lunes, 27 de junio de 2011

El repato revolucionario del territorio,entre utopía y tecnocracia (El libro negro de la Revolución francesa)

Capítulo XVI EL REPARTO REVOLUCIONARIO DEL TERRITORIO, ENTRE UTOPÍA Y TECNOCRACIA“Establecer la Constitución es para nosotros reconstruir y regenerar el Estado. No es necesario pues que una pusilanimidad rutinaria nos tenga esclavizados al antiguo orden de las cosas, cuando es posible establecer las mejores bases y necesario disponer los resortes del Gobierno para los nuevos efectos que se trata de obtener. Como no habría regeneración si no se cambiaba nada, sólo habría una superficial y pasajera, si los cambios se limitaran a simples paliativos, dejando subsistir la causa de los antiguos defectos. No tratemos de hacer la Constitución, si no queremos regenerar a fondo.”

Así habla en 1790, delante de la Asamblea Constituyente, el Normando Jacques Guillaume Thouret, abogado, diputado del tercio de Ruán, uno de los más finos juristas de la asamblea, miembro del Comité de constitución y ponente este día de su proyecto de reparto del territorio. Un hombre que no dudaba ciertamente entonces que formaría parte de las víctimas de esta furia regeneradora que llama con sus votos y que se llevará al cadalso en el mismo carro que Malesherbes, el último defensor de Luís XVI.

Pues desde los primeros días noviembre de 1789, cuando combate la organización del territorio como tantos otros ámbitos, la Revolución francesa se proponen luchar sin descanso contra todo lo que podría dividir un cuerpo social y político unitario supuestamente revelado por la simbólica noche del 4 de agosto. Pero esta unidad es también, desde el principio del fenómeno revolucionario, indisolublemente vinculada una uniformidad pensada como necesaria, y esto por tres razones complementarias.

La primera revela, por supuesto, la pasión de la igualdad. No el entusiasmo para esta igualdad “varonil” que describirá Alexis de Tocqueville, que empuja a al hombre a intentar igualar a los que le son superiores, sino esta pasión que mencionan también al pensador normando, que nombraríamos igualitarismo, la que promueve a rebajarlo todo al más pequeño común denominador . En este sentido, este reparto territorial que se debate en la Constituyente puede parecer no ser más que un avatar de esta pasión igualitaria, el simple fruto de una misma voluntad de hacerlo pasar todo, hombres y territorios, bajo una talla idéntica. Pero el igualitarismo no es sin embargo todo, y en estos debates por el establecimiento de un nuevo orden de derecho público, no es evocado principalmente para justificar estas elecciones.

La principal razón, el fundamento intelectual de las primeras reformas se podría decir, la igualdad siendo aquí representativa de la segunda fase revolucionaria , es la voluntad de organizar mejor los cuadros de la sociedad. La razón, que permite al hombre comprender el bien público, debe dictarle también las formas de su organización social. Pero supone entonces un análisis exterior de los problemas, hecha por algunos cerebros superiores en sus gabinetes, descartando los datos de la historia. Este razonamiento es necesariamente simple, en una aproximación a la vez científica y utilitarista que se combina muy bien con la pasión igualitaria y la negación de las diferencias que se deriva. Para nuestros modernos de entonces, toda organización dispar, enredada, de forma irregular, no podría razonablemente prevalecer sobre la belleza de un idéntico esquema extendido al conjunto del territorio.

Pues lo que no es razonable sus ojos, o lo que no lo es más, en tanto que eso haya sido un día justificable por tal o cual consideración factual, es la organización territorial de un Antiguo régimen que conocía efectivamente una gran diversidad de repartos administrativos, a los cuales correspondían a menudo derechos particulares. A pesar de la redacción de los costumbres provinciales bajo el control del poder real, a pesar de la tentativa de sustituir un derecho francés “nacional” a los derechos locales, éstos siguen siendo dispares, como lo son también las infraestructuras, las economías, los métodos de arrendamiento del suelo o el diferente pesos de las ciudades, sin olvidar especificidades culturales que refuerza a veces la existencia de una lengua. Como lo señala Thouret, que será luego uno de los padres de la división territorial revolucionaria, “el reino está dividido en tantas divisiones diferentes como distintas especies de regímenes o poderes: en diócesis con relación eclesiástica; en gobiernos con relación militar, en generalidades con relación administrativo; en arriendos con relación judicial. […] no solamente, añade, hay desproporciones demasiado fuertes en la extensión del territorio, sino que estas antiguas divisiones, que no ha determinado ninguna combinación política, y que sola la práctica puede hacer tolerable, son viciosas bajo varios relaciones, tanto públicas como locales’. ”

Ahora bien la voluntad de reforma racional e igualitaria encuentra aquí un deseo de las administraciones que preexiste al fenómeno revolucionario. El Antiguo Régimen disponía de una administración central eficaz, compuesta de empleados del Estado a veces elegidos fuera de las clásicas redes nobiliarias en relación con el poder, y para los cuales eficacia debía prevalecer. Y, vistas desde París o desde estas sedes descentralizadas del poder central que son las intendencias, en resumen vistas con ojos “modernos”, las supervivencias “góticas” no tienen obviamente razón de existir.

Pero si el Antiguo Régimen había intentado reformarse con la creación de nuevas estructuras o nuevos poderes, era sin hacer desaparecer las antiguas divisiones. Excluyamos aquí la reforma parlamentaria emprendida por el canciller Maupeou, y que resultó menos de una voluntad de racionalización que al deseo de liberar el poder real de las pretensiones parlamentarias. La creación de los generalidades, es una tentativa para evitar las molestias de la gran diversidad, reforma inacabada que el régimen intentará aún con la de las asambleas provinciales. Aparecen por otra parte los términos modernos. Ya en 1765 , de Argenson pide la división del reino en departamentos, un término utilizado en la administración de Puentes y Calzadas, donde cada ingeniero tiene un “departamento” como circunscripción de acción, y, en 1787, las asambleas provinciales de la generalidad de Île-de-France serán reunidas por departamentos. La técnica moderna misma empuja en este sentido. Los ingenieros de Puentes que acabamos de mencionar, casta de técnicos ultraespecializados creada en 1716, se basan en el establecimiento de la carta de Cassini y sobre el conocimiento profundo que ella iba a aportar del territorio sujeto su control, para imponer su poder racionalizando la organización y el uso del espacio.

Así pues, en este Antiguo Régimen donde no es uniforme nada, una parte de la administración considera, fuera como se ve de todo debate sobre la igualdad de derechos, y esencialmente para afirmar su poder, que numerosas cosas deberían llegar a serlo. Si la visión tocquevillienne de un reino preparando las grandes reformas administrativas de la Revolución y, sobre todo, del Imperio, es seguramente excesiva, una nueva cultura administrativa está efectivamente en germen. Pero el reino permanece “erizado de libertades”, y los privilegios de las parroquias, municipios o sociedades son aún tantas defensas contra una administración por esencia siempre más intervensionista, tanto es así que el poder administrativo, no más que otros, no sabría autolimitarse.

El jurista está compartido entre dos enfoques, del que uno aprehende la Revolución como una ruptura ideológica asumida, cuando el segundo lo vería reanudar la marcha ya empezada hacia el modernidad administrativa. Lo que es cierto, es que el ataque contra las antiguas divisiones territoriales - con todas sus consecuencias en términos de nivelación de las especificidades jurídicas y culturales - viene todo tanto del interior del régimen como del exterior. Como lo declara Thouret la tribuna de la Constituyente presentando el informe al Comité de constitución sobre la nueva organización administrativa del reino: “Desde hace tiempo, los publicistas y las buenos administradores desean a una mejor división del reino: porque todas las que existen son excesivamente desiguales, y que no hay ninguna que sea regular, razonable, y cómoda, sea al administrador, sea a todas las partes del territorio administrado.”

Pero hay aún un punto a evocar, una tercera razón para la imperiosa necesidad de la redefinición territorial, el cambio de perspectiva que ofrecen el nuevo método de expresión de la voluntad general y la existencia de un órgano legislativo elegido. Este método de elaboración de la ley es en efecto la justificación esencial presentada la asamblea revolucionario para el renovación territorial. Se conocen los términos del debate en torno a la imposibilidad de poner en marcha una democracia directa que supondría la reunión de los ciudadanos – incluso aun cuando se tratara solo de los ciudadanos activos - en un mismo lugar. Será necesario pues representantes, que pueden ser titulares de un mandato imperativo, así pues perpetuamente revocables por sus comitentes, o de un mandato representativo, y libres entonces de actuar como les parezca para despejar la voluntad general. Eligiendo constituirse en Asamblea nacional, los elegidos de los Estados generales, procediendo del mandato que se les había confiado y que sólo consistía presentar los cuadernos de quejas de su orden y su distrito electoral, se comprometen, al término de debates agitados, en la única vía posible: liberarse de la idea de todo mandato imperativo y considerar que una vez reunidos representan la nación.

Es preciso asumirlo como ruptura total y necesaria. “Establecer la Constítutción, declara a Thouret a los diputados, es llevar en nombre de la nación [...] la ley suprema que vincula y subordina las diferentes partes al todo. El interés de este todo, es decir de la nación en cuerpo, puede solo determinar las leyes constitucionales; y nada de lo que concerniera a los sistemas, a los prejuicios, a las prácticas, a las pretensiones locales, puede entrar en la balanza. Si nos miramos menos como los representantes de la nación que como estipulantes de la ciudad, el arriendo o la provincia de donde somos enviados, prosigue el abogado normando; si, extraviados por esta falsa opinión de nuestro carácter, hablando mucho de nuestro país y muy poco del reino, ponemos el afecto provincial en paralelo con el interés nacional; me atrevo a demanadar, ¿seríamos dignos de haber sido elegido como los regeneradores del Estado'? ”

Es también para evitar en el futuro toda cuestión de este tipo que se repensado una organización del territorio que supone particularmente la cuestión de los distritos electorales. En este sentido pues, y es la tercera explicación, además de a la pasión igualitarista y de la voluntad de racionalización, el planteamiento revolucionario es también la consecuencia de necesidades jurídicas, y la única elección que ha sido hecha del sistema representativo la implicaría necesariamente según los excelentes juristas presentes la Constituyente.

