad ha sucedido es que se ha sustraído al pueblo el vínculo natural que le une a sus representantes para conferírselo a las cúpulas de los partidos políticos, pues no otra cosa que un férreo mandato imperativo es la llamada disciplina de partido, impuesta coactivamente por el aparato del partido al disidente bajo amenaza de multas y sanciones.

Se da la paradoja de que el aparato del partido impone sanciones a los miembros que precisamente han querido ser sensibles a la voluntad de los electores, en un intento de devolución del mandato a sus legítimos dueños.

La introducción de la representatividad sin mandato hizo aflorar muy pronto el problema del “déficit democrático”, que se ha convertido en una cuestión de primer orden para la ciudadanía y que los propios políticos han intentado paliar con iniciativas particulares de carácter más bien deficiente. Así, en las elecciones autonómicas de 2006, el candidato de CiU Artur Mas se comprometió ante los Notarios Joan Carles Ollé, Imma Domper y Lluís Jou a asumir 21 propuestas de un documento que denominó “Contrato con los catalanes”, y que envió por correo a los 5,3 millones de electores catalanes, afirmando que los ciudadanos podían cotejar al cabo de los 4 años el cumplimiento de sus propuestas, y que su incumplimiento podría conllevar “implicaciones políticas”.

A pesar de lo positivo del reconocimiento implícito de la insuficiencia del actual sistema representativo en este tipo de iniciativas, su articulación ha sido por lo general muy deficiente. En el caso de Mas, porque sus propuestas tenían un carácter vago e inconcreto típico de las promesas electorales que las volvía inexigibles, y sobre todo, porque no se articulaban mecanismos de penalización del incumplimiento.

La prohibición del mandato imperativo arranca de la Revolución francesa, que en su Constitución de 1791 lo prohibió de esta forma:
“Los representantes electos por los departamentos no serán representantes de ningún departamento en particular, sino de la Nación entera, y no se les podrá conferir ningún mandato” (art. 7, Secc. III, Cap. I, Título III). 

La Revolución francesa no reconocía ninguna entidad intermedia entre el individuo y el Estado, con lo que desarticuló el mandato que estas entidades conferían a sus procuradores en Cortes, pero es obvio que tal pretensión a día de hoy no tiene sentido (y entonces tampoco), pues se cuentan por cientos las organizaciones sociales que a diario exigen ser escuchadas en sus exigencias, pretensiones y propuestas.

Por eso Antonio García Trevijano en un artículo en su blog en 2007 afirmaba que hoy día la prohibición del mandato imperativo tiene un sentido reaccionario.

Es necesario, por tanto, el retorno del mandato imperativo a sus legítimos dueños: el pueblo, aunque con ello sea precisan reformas constitucionales e institucionales de profundo calado. La libertad lo exige, la justicia lo reclama.