¿Las consecuencias serían nefastas para las libertades? No, ya que la Revolución, haciendo desaparecer el despotismo, habrá vuelto inútiles los contrapoderes de las libertades locales. Curiosamente nadie parece entonces desconfiarse del peligro que harían correr a las libertades individuales una asamblea o administración central. En una acepción muy rousseauniana la elección supone garantizar la llegada al poder - al menos mayoritariamente - de individuos preocupados solo por bien común, y, hecha por los representantes de la nación, la ley no sabría ser más que ventajosa para todos. Simbólicamente, en la misma época, el juez ordinario (judicial) por otra parte está invitado a no interesarse en la acción del Estado (ley de 16 y 24 de agosto 1790): de una parte, porque el número de juristas de la Constituyente han lamentado , bajo el Antiguo Régimen, el freno puesto por los parlamentos de la ejecución de las reformas queridas por el poder central; pero también, por otra parte, porque el nuevo Estado, ejecutando las deliberaciones de órganos libremente elegidos, no sabría hacerlo mal.

Por eso se puede prescindir de los contrapoderes representados por las instituciones locales. “La posición no es ya la misma que era antes de la revolución actual, declara a Thouret. Cuando el omnipotencia estaba de hecho en las manos de los Ministros, y cuando las provincias aisladas tenían derechos e intereses a defender contra el despotismo, cada una deseaba con razón tener su cuerpo particular de administración, y de establecerla al mas alto grado de potencia y fuerza que era posible “. Los tiempos no están ya para estas necesidades, y dejando sus libertades a los poderes locales, es la división de la nación la que estaría en germen. “Temamos, añadimos nuestro Normando, establecer cuerpos administrativos bastante fuertes para emprender resistencia al jefe del poder ejecutivo, y que pueda creerse bastante potente para faltar impunemente la sumisión a la legislatura”. ” Es incluso hasta el recuerdo de las antiguos pretensiones lo que es necesario descartar: según Mirabeau, “Es preciso cambiar la división actual de las provincias, porque después de haber suprimido las pretensiones y los privilegios, sería imprudente lesionar una administración que podría ofrecer medios de reclamarlos y de reanudarlos””. La instrucción del 8 de enero de 1790 anexada al decreto del 22 de diciembre 1789 lo recordarán: El Estado es uno, los departamentos no son más que secciones del mismo todo.

Es necesario pues establecer a una organización “regular, razonable, y cómoda, sea al administrador, sea a todas las partes del territorio administrado”, y dos discursos subtienden estos propósitos: una voluntad de democratización, con instituciones más legibles y un poder más cercano, pero también, paralelamente, un poder central más eficaz y más presente localmente. Es lo que resume bien bastante los famosos argumentos sobre el tamaño óptimo de la circunscripción departamental: suficiente para permitir a todo ciudadano rendirse a su Administración central, a la cabeza de partido, en un día de marcha, y a su administrador de hacer la ida y vuelta de sus puntos más distantes en un día de caballo.

La historiografía francesa gusta en insistir en dos enfoques del reparto territorial, el de Mirabeau por una parte, y la del Comité de constitución, y, en particular, Sieyés y Thouret por otra parte, presentando el primero como el que enmendó el proyecto por demasiado rígido de los segundos aportándole un poco de realismo.

En sus Algunas ideas de constitución aplicables la ciudad de París, el abad escribía que es necesario “por todas partes nueve municipios para formar un departamento de cerca de 324 leguas cuadradas”. Thouret se haya de acuerdo con él sobre la superficie media del departamento. Para él 324 leguas cuadradas le dan… los cuadrados de 18 leguas de lado”. Entiende también dividir este departamento en nueve comunas de 36 leguas cuadradas y de seis leguas de lado… ella misma divididas en cantones de cuatro leguas cuadradas.

Mirabeau desea, él, que cada una de las 40 provincias se reparta en tres departamentos, lo que da 120 en vez de 80, sin comunas o cantones, pero conservando las parroquias. Se opone también la idea de partir de París como centro de un reparto matemático, ya que tal división “cortaría todos los vínculos que estrechan desde mucho tiempo los costumbres, las prácticas, los hábitos, , las producciones y la lengua””. Es que la cuestión -esencial no es a su modo de ver geográfica sino demográfica y que “la población es todo '”. Y más que de atentar a la nueva nación manteniendo ciertos cuadros idéntitarios antiguos, teme, si desaparecen, favorecer el estallido del reino por la pérdida de toda referencia en sus conciudadanos. Importaría pues evitar todos los excesos. “Los departamentos, declara, no serán formados más que por ciudadanos de la misma provincia, quienes ya la conocen, que ya están vinculados por mil relaciones. La misma lengua, las mismas costumbres, los mismos intereses no cesarán de ligarlos unos a otros. ”

Pero el criterio demográfico, lógico para justificar la igual representatividad de los parlamentarios en idénticos circunscripciones electorales, no carece de reproches. Cuando, llevándolo al extremo, Gautier de Biauzat propone apostar exclusivamente por hacer departamentos de 500.000 habitantes, es Thouret quien le acusa de “violar los límites actuales, cruzar el, montañas, cruzar los ríos, y confundir [...] las prácticas, los hábitos y los lenguajes'”.

Ya que, según el diputado normando, el proyecto de reparto del Comité respeta un cuadro identitario, la provincia: “Ninguna provincia, declara, es destruida, ni verdaderamente desmembrada, y ella no cesa de ser provincia, y la provincia de mismo nombre que antes.” “La nueva división, añade, puede hacerse casi por todas partes observando las conveniencias locales y sobre todo respetando los límites de las provincias”, y toma el ejemplo de Normandía de 1789: “Dividida en tres generalidades, escribe, formando tres resortes de intendencia; tiene tres distritos de asambleas provinciales; no subsiste menos bajo su nombre.” Nuestro fino jurista no puede ignorar con todo sino él se trataba en mismo tiempo de un atentado a su identidad, y a sus capacidades de pensarse momo contrapoder. Ciertos diputados emiten pues reservas sobre esta confianza: Delandine lamenta la división del Forez entre Beaujolais y Lyonnais, de otros piden, refiriéndose, en particular, al Languedoc y Bretaña, la creación de asambleas representando estas provincias. Pero los debates se limitan rápidamente al examen de cuestiones muy técnicas, las de saber ¡cómo distribuir las deudas de las antiguas provincias… o a quien hacer pagar los grandes trabajos locales!

La tentativa de racionalización revolucionaria del más pequeño escalón local favorecerá finalmente la continuidad histórica. La cuestión municipal se trata con la urgencia de la creación “espontánea” de comunas, y el la ley del 14 de diciembre de 1789 reconoce la existencia de 44.000 comunas, herederas de las antiguos parroquias, y no las grandes comunas pensadas por Thouret. En cuanto al departamento, la Asamblea Constituyente pone el principio de una tal división del reino por la ley del 22 de diciembre de 1789 - 8 de enero de 1790: artículo 1º. Se retienen un número (tendrá 83), un espacio (300 leguas cuadradas) y contornos geográficos que deberán respetar las antiguas parroquias. Pero departamentos y comunas no son toda la nueva organización territorial: cada departamento estará dividido en nueve distritos, ellos mismos divididos en cantones divididos en comunas. Los departamentos tal como los conocemos, fueron creados por la ley del 26 de febrero y 4 de marzo de 1790.

Esta división revolucionaria suscitó numerosas críticas. Para muchos, se trata de una creación artificial que no fue impuesta más que por una razón política, hacer estallar las antiguas provincias. “Es la primera vez que se ve hombres hacer pedazos la patria de una manera tan bárbara”, escribirá Edmund Burke sus Reflexiones sobre la Revolución de Francia. Añade: “No se conocerá más, se nos dice, ni Gascones ni Picardos, ni Bretones ni, Normandos, sino solamente de Franceses. Pero es más mucho verosímil que vuestro país pronto estará habitado no por franceses, sino por hombres sin patria; nunca se ha conocido hombres unidos por el orgullo, por una inclinación o por un sentimiento profundo a un rectángulo o un cuadrado. Nadie se tendrá nunca. La gloria de llevar el número 71 o llevar alguna otra etiqueta del mismo género” A pesar de la buena voluntad indicada, ciertos departamentos en efecto son en gran medida compuestos: el Aisne y el Oise enredan la île-de-France y Picardíe, la Charente-Maritime el Aunis y el Saintonge, la Haute-Vienne está a caballo sobre el Limnousin, la Marche, lal Guyenne y el Poitou, ,los Bassses-Pirinées descuartizados entre el Pays Basque, el Béam y Gascogne.

Pero el Normando Alexis de Tocqueville respondió en su Ancienne Régirne et la Revolution (1856) que habida cuenta de la centralización monárquico no se hizo apenas, en 1790, más que “despiezar muertos”. Además, el desmantelamiento de las provincias no constituyó siempre una ruptura con el pasado y las tradiciones, ya que el reparto “racional”, efectuado teniendo en cuenta el papel de polo de atracción jugado por las ciudades importantes, integraba realidades económicas y administrativas. Las nuevas circunscripciones se aproximaron pues a veces curiosamente con las antiguas, subdelegaciones para los departamentos bretones o diócesis para el Herault. Las provincias de Bretaña o Normandía se repartieron simplemente en cinco circunscripciones, las de Provence y Franco Condado en tres. Según Frangois Chauvin, los “cinco departamentos de llle-et-Vilaine, de Loire-Atlantique, de Morbihan, de Cótes-du Nord y del Finistere, evocan inevitablemente la antigua distribución del territorio bretón entre cinco tribus galas que son respectivamente losl Riedons, los Namnétes, losl Vénétes, los Coriosolites y losl Osimes '”. Y se encuentra por otra parte el Périgord en Dordogne, el Quercy en el Lot, el Gévaudan en la Lozere, o lo Bourbonnais en el Allier'.

Pero el atentado idéntitario no es sin embargo negable, y la ausencia de compromiso sobre el punto simbólico de la denominación es también muy revelador del espíritu de la época. Puesto que no podría ser cuestión de conservar nombres históricamente connotados, los departamentos van a ser bautizados sobre bases exclusivamente geográficas (en dos tercios por nombres de ríos) incluso cuando estos elementos son casi completamente imaginarios: el departamento de Calvados deberá así su nombre algunas infelices rocas sobre las cuales se habría perdido un galeón de la Armada Invencible… Es que el nuevo Estado se afirma en un nuevo territorio que simboliza el nuevo nombre. Y la crítica de Burke será retomada por Joseph de Maistre en sus Consideraciones sobre Francia, cuando el Saboyardo comparará el ordenamiento de los nuevos departamentos al de los regimientos, en adelante caracterizados por un número (1º o 5º regimiento de dragones…) y no más por un nombre (Real dragones, Coronel general…).

La parte utópica de la regeneración no es pues desdeñable, que se traduzca en un nuevo calendario, una nueva lengua (jaleo de la cortesía y los títulos), de nuevos pesos y medidas o de nuevos nombres. Se sabe, la fase última del ridículo se alcanzará cuando la Revolución se radicalizará y que 3.100 municipios cambiarán de nombre, las unas para recordar un antepasado] ilustran. Cuando Compiègne se convierte en Marat-sur-Oise, Ris-Orangis, Brutus o Santa-Maxime Cassius, los otros para borrar un recuerdo contrarrevolucionario, Versalles que se han convertido en Berceau-de-la-Liberté, Chantilly Égalité-sur-Nonette, Marsella, culpable de levantamiento Ville-sans-nom y Lyon, Commune-affranchie, de otros por fin para descartar un término implicado. Bourg-la-Reine que se han convertido en Burgo-Igualdad y, sobre todo, Grenoble… ¡Grelibre!

¿Cuáles fueron las consecuencias de estos repartos? La pérdida de un sentimiento de solidaridad, ya que, excepcionalmente, el departamento nunca se ha convertido en una esfera de pertenencia. Sondeo tras Sondeo, cuando se les pide su marco privilegiado de enraizamiento, los Franceses siguen mencionando la nación, las región/provincias y los municipios, y aunque establecidos desde hace doscientos años los departamentos presentan siempre la figura de estructura artificial. Al desposeer las provincias, contribuyeron a permitir su eclipse: resultando la pérdida del sentimiento de continuidad histórico y los límites a las posibilidades de crear contrapoderes locales. Pues si el escalón departamental no siempre ha aparecido como mejor adaptado a la puesta en marcha de la descentralización, lo ha sido desde el principio a una desconcentración eficaz, reforzando el poder de este agente del Estado todopoderoso que fue mucho tiempo - y que lo es aún largamente - el prefecto. En resumen, el departamento ha jugado su papel en el desarrollo de una unidad igualadora y contribuyó al refuerzo del peso de la tecnocracia. Los burócratas estarán contentos.

¿Las cosas han cambiado? La descentralización, pedida por desde hace unos años, parece no ser acordad hoy día porque que no permite ya la emergencia de verdaderos contrapoderes. ¿Volvería a reanudar la cadena del tiempo? Pero, ¿donde están las antiguas provincias en los numerosos repartos: tecnocráticos que el DATAR ( Délegation interministerielle à la Amenegement du Territoire et al Atractivité Regionale ) a ha retomado de Vichy? Se temía en el siglo XIX, la afirmación de poderes locales llevados por las comunidades orgánicas. ¿Pero existen aún estos últimos, laminados por la pseudocultura planetaria y “folklorizados” en parques temáticos para turistas amnésicos? Al combatir las pequeñas patrias, la Revolución ha impedido quizá el estallido de la nación de nación; pero, más seguramente aún, ha contribuido a hacer de los franceses menos que sujetos, simples administrados.

CHRISTOPHE BOUTIN,

profesor de Derecho público, Universidad de Caen.

miércoles, 22 de junio de 2011

La hora de la micro-política (Robert de Herte. Revista Elements.2001)

La hora de la micro-política
Robert de Herte
(seudónimo de ALAIN DE BENOIST)

En la era de la modernidad, la política ha sido pensada de manera esencialmente institucional o contestataria de la institución. El poder central era el objetivo de las prácticas y las luchas políticas. Cuando los descontentos eran demasiado numerosos, asistíamos a movimientos de cólera, e incluso insurrecciones. Hoy se asiste a su implosión. Hoy no nos movilizamos, nos desentendemos. No solamente sucede que los poderes oficiales son cada vez más impotentes, sino que la abstención no deja de progresar. Por muy "cercanos al pueblo" que pretendan estar, los políticos se esfuerzan en vano por asegurar de forma patética su apuesta por la "transparencia", sus programas ya no interesan a nadie.

Aquellos que no comprenden que el mundo ha cambiado se sienten desolados. Ven desaparecer algo que era considerado ya como familiar a sus vidas y constatan una sensación de ruptura. Confunden el fin de un mundo, el suyo, con el fin del mundo. Olvidan que la historia está abierta, y que aquello que es superado anuncia nuevas recomposiciones. Como la ola, dice Michel Maffesoli, que avanza mientras parece recular.

No hay que confundirse de cara a este movimiento de "reacción", al interpretarlo como una "deserción" de tipo clásico. Se trata en verdad de una nueva "secesio plebis". Como a imagen de un individuo, cuando su cuerpo ya no sigue a su voluntad. Pero aquí, hablamos del cuerpo social. Dentro de este movimiento de sedición instintiva, el cuerpo social se desvincula de la consciencia de la institución, del poder estatal. No se reconoce más en lo instituido, en la clase política. No es que se haya vuelto indiferente a todo. Solo es que ha comprendido que la verdadera vida esta fuera de ahí.

Esta dinámica es desconcertante puesto que, contrariamente a lo que estamos acostumbrados a ver, no tiene un fin pre-establecido. No está guiado por vastas teorías, no se fija grandes objetivos a conseguir. Las grandes nociones abstractas (patria, clase, progreso, etc) a la luz de los que habíamos querido cambiar el mundo para hacerlo mejor, tuvo por efecto convertirlo en peor, de forma que hoy se nos aparecen como vacíos de sentido. La Historia (con mayúscula) se ha retirado del escenario en beneficio de las historias particulares, al igual que las grandes epopeyas en beneficio de las narraciones locales. Después de quince siglos de doctrinas que pretendieron decir como el mundo debía de ser, volvemos a la idea de que el mundo debe ser entendido tal y como es. No hay que temer este movimiento, de este funcionamiento a la vez opaco y prometedor.

La mundialización, que constituye actualmente el marco de nuestra historia, no es menos paradójica. Por un lado, es unidimensional, por lo que parece provocar por todos los lados la extinción de la diversidad bajo todas sus formas. Por otro, supone una fragmentación inédita. De esta manera, restituye la posibilidad de un modo de vida "auto-político", fundado sobre la auto-organización a todos los niveles, y además la posibilidad de un tipo de práctica democrática que se había vuelto impracticable dentro de los grandes conjuntos nacional-unitarios.

La acción local permite ciertamente vislumbrar un retorno a la democracia directa, de tipo orgánico y comunitario. Una democracia de este tipo, tiene en cuenta tanto el momento de la deliberación como el de la decisión, e implica sobre todo una importante participación. Se basa también en las nociones de subsidiariedad y reciprocidad. Subsidiariedad: que las comunidades puedan en lo posible decidir por sí mismas aquello que les concierne, y que no deleguen a un nivel superior más que la parte de poder que ellas mismas no puedan ejercer. Reciprocidad: que el poder de decidir otorgado a algunos esté acompañado del poder dado a todos de controlar a aquellos que deciden. Esta forma de gestión responde a la definición de poder dado por Hannah Arendt, no como un contrato, sino como un poder de hacer y de actuar juntos. Vuelve a pensar la política a partir de la noción de autosuficiencia, buscando crear las condiciones para esta autosuficiencia a todos los niveles: familias ampliadas o recompuestas, comunidades vecinales, de ciudades y de regiones, comités locales, sistemas inter-comunales, ecoregiones y mercados locales.

La Revolución de 1789, al consagrar los derechos del individuo independiente de toda pertenencia comunitaria, ha pretendido poner fin a un sistema de asociacionismo, al que reprochaba hacer de "cortina de humo" entre el individuo y el Estado soberano. Rousseau no era ni mucho menos hostil al régimen asociativo, del que Tocqueville hizo tras él uno de los útiles de la libertad. En el siglo XIX, el modelo de representación no ha dejado competir en lugar del de asociación. "La idea proudhoniana de federalismo, recuerda Joël Roman, fue explícitamente propuesto en oposición a la representación política, y el naciente movimiento obrerista se encontrará ligado en primer término a la noción de asociación". Este modelo ha inspirado mas tarde experiencias muy diversas (concejistas, comunitarias y cooperativas). Estamos viendo como renace en nuestros días, con un nuevo rostro.

La noción de comunidad está directamente ligada al de la democracia local. Al mismo tiempo que una realidad humana inmediata, la comunidad es un instrumento de creación del imaginario social. Es a partir de ésta que es posible hoy recrear lo colectivo. La dimensión colectiva asocia a aquellos tienen una causa por alzar en común: pertenecen a mi comunidad aquellos que, en la vida diaria, se enfrenta a los mismos problemas que yo. Poner el acento sobre las comunidades significa rehabilitar las "matrias" carnales, concretas, frente a la patria abstracta, inmensa, anónima y lejana. Este re-enraizamiento dinámico, abierto, no significa una regresión, un cerramiento o una sustitución. Privilegia las nociones de reciprocidad, de ayuda mutua, de solidaridad con lo próximo, de intercambios de servicios y de economías paralelas, de valores compartidos. La resistencia a la homogeneización planetaria no podrá operarse más que a nivel local.

Pensar globalmente, actuar localmente: ésta es la clave de la micro-política. Se trata de terminar con la autoridad y la expertocracia que nos vienen dados desde arriba, dictando desde lo alto de la pirámide las reglas generales, así como con una sociedad donde la riqueza aumenta al mismo ritmo que se desagrega el vínculo social. Contra la mentalidad de asistencia y el Estado-Providencia, se trata de trabajar por la reconstrucción de los vínculos de reciprocidad, la resocialización del trabajo autónomo, la aparición de nuevos "nichos" sociales y la multiplicación de "nudos" en el seno de las "redes" asociativas. Se trata de hacer reaparecer al "hombre habitante" por oposición al hombre que no es más que productor y consumidor. Se trata de colocar lo local en el centro, y lo global en la periferia. Retorno al lugar, al paisaje, al ecosistema, al equilibrio. ¡ La verdadera vida está por fuera del sistema !

[Revista Elements, primavera 2001]

Epílogo (Elías Romera, Administración Local, Almazán 1896)

EPÍLOGO

Al dar cima á nuestro trabajo, habremos de manifestar que nuestra obra está escrita estudiando más los hombres que los li­bros, siguiendo á Charrón, que ya dijo en profundo acierto, que la verdadera ciencia y el verdadero estudio del hombre, es el hom­bre mismo y sobre todo nuestras reformas lejos de ir á buscar exóticos remedios, los hemos encontrado insiguiendo, casi cal­cando nuestros antiguos organismos, porque persuadidos estamos que uno de los mayores males modernos, es ingratitud, mejor dicho, el odio al pasado, que nos lleva á la manía de las innovacio­nes y á los excesos del extranjerismo que están aniquilándonos física y moralmente, en otros términos, nos han empobrecido y nos han empobrecido y enviciado, porque nuestros megalómanos políticos en su verdadero furor de copiar lo extraño, despreciando lo propio, por darse lustre, no reparan si es asimilable y provechoso, metiendo en todo la... mano, para que luego la prensa sectaria, los jalee de hombres de Estado y omniscientes, que á la verdad hay que confe­sar pro bono pacis, que están á la altura de su tiempo, y así que por ahí los vemos ¿escultados?, mejor dicho, esculpidos en bultos de mármol y bronce á montones.

No pretendemos haber descubierto el talismán por el que Es­paña venga á ser una Arcadia; no soñamos ser el carrus Israel el auríga ejus, como dice el libro de los Reyes del Santo Profeta de nuestro nombre, no, esas no son nuestras pretensiones que hubieran de resultar el invento de Icaro; tan solo hemos intentado señalar y detectar los defectos y vicios de nuestra administra­ción local, indicando á cada agente patógeno su correspondiente terapéutica, habiendo diagnosticado como principales, el predomi­nio de la rastrera política, la centralización administrativa, los ayuntamientos enclenques y raquíticos, por falta de recursos y de habitantes suficientes, con secretarios tan ineptos como mal retri­buidos, la condensación de población y por ende la gran atrac­ción de las capitales y el empobrecimiento de las aldeas ,que todo lo pagan y de nada disfrutan. Si los latifundia Romam perdidere, como dijo Plinio, la acumulación y crecimiento de las poblaciones a costa del decaimiento y depauperación de las aldeas, fomenta­dos aquello y esto por la centralización, ha de ser la ruina de los modernos Estados, que con los numerosos ejércitos permanentes, están arruinado á las naciones y con las obras públicas, sostienen esas miríadas de proletarios, mejor dicho, de esclavos blancos arran­cados de los tranquilos, salubres y proficientes trabajos de la agri­cultura, para ser explotados como bestias, por los contratistas y des­tajistas, esos modernos negreros, por falta de leyes que protejan al débil contra el fuerte, y eso que aquí con las carreteras dichas parlamentarias y con el excesivo personal técnico, nuestro presu­puesto de obras públicas va á ser insoportable y estamos fomentando los medios de transporte, sin acordarnos de aumentar la producción, y sobre todo teniendo olvidados los pantanos y canales que son un verdadero instrumento de riqueza y prosperidad, á la vez que de previsión en nuestras calamitosas y frecuente se­quías. Devolviendo los brazos arrancados a la agricultura y fo­mentando la repoblación de aldeas y lugares, clave del bienestar nacional, las obras públicas pudieran realizarse con la numerosa población penal de nuestros presidios y con la clase de tropa de nuestro ejercito, una vez que se considere suficientemente ins­truida, para que así los gastos de sostenimiento de tanta gente re­sulte beneficiosa á la Nación, así tonto saludable el trabajo a corrigendos y soldados, porque la ociosidad es para todos madre de todos los vicios. Y cuando las carreteras y ferrocarriles se ter­minen, porque se han de acabar, porque todo tiene fin, entonces, entonces la tempestad habrá de estallar y serán de oír los gritos llamando ti santa Bárbara para que reo truene y es que hace mu­chos lustros que nos estamos preparando la hoya donde hemos de caer, sin fijarnos en que cada día vamos lenta é incesantemente sacando más tierra y ahondándola más, y sin que nos arredre el peligro, y el que lo busca en él perecerá, dice el adagio, y la justa expiación, inseparable compañera de toda culpa, por la inicua y pérfida explotación de las aldeas por las poblaciones, habrá de tener su Gólgota, porque á hierro muere el que a hierro ma­ta, si es que con ojo avizor no se otea el porvenir y se previenen acontecimientos que habrán de venir, con la precisión matemática que sigue la sombra al cuerpo que la produce. El insigne economista Leroy Beaulieu, así lo reconoce en el prólogo de su famosa obra Traité de la sciencie des finances, afirmando «que la propiedad rural está sufriendo un grave perjuicio con la forma del impuesto a tanto fijo por capital, sin distinguir si la riqueza es rural o urbana”. Los lugares y las aldeas agricolas son la fortaleza indispensable del y de la libertad, ha dicho el renombrado escritor alemán Koscher. De ahí que sea tan racional como justo conveniente el que los tributos sean proporcionados á la loca­ción de la propiedad, á fin de proteger la pequeña propiedad y, sobre todo a la propiedad rural que es la cenicienta de nuestra tributación, viniendo como consecuencia á coincidir la difusión de la población con la difusión de la riqueza.¡Cuánta verdad y cuánto sentimiento expresa esta endecha del delicados y sencillo Trueba.

Oyendo un rey cantares
De campesinos,
Desde el fondo del pecho Lanzó un suspiro....
Lanzó un suspiro....
Y aunque no dijo nada

¡Cuanto! ¡ay Dios dijo!
¡Cuánto! ¡ay Dios dijo!


La vida campestre nadie aa sabido cantarla como él, en estas preciosos versos:

Una heredad en el campo
Y una casa en la heredad,
Y en la casa pan y amor

¡Jesús que felicidad!

En estos conceptos, hemos propuesto la reducción de los ayun­tamientos, alejándolos de la política; la variación del procedimiento electoral, para que los partidos no los guarnezcan de sectarios, buscando en la independencia una gran responsabilidad; la creación de la carrera de secretarios y de un senado municipal en su asamblea y, dando para las derramas la base de población y haciendo el impuesto progresivo, por ser ambos extremos de una equidad ircontravertible é inconcusa, como fundados en el do ut des. Si tan valioso fue el auxilio que los Gremios prestaron á los Conce­jos en la Edad media, por eso hemos propuesto su restauración, á fin de que el espíritu corporativo, informe nuestro renacimiento municipal, que será también social y económico. Las Diputacio­nes no podrán ser invernadero de caciques, estufas de vividores de dietas, que tantos sudores cuestan al contribuyente, siendo en adelante verdaderos superiores jerárquicos de los ayuntamientos, inspeccionando periódicamente sus servicios, porque la policía es la vida de las instituciones, y así podrán dedicarse también, no a politiquear, sino á administrar y fomentar los intereses morales y materiales de la Provincia, y al efecto, se les ha acrecido sus funciones, con servicios que responden á ciertos fines, por ser pro­pios de este organismo. Intermedio entre las Diputaciones provin­ciales y el Estado, hemos creído prudente interpolar las Regiones, institución no nueva, sino que tiene sus raíces históricas y geográ­ficas, y que al restaurarlas las hemos reconocido superiores jerárquicos de las Diputaciones, con funciones propias que hemos des­gajado de las muchas que abruman en España a la acción del Es­tado y que este se abroga por falta de iniciativa social, pero con­firmando en el Estado al Supremo Jerarca legal de estos orga­nismos locales, perfectamente ensamblados y subordinados, al serlo de hecho y de derecho de las Regiones, para que asentados sobre tan sólidas bases, resulte un Estado verdaderamente nutrido de savia nacional.

Nosotros estamos plenamente convencidos de que las Corporaciones locales deben desarrollar una política social, no solo para robustecer su acción y ensanchar su órbita, sino también por resultar altamente beneficioso a sus administrados, alejándoles de la política de desquites y de exclusivismos de nuestros partidos, mientras estos no digan Sumsum corda; dirigiendo los ayuntamien­tos su actividad y sus energías por otros derroteros más en con­sonancia con el procomún, cercenando al Estado atribuciones que se abroga por falta de iniciativa social.

Nosotros entusiastas hasta la exageración de la manera de ser de los antiguos comunes, antes de la trágica epopeya de Villalar, (laudatores temporis acti, como dice Horacio) idólatras de ese pa­sado, queremos y deseamos que las corporaciones populares, sean lo que deben de ser, los tutores y patronos del vecindario como lo­ eran antes y bien gráficamente se expresaba, al llamar á su domi­cilio la Casa del pueblo, la Casa de la villa, o de la ciudad, y­ como se apellida en las provincias Vascas a sus diputados forales, con el digno, respetable y decoroso nombre de Padres de Provincia. Por eso pretendemos instaurar y restaurar la solidaridad más tangible, más inmediata y más provechosa, la solidaridad concejil, la solidaridad local, la más antigua de las solidaridades, el summun de la solidaridad, y por tanto de la mancomunidad, la mutualidad comunal, a fin de perpetuar en las generaciones venideras el muer­to localismo, sino extenso, en cambio íntimo, intensísimo, que tan­to prevaleció y tanto fecundó en nuestras pasadas centurias y así concluirá este funesto dislocamiento del individualismo, mejor di­cho, del vituperable egoísmo que tiene degradada, perturbada, corrompida y aniquilada a nuestra querida patria, porque las so­ciedades prefieren siempre la vida á la libertad, “ y la libertad es absoluta, dice Donoso Cortés, cuando la represión interior es com­pleta; la libertad es hija de la obediencia, es la grandeza del que se somete.”

Hemos insistido, quizás hasta ser pesados y machacones en el aislamiento absoluto de los municipios de la fétida, corrosiva deletérea política, porque en la antisepsia se basó la antigua ciru­jía, y la moderna en ella y en la asepsia funda sus prodigiosas ope­raciones y por eso prescribimos la pérdida del derecho electoral y de toda intervención de los miembros de las corporaciones locales y de sus empleados, en las elecciones de representante; en Cortes y de esa manera lograremos purificarlas de sectarios, las emanciparemos de la esclavitud política, que es la corrupción y desbarajuste de la administración local, y de ese modo también, habremos de conseguir la depuración del sistema parlamentario, que podría así quizás, llegar a ser una buena forma de gobierno, dejando de ser una cínica y grotesca tramoya y un sistema desa­creditado por lo podrido, si es que no resulta al fin una bella teoría , un bonito ideal especulativo, de muy difícil realización, porque a la verdad llevamos dos tercios de siglo de funestos ensayos­ y todavía no le hemos tomado la embocadura, porque tanto gober­nantes como gobernados, todos somos muy liberales de pico ­y absolutistas de hecho; así que resulta que nuestro parlamentaris­mo está basado arriba, en una omnipotencia ministerial, una pseu­do-tiranía; en el medio, en la corruptora oclocracia, en el nepotismo y en la perturbadora influencia, y abajo en la chusma de los despóticos y enfatuados caciques. Con la privación del voto político a las corporaciones locales, lograremos el establecimiento de gobiernos genuinamente nacionales; evitaremos así mismo que los gobiernos de partido se apoyen en mayorías ficticias que segregan ó deyectan esos tan numerosos como serviles ayuntamientos rurales que atentos a su cuco egoísmo y al instinto por la vida que alguien da en llamar tacto político a esa lucha por la existen­cia, cambian de ruta a cada vuelta de dado, según dicho arcaico, y no tienen más norma que viva quien manda según frase moderna, y de esa manera también los caciques de segundo y tercer orden pri­vados del mangoneo local, morirían unos por falta de medio am­biente apropiado y por inacción otros habrán de perecer, conclu­yendo así tan inmunda ralea. Quizás por algunos mentecatos políti­cos de oficio, o por algunos dilettanti platónicos se declame contra tal capitis disminutio y se echen por el arroyo vociferando contra semejante propósito; pero no se crea que las clases genuinamente laboriosas y, honradas, de esas que tienen que perder, lamenten el cercenamiento de su derecho electoral, sino que las personas expectables, se refugiaran en la independencia de las corporaciones locales, no solo huyendo de la universalidad é igualdad del sufra­gio y de los fulleros políticos, sino procurando la buena adminis­tración local, que es la base de la solidez s, firmeza de los Estados, pero tememos predicar en desierto, porque donde la razón no labra, endurece la porfía del persuadir.

No menos precisa se hace la protección y difusión legal del espíritu de asociación que es el verdadero fomento de la libertad individual, alejando del cuerpo social español, ese tradicional apego a la total y permanente intervención del Estado y de los gobiernos á quienes se confía y en quienes se descarga los deberes y obliga­ciones más elementales del individuo y colectivas, todo por iner­cia, mejor dicho, por desidia y haraganería vituperables, mecién­donos en una atmósfera de quietismo, verdaderamente musulmán, saturada de laissez faire y de laissez passer, que nos aniquila, nos arruina y nos embrutece y nos retrogada en muchos lustros, acaso un siglo al resto de Europa. Dijo Mr. Gladsttone á este propó­sito en una reunión popular en Saltuey 19 de Octubre de 1889 «Si el Gobierno toma a su cargo las obligaciones que incumben normalmente á cada uno de nosotros, los males que resultarían de semejante error, serían mayores que los beneficios ya realizados en el progreso social. Es preciso que el espíritu de iniciativa; el espíritu de independencia y virilidad personal, sea precisamente cuidado y protegido, tanto colectiva como individualmente. Si es­te sentimiento de confianza en sí mismo viene á desaparecer del obrero inglés, si se habitúa á no contar más que consigo mismo y á esperar del rico todo y recibirlo de su manos abdicando en él, estad seguros que nada habría para reparar tal desgracia y seme­jante mal.» De ahí cuan saludable y beneficioso sea el establecer bajo la gerencia de los ayuntamientos y Diputaciones, Sociedades de socorros mutuos, Cajas de ahorros, Montes de piedad, Socieda­des cooperativas de consumo, en relación con los sindicatos de pro­ductores, en bien de sus administrados, que habrán de estimar y hasta bendecir la institución, por los beneficios que les irroga.

Los políticos de oficio habitualmente faltos de temor de Dios y, de conciencia, con exceso elástica, tienen por norma el tan famo­so como inmoral principio, que e! fin justifica los medios, y por eso en su vehemente voracidad de proveerse telegráficamente de fortuna, sin tomarse la molestia de trabajarla, hacen los gastos de las elecciones y hasta se empeñan con ellas, á fin de que sirvan de cebo a caza mayor; así que para ellos las corporaciones po­pulares, no son más que dulce y sabroso fruto del cercado ajeno, por lo que hay que perseguirlos hasta el exterminio, como anima­les dañinos, por ser el inmoral y pleonéxico politicianismo, el fer­mento más corrosivo y pernicioso para municipios y Diputacio­nes, proscribiéndolos de esos organismos, para que la probidad acrisolada y la abnegación magnánima se impongan, reinen y go­biernen soberanas en esas corporaciones populares, redimiéndolas tanto de la pasión sañuda, como del nepotismo hediondo que hoy las trae conturbadas y desacreditadas en manos de conciencias adormecidas y sugestionadas por la política de bajo vuelo y de codicioso egoísmo, como se practica en España, y a cuya maléfi­ca influencia de esa calamidad contemporánea, no nos cansaremos de repetirlo para que no se olvide, Nunquant nimis dícitur, quod numquam satis discitur, como dijo Séneca, hay que atribuir el des­barate de la administración local y el malestar general; de ahí que la elección de segundo grado en las corporaciones locales y la pri­vación del voto político á sus miembros, así como á todos sus em­pleados, habrá de ser el rio Alfeo que limpie y purifique los esta­blos de Augias de nuestros Ayuntamientos y Diputaciones, así como también creemos confiadamente que el referéndum nacional y el mandato imperativo, habrá de ser el medio de esterilizar nues­tra política para los politiciens, esa gente de sac et de corde, esos microbios del sistema parlamentario, que han llegado á constituir en los tiempos contemporáneos una nueva forma tiránica y omi­nosa de opresor y siniestro feudalismo, que se ha metido á políti­co, no para hacer el bien, sino para realizar toda clase de arbitra­riedades, que cuanto mayores, más pujanza significan, como si el mandar consistiese en cometer violencias, según dijo Salustio. Proinde cuasi injuria facere, id demun esse imperio uti. De esa manera habremos de reducir también el predominio del espíritu político á sus propios límites, pues hoy tal es el poder de la diosa política que nos ha traído al reinado de las procaces y enfatuadas submedianías y en su indiscutible omnipotencia, ha llegado á con­vertir, a fuerza de éxitos, el viejo vicio de la audacia, que es la desapoderada ambición, que es la egoísta soberbia, en una virtud contemporánea y á dar patentes de personajes y de limpieza de sangre y hasta de manos, á quienes en el trato social se tienen por declassés y maculados, por sus públicos entuertos y solemnes desa­guisados.

Por otra parte, el concepto de autoridad, lo tenemos tan equivo­cado y tan bastardeado los españoles, que la confundimos desde arriba con la omnipotencia hasta la arbitrariedad, y desde abajo la energía la conceptuamos crueldad, la blandura y la lasitud de­seamos lleguen á identificarse con la tolerancia y hasta con la com­plicidad; cuando precisamente la verdadera democracia debe de estar basada sobre una sólida y robusta autoridad, que no debe de partir de arriba, sino que se ha de cimentar desde abajo, para que así sea considerada por el prestigio y apoyo moral de los que la invocan y á quienes ha de imponerse y para que sea respetada por sus acertadas disposiciones; de ahí que para resurgir y restaurar los poderes locales, no sea menos necesario para confiar en que la selección social traiga necesariamente la purificación administrativa, el instaurar el sentido ético, el arraigar el cumplimiento del deber en esta sociedad gangrenada por el indiferentismo, trabajada por el quebrantamiento del principio de autoridad y por la indisciplina, corroída por el epicurismo más refinado, por el afán de lucro inmo­derado y por el más codicioso egoísmo, acicate constante de la pre­varicación que la traen inquieta y perturbada, especialmente á la clase media ó burguesía en la que han hecho presa y de la que usualmente se nutren nuestros partidos políticos y de la que también salen esos gobernantes, que según el tan circunspecto y pre­claro político, como sutil y diestro orador D. Francisco Silvela, tienen un nivel moral muy inferior, pero con exceso a la masa de los gobernados, porque los talentos sin moralidad son una cala­midad pública El procurar la mayor prosperidad á la patria, no debe de confundirse, decía Thiers, con esa pasión del interés ma­terial que deploran cuanto desprecian lo espíritus elevados. No hay obra más moral que la de disminuir la copia de males que pesan sobre el hombre, aún en las sociedades más civilizadas. Contribuir á que sea menos desgraciado, hacerle más justo para con los que le gobiernen, para con sus semejantes, para consigo y hasta con la misma Providencia. El alejamiento de Dios es la causa de lodos los males que deplora la sociedad contemporánea, dijo con profundo acierto el eminente filósofo, Cardenal Fr. Gon­zález. Ya antes había dicho el gran Cicerón, que la felicidad es inse­parable de la virtud. Nec enim virtudes sine beata vita cohere possunt, nec illa sitie vitutibus. El ansia febril del bienestar material, el culto exagerado al cuerpo y al placer, empuja el trabajo á los objetos de lujo, y la agricultura queda postergada, mientras que la industria fabril prospera y de ahí que los artículos de primera necesidad para a vida, sigan una progresión creciente de encarecimiento, permane­ciendo los salarios casi en el mismo nivel, dominados por el capital y menospreciado el trabajo, y como consecuencia fatal, ineluctable de este desequilibrio moral y material, viene y- tiene que venir, no la pobreza y la miseria que esas son compañeras del hombre en la tierra, sino la plaga del pauperismo que es la caries corrosiva de la actual sociedad, porque todos quieren ser súbita y escanadalosa­mente ricos, desde que la riqueza es por desgracia un signo de vir­tud y sobre lodo ejecutoria de capacidad política, como dijo Salus­tio. Postquam divitiae honore esse coepere et eas gloriam imperium, potentia sequebantur: hebescere virtues, paupertas probo haberi, inocentia pro malevolentia duci coepit

La moderación, la templanza en las costumbres, inclinarán al pueblo á la virtud y á la piedad y le harían volver á donde antes concurría, especialmente en los días festivos, al templo de Dios, donde el corazón se recrea y, el alma se dilata en placeres inefables, hallando lenitivo á los males que nos aquejan, buscando la felicidad eterna, pero esto que es tan saludable y económico se tiene olvida­do á cambio de las distracciones y recreos en teatros, circos, hipódromos, casinos, cafés y tabernas, que además de corromper y perturbar el cuerpo y el espíritu , aligeran el bolsillo de dinero, acaso preciso para atenciones más necesarias á la familia, edu­cada en los tiempos modernos más para brillar y exhibirse en el bullicio de la calle y en el fausto de las reuniones públicas, que para ocuparse en las vivificadoras labores, modestas si, pero fe­cundas del placido y tranquilo hogar.

Dotad á un pueblo de una iglesia, de un consistorio y de una escuela; colocad en ellos al sacerdote virtuoso, al alcalde recto y justiciero, al maestro inteligente y celoso y habréis realizado el self-government, la self-administración, y habréis practicado la obra más beneficiosa, más humana y más trascendental para su civilización, para su bienestar y para su cultura, pues si Gianturco cree que la solución del problema social es asunto del derecho civil, nosotros también conceptuamos que algo y aún algos, se puede solucionar con la buena administración local, lo­grando así que la discordia no levante jamás su cabeza coronada de serpientes, ni la tiranía oprima con su férrea mano al hijo del pueblo, ni el poderoso abuse del débil, ni este se rebele contra el poderoso, sino que la ubérrima bienhechora y salutífera paz, esa divina huella del Dios-Hombre sobre la tierra, reine en los espíri­tus y en los corazones para que todos se estimen, cumplan con su deber, respeten la autoridad, adoren al verdadero Dios, amen con entusiasmo la patria, sus héroes, sus santos, sus costumbres y sus tradiciones, sus glorias, sus artes sus letras y su cultura; mirando con cariño y regocijo el lugar donde se nace, que parece que toda­vía calienta como el blando regazo de nuestra amorosa madre, imán de nuestra existencia; los caros sitios donde infantuelos ju­gueteábamos con nuestros fraternales e inolvidables amigos: la plaza con la casa del pueblo, con la iglesia y campanario, cuyos ecos y vibraciones parece que retiñen en nuestros oídos; recordando con profunda y cordial fruición y con singular deleite el tem­plo en donde con el corazón arrobado elevamos al cielo nuestra prístina plegaria; el ara ante la cual emocionados juramos fideli­dad á nuestra pía, grata y amada esposa; el altar donde conmo­vidos llevamos á recibir la hostia consagrada á nuestros tiernos hi­jos, carne de nuestra carne y huesos de nuestros huesos; no olvi­dando jamás el tétrico y silencioso sepulcro que encierra los venerandos despojos humanos de nuestros queridos progenitores, consolándonos la dulce y melancólica esperanza de yacer con ellos en sueno eterno, bajo la sombra de la cruz de nuestro Divino Redentor, porque la felicidad terrena se alimenta de recuerdos y de esperanzas, anegándose en la caridad, olvidando el efímero presente para fijar su pensamiento en el Eterno Dios, apartando la vista de este incesante cambio de la materia en el círculo del orbe, que al llevar de mano en mano la antorcha de la vida, deja las arrugas de la decrepitud para tomar las frescas tintas de la edad florida, repitiéndose sin cesar este recorrido, sin que pase un día que no se oigan mezclados el vagido del recién nacido y las tristes lamentos que acompañan al fúnebre cortejo, como dijo Lucrecio:

Nec nox ulla diem, nec noctem aurora secuta est,
Quae nom audient mixtos bagitubus oegris
Ploratus mortis comites et funeris atri.


Elías Romera
Administración Local, Almazán 1896, pp 323-333

Misión de Ayuntamientos, Diputaciones Provinciales, Regionales y Estado (Elías Romera, Administración Local, Almazán 1896)

XV

Misión de los Ayuntamientos, de las Diputaciones Provinciales, de las Regionales y del Estado.


El mejor modo de gobernar, es dar el poder soberano a la mayor parte de aquellos cuya felicidad es el fin del Gobierno, por fácil que de ningún otro modo, ver logrado el objeto apetecido.

Bentham.

En una Nación donde el pueblo gobierna, el poder es solo su administrador y este carece de toda autoridad propia, habiendo tiene de los que le nombran, que pueden limitarla como crean conveniente.

Spencer

Las corporaciones locales son el baluarte de la verdadera libertad y de la descentralización
administrativa.


El Autor


Una administración paternal y, fomentadora es de una influeencia exclusiva e inmensa en el bienestar de los pueblos, en su prosperidad interna y en su poderío exterior, pero para ello es preciso que el indivíduo, las familias y las colectividades todas, concurran y coadyuven, cada uno dentro de su órbita, al bien común, inspirándose en él gobernantes y gobernados. «Que la autoridad, dice Timón, se valga más de la vigilancia que de la coacción, que contenga pero que no ordene: que enfrene y no empuje; que antes impida el mal que obligar á los demás á hacer el bien, que gobierne á los pueblos, pero que no se ingiera en su administración: que centralice los grandes negocios, pero que descentralice los de corto y limitado interés: que inspeccione, que guíe e impela: que persuada con preferencia á mandar.»

El ayuntamiento como verdadero gerente del vecindario tiene el alto deber, dice un autorizado y, práctico escritor de administración, el Sr.Abella, tiene el alto deber de observar, estudiar y conocer las necesidades de sus administrados, para satisfacerlas, procurando prevenirlas y "atenderlas con prudencia y discreción, con orden, justicia y apropiada economía, huyendo de toda prodi­galidad y fausto que pueda comprometer los recursos del municipio que son el porvenir de las generaciones futuras. así como también debe de huir y apartarse de mezquindad codiciosa que deje desatendidos los servicios: sostener el orden y la tranquili­dad públicas, pero sin que sea enojosa su vigilancia, ni odiosa su severidad, ni su autoridad pesada, aunque firme, entera, e inquebran­table; procurar la mejora progresiva de todos los servicios; aten­der con diestro cuidado á difundir y popularizar la enseñan­za y a prodigar y extender la beneficencia, con toda clase de so­corros al necesitado, al enfermo y al desvalido; proporcionar las mayores comodidades posibles á los vecinos, protegiendo con justicia sus derechos, exigiendo con imparcialidad á todos sus de­beres, no convirtiendo la Ley en instrumento de venganza más que de justicia, garantizando á todos la seguridad personal; pro­curando, con su prudente equidad, inspirar confianza á todo el mun­do, teniendo por norte y guía constante la Ley y el bien público; sos­tener con virilidad y, energía la moralidad en las costumbres públi­cas. y, conservar las tradiciones populares, legado de cien generaciones: difundir la cultura y mejorar constantemente las condiciones higiénicas y de ornato de la población, en una palabra mirar al mu­nicipio con el mismo anhelo y con el propio interés que un padre de familia aspira siempre á labrar la felicidad de sus hijos. Misión es verdad muy vasta, muy difícil, pero tan importante como hon­rosa, que es la base del bienestar, del orden, de la prosperidad y del progreso general de la Nación.
Las Diputaciones provinciales como superiores jerárquicos de los ayuntamientos, con análogos fines, pero en más vasto hori­zonte, con más elevado propósito y con más sereno juicio, para no descender á los flacos rozamientos de los pueblos, deben de ser la égida de los municipios, á la vez que los inspectores de sus servicios, sin extralimitaciones ni arbitrariedades parciales que no llevan tras de sí más que el enojo á la ley, la irritación del ofendido, no compensada nunca con el gozo del favor y lo que es mil veces peor, el menoscabo, el desprestigio y la prostitución del principio de autoridad en el concepto público, verdadero secreto de la pu­blica tranquilidad y de la prosperidad de los pueblos.

A llenar necesidades más extensas aunque idénticas, en esfera más amplia que las Diputaciones provinciales, para ser su Consejo de inspección y de gobierno, vendrán las Diputaciones regionales a cumplir su misión intermedia entre aquellas y el Estado, para atender á servicios comunes á provincias limítrofes, unidas por los vínculos del agua, de la tierra, del clima, de la topografía y etno­grafía, estrechadas por los íntimos vínculos históricos que tanta huella dejan en las evoluciones de los pueblos.

Sobre estas tres graníticas gradas, con su base tan sólida y tam­bién cimentada, habremos de colocar al Estado hecho un Hércules, para por medio de una inspección y vigilancia permanentes, propias de un Patrono y de un Protector celoso, no por la ingerencia funes­ta y depresiva de autor permanente, imprimir enérgico, uniforme y constante movimiento a las Regiones, para que estas del mismo modo lo comuniquen a las Provincias y de estas llegue en la mis­ma forma trasmitido á los Municipios, pero con un engranaje de tal precisión matemática en todas estas ruedas, con unos ejes tan sólidos y bien lubrificados que no resulte jamás ninguna fuerza concurrente que había de producir fatalmente choques, estacionamientos y por resultado la inercia, cuando no la desviación y, el desquicia­miento que es la muerte de la anarquía de este organismo, alma para la vida normal de las naciones. No basta, no, que el Estado sea el generador gigante de la fuerza propulsara que impela y en­gendre el movimiento nacional tan ingente como uniforme preciso para engranaje tan vasto, es necesario también que sea simultánea­mente la resultante de las fuerzas locales y que á la par de Hér­cules, sea un Argos, todo ojos, que vigile é inspeccione el cumpli­miento de la misión de su inmediata esfera, la Región, como esta ha­brá de hacerlo a la Provincia, para que está lo ejecute con los Ayun­tamientos, todas en plena subordinación armónica y cada uno en su propia órbita, el centinela en descubierta para que en su elevado puesto sea el vigía permanente, en quien no solo descanse la paz pública interior que tanto ansía el alma. sito el equilibrio físico, la salud que tanto precisa el cuerpo, siendo el depositario del fuego sagrado de la justicia, al propio tiempo que el clavero dé nuestras tradiciones, el fiel guardador, el heraldo de nuestra honra, pruden­te y previsoramente discreto, para conservarla, sin arrogancia, como resuelto y valeroso; cuando acometido para defenderla con bizarría y con heroísmo dignos de que se conseren imperecederos en las indelebles páginas de la Historia.

Aunque las reformas y medidas que en este libro proponemos no estén exentas de defectos y de errores, vitia eruntia erunt donec homines, es grande nuestra convicción en las doctrinas expuestas y no es menor nuestra fe y nuestra confianza de que en su total realización radica la regeneración y prosperidad de España, porque en el vigor y en la fuerza de la vida local se fundamenta el poder de las Naciones, como lo mostró la nuestra en los ocho siglos de la re­conquista, finada en el glorioso reinado de nuestros preclaros Reyes Católicos, cúspide de nuestra pasada grandeza, coincidiendo pre­cisamente desde entonces nuestra decadencia nacional con el decaimiento de nuestras venerandas municipalidades, como de una ma­nera inconcusa é irrefragable tienen probado el severo escritor, Ferrer del Rio, el insigne Marqués de Valdegamas, y el reputado Prescott, y hoy deponen como testigos presentes, Inglaterra, Ale­mania y Rusia, á pesar de sus muy distintas formas de gobierno; pero si nuestra convicción y nuestra fe son grandes, tenemos la esperanza casi perdida de ver regenerada nuestra España, por iniciativa oficial de los gobiernos de partido, por ese camino que siembra el bienes­tar por doquier, como una experiencia secular nos lo tiene demos­trado en la historia de nuestras instituciones municipales; pero en cambio así no harían ni podían hacer el juego al parlamentarismo que nos rige y que ha hecho presa en los ayuntamientos. especial­mente en los rurales, para salir adelante con su empeño de gober­narnos, pues esos esclavizados ayuntamientos rurales son los que fa­brican nuestras mayorías parlamentarias sin cuya trama, ya legal, en e! sistema al uso, resultaría imposible de manejar el gobernalle para nuestros entecos partidos políticos, faltos de base, sin ideales que los animen y los disciplinen, sin savia social y sin ninguna in­fluencia en la opinión publica, solo apoyados en el presupuesto de la Nación, que es el cebo y el botín que los alienta en la oposición, los sostiene y alimenta en el poder, y con esa política de comensa­les, con esa política, de fantoches intemperantes, tan menguada; con resortes tan mezquinos, no hay que esperar venga la salud de ese meéico que se sostiene de la estudiada prolongación de la enfermedad, y persuadidos de ello y reconociéndolo así, como lo reconocen todos nuestros hombres de gobierno, hay que hacerles esa justicia; no tratan de curar el mal, sino que lo palian porque en proseguir
el lento, pausado, como ineficaz tratamiento, falto de todo vigor, estriba precisamente la existencia de nuestros partidos políticos por los memos hoy sobre esa clave tan convencional subsisten y mientras que esta no varíe, que no se vislumbra en España cambio de sustentación más cómoda que la presente, pues no queda espe­ranza de remedio, cuando los vicios se mudan en costumbres, se­gún afirmó Séneca: Dessinit esse remedio locus, ubi quae vitia fuerunt mores sunt, la regeneración de la vida local es casi una quimera y a nuestros agobiados municipios hay, que consolarlos, conque su curatela, mejor dicho, su esclavitud, será muy, larga, es ya crónica tienen que resignarse, como los condenados del Infierno de Dan­te, oyendo las fatídicas palabras, Lasciate ogni speranza, y no es porque nuestros gobernantes no conozcan el mal, ni sepan el remedio, no, es que no quieren aplicarlo por sórdido y grosero egoísmo, ­imitando lo que dijo Ovidio en su Mletamórfosís:

Aliud cupido, mens aliud suadet,
Video meliora, proboque, deteriora sequor.


conozco lo mejor, lo apruebo, pero ejecuto lo peor.

Nuestro cariño por las instituciones populares, nuestra afición a administración local, han puesto la pluma en nuestras manos para escribir este libro, lleno de verdades, acaso inútiles, hijas de_ nuestro estudio y de nuestra observación en el ardiente campo de la política de partido, y al apartarnos, dándole un Aeternum vale, pasmados de los de arriba, estupefactos de los costados, asombrados de los de abajo, abatidos de tantas desdichas y miserias tantas y persuadidos también de cuan estéril es el buen deseo y la es­tudiada iniciativa, guiados por el desinterés en favor del procomún, mientras este sea prisionero del egoísmo mezquino de nuestra usual política, queremos dejar en este libro la huella de nuestro paso por la administración provincial, para que al ser nuestro tes­tamento político, sea al propio tiempo para nosotros un recuerdo, en nuestro voluntario retiro, ya que para nadie pueda ser una esperanza y para algunos quizás sea una utopía, aunque no toda su semilla habrá de caer sobre piedras y abrojales, sino que algo habrá de fructificar como en la parábola evangélica, habién­donos servido de norte, en nuestro largo y pesado camino, este profundo pensamiento de Cicerón: «Nada hay tan grato á los ojos de Dios, como el que los hombres procuren el bien de sus semejantes. Homines ad Deos nulla re`propius accedunt, quo salutes hominibus dando (Cic Pro Q, Ligario)

Elías Romea
ADMINISTRACIÓN LOCAL, Almazán 1986, pp. 313-317

Apartamiento absoluto de las corporaciones locales de la Política (Elías Romera, Administración Local, Almazán 1896)

II

Apartamiento absoluto de las corporaciones locales de la Política, privando a sus vocales y empleados del sufragio en las elecciones de representantes en Cortes y recíprocamente á los empleados del Estado en las Corporaciones populares.Otro procedimien­to para elegirlas.

Aestimes, non númeres.

Seneca.

El sufragio universal quiere como comple­mento el bienestar universal, pues es contradictorio que el pueblo sea á la vez miserable y soberano.

TOQQUEVILLE.

Todas las tiranías deben de reprimirse, comenzando por la de las pasiones que es la más incurable y la más peligrosa para la libertad.

LAURENTIE

No habremos de repetir aquí. ya que con tanta insistencia, acaso hasta la molestia rayana á la prolijidad, hemos señalado anterior­mente la honda huella y la perturbación funesta que la hedionda po­lítica ha producido en las corporaciones locales, así que al señalar la etiología de su actual estado patológico la reconozcamos como gene­ratriz de casi todos los males que padecen y por tanto la higiene y la terapéutica nos habrán de prescribir como primera medida salvadora el aislamiento absoluto del foco de la corrupción, de donde parte el contagio, practicándolo desde luego al proponer la privación absoluta del sufragio en las elecciones de representantes en Cortes y en las cor­poraciones locales á los individuos de ayuntamientos, así como á sus empleados, á los Diputados provinciales y empleados en las corpora­ciones provinciales, a los Diputadas de las Regiones con todos sus empleados. La medida la conceptuamos indispensable, como necesaria es la extirpación de la última célula cancerosa, á fin de que el epi­telioma no se reproduzca y concluya con la vida municipal. La medi­da del procedimiento curativo acaso les parezca á algunos espíritus exaltados y á no pocos vividores egoístas algo radical y acaso retró­gada, mas los que tal digan ignoran que la poca templanza del enfermo hace al médico ser cruel. Crudelem medicum iutempe­rans ceger facit, según Séneca, pero hay ciertas enfermedades con las que no se pueden ni deben usarse paliativos, pues solo las cura el bisturí o el hierro candente y aquí en la extirpación abso­luta con el cáustico actual estriba la salud del enfermo. Si oculos tuus, dice Jesucristo, scandalizat te, erue euro. Si tu ojo te es­candaliza sácatelo. Fuera, pues, sufragio que nos corrompe el alma y el cuerpo, individual y colectivamente, porque no es más que el soborno en los elegibles y la venalidad en los electores, la gangrena en todos y una farsa tan indigna como inmoral. El sufra­gio por censo, ha dicho un insigne publicista, nos lleva á un Estado por acciones, basado en la cultura, á un Estado todo cerebro, el universal al predominio brutal del número, el voto secreto al rebajamiento de la dignidad y de la conciencia». El voto restringido, el procedimiento acumulativo, el cualitativo, el de cociente, el dinámico teorías formosae superne, pero todos no pueden evitar que el sufra­gio sea, como no puede menos de ser, la expresión no genuina de las energías tal como se dan en la vida social, sino la de todas las fla­quezas humanas representadas en tos afectos del corazón, estimula­dos ordinariamente por la bastarda ambición que tanto impacienta é inquieta a los hombres cuyos ojos suelen tener por objetivo el medro personal encubierto con falso patriotismo. Mientras el voto sea un favor y un título para merecer, la política será una perturbación en el gobierno de las Naciones y redimiendo á las corporaciones popu­lares de la tiránica y odiosa política, esta habrá de marchar por otros cauces mas puros y mas obligados y nuestros partidos polí­ticos tendrán que buscar su fuerza en la opinión pública, de forma que todos saldrán gananciosos en esta regeneración y depuración político-administrativa y que llegará á ser hasta nacional. El cuerpo electoral se paga de promesas de pretendiente, prefiriendo, como dijo el famoso agente electoral romano C. Cotta, una mentira á una negativa, pues esta previene antes de la elección y el desengaño siempre es posterior á ella. La corrupción electoral de hoy es un plagio de la de Roma en sus diversos agentes nomenclatores, reques­tres, intérpretes ,y divisores, y sus centros electorales sodalitates que con tanta precisión y. cinismo nos describe el mencionado Cotta.

Nosotros conceptuando no un derecho sino un deber del país de gobernarse á si propio, estimamos por ende obligatoria la emisión del voto y a fin de realizar la dignidad y el valor moral individual sostendríamos que fuese público como es en Suiza y lo fue hace poco más de 20 año en Inglaterra, pero si el sufragio universal es un bello principio, es muy difícil hallar un procedimiento de emisión que garantice la libertad, la independencia y la sinceridad, así como también la capacidad del elector; es preciso ,pues, precaver en la ley de procedimientos hasta la sospecha de la presión, cuanto mas la coacción, así como la suficiencia del elector, pues de no realizarse en plena libertad el voto no hay para que estimarlo ni darle valor alguno, ya que procedan estas deficiencias de falta de sinceridad unas veces, de la presión otras y no pocas de la incapacidad del elector, como sucede en el voto secreto por papeletas á los que no saben leer; y como el asegurar y garantir el voto de libertad y capa­cidad es imposible á la humana naturaleza, de ahí que debe de recha­zarse el sufragio directo. A posteriori también habremos de excluirlo y hasta de proscribirlo si nos fijamos en los resultados prácticos que le han valido el descrédito mas notorio v solemne, hasta el extremo que no hay nadie qua de buena fe lo defienda sino en el terreno es­peculativo. ¿Quién ha de tener el valor de defender el sufragio direc­to universal ó restringido al ver en todas las Naciones y especial­mente en España las coacciones y violencias en los gobiernos, las intrigas, las trampas, las añagazas, los abusos, los ardides, las trapa­cerías, los amaños, tropelías y chanchullos y el soborno en los elegi­bles y sus muñidores y sectarios; los excesos, el miedo y la venalidad en los electores? ¿Qué consecuencias son de esperar de tales premi­sas, sino las candidaturas oficiales dominando al cuerpo electoral, esa carne de cañón de todas las concupiscencias y Juan soldado de todas nuestras luchas políticas, corrompido á merced del que manda ó del que mas da, el cunerismo imperante, la política relajando to­dos los resortes de gobierno y perturbando a la sociedad en todos sus fundamentos; muchos candidatos arruinados por las luchas elec­torales y buscando arreglos y compensaciones para nivelarse aun á costa de pasarse la mano por la cara, luchando por la existencia y, la plutocracia, por tanto, en auge; los distritos explotando antes y des­pués de las elecciones el botín de guerra, lo mismo del vencido que del vencedor y de los secuaces de ambos; el periodo electoral siendo una saturnal qué tiene abiertas las válvulas á todos los abusos, dándose patentes en corsa por todos los contendientes; la estatua de la Ley parece la cubre un tupido velo que la envuelve entre sombras; los electores, unos, los que viven y gozan en la orgía, en las baca­nales, insaciables como voraces tiburones, ansiando una elección por semana, otros, los amigos del orden y de la tranquilidad y que no les agrada les perturben en sus faenas, huyendo de la urna como de la peste, algunos, no pocos por cierto, yendo á votar poco menos que arrastras, todos sin libertad y sin fe en lo que hacen, descorazonados y asombrados de este luctuoso presente, sin esperanza en el porve­nir, siempre conociendo á los mismos perros con distintos collares; con la energía y hasta con la virilidad malgastada , extenuada en luchas estériles: los pueblos y hasta las familias ardiendo en escisiones y en odios á muerte; las venganzas por doquier y los rencores atizando las pasiones, conturbando los ánimos de las conciencias mas sólidas y las cabezas mejor equilibradas, y de ahí hombres hon­rados que unos van al sepulcro y otros á pervertirse en las sentinas de nuestros presidios; ruinas de familias y de pueblos; unos cele­brando la victoria y disfrutando como Aníbal en Capua, otros do­liéndose en la derrota, pero ansiando con vehemencia la revancha; una acta de concejal ó de Diputado para acaso no acordarse mas de sus representados, por ocuparse demasiado de sí mismo, convir­tiendo el cargo augusto de representante del pueblo y de legislador en vil granjería, ya que no en un salvo conducto, en un amuleto para lavar manchas y limpiar culpas. ¡Cuánto cierto es que cuando se siembra cizaña imposible es que se recoja trigo! Allí están los obre­ros, los materiales y la labor de las elecciones por, sufragio mas ó me­nos restringido, en mas de medio siglo de experimentos tan prác­ticos como dolorosísimos, ¿Se atrevería nadie, sino un dementado, á someter ningún asunto á un tribunal cuyos magistrados, unos sean incapaces, otros estén cohibidos, estos amedrentados, aquellos apasionados, estos otros concusionarios y todos sin libertad para dar el fallo conforme á su conciencia y como procede en justicia? Pues eso y no otra cosa, dígase lo que quiera, eso es el sufragio directo con o sin el censo. ¡El sufragio no es mas, pues, que el ins­trumento de la tiranía, de la corrupción! ¡No se cogen higos de los espinos, ni de las zarzas racimos de uvas! como dice el adagio. Ese spoliarum político social es digno de mirarse con atención y deten­ción por los hombres pensadores y sobre todo por los Jefes cíe nues­tros partidos políticos para que pongan pronto, eficaz y saludable remedio y nos libren de esta peste comicial que padecemos hace muchos años, y que nos va á conducir donde nadie puede predecir, porque se está jugando con fuego con una temeridad pasmosa. ¡Las listas electorales no bajan hoy de costar a las Diputaciones la friolera de un millón de pesetas, doble ó triple á los ayuntamientos, doscien­tas cincuenta mil los gastos y excesos de las elecciones provinciales y un millón lo menos las municipales! Apúntense esas cifras los entusiastas del sufragio universal.

El self government, ha dicho el austero Azcárate, no solo con­siste en votar, pues, el pueblo que vota no es dueño de sus destinos, eso es confundir la representación con la delegación y autorizar las dictaduras parlamentarias. Un hombre experimentado en política y en administración afirma que, del pueblo que posee á la vez la liber­tad y la centralización administrativa y sobre todo sin disfrutar el sufragio universal, no puede ni dirigirse desde el poder ni gober­narse á si mismo». Bluntschli renombrado profesor a la Universidad de Heidelberg dice, que el sufragio universal ha convertido el cuer­po electoral en un montón de arena que deshace el viento y después de flotar en menudo polvo por la atmósfera, viene á caer sobre la tierra en revueltos torbellinos. Lorimer afirma que el sufragio ha convertido al cuerpo electoral en un rebaño que se valúa por el nú­mero de cabezas solamente. Los que consideran el sufragio, (dice Toquevilla, cuya autoridad no puede rechazar ninguno que de demócrata se precie) como una garantía de bondad de las elecciones se hacen una ilusión completa. Con el sufragio universal, ha di­cho el diserto D. Francisco Silvela, se podrá gobernar una Nación, pero es imposible administrar bien, ni los municipios ni las Diputa­ciones, y una experiencia tan larga como dolorosa y concluyente viene á comprobar esa afirmación tan acertada de ese conspicuo español, mas hombre de administración que sectario político.

El sufragio es una función y no un derecho y por tanto exige condiciones en el que ha de ejecutarla para que esas condiciones capaciten y garanticen el buen desempeño de esa función tan augusta. La libertad política, mejor dicho, el voto no puede tener ninguna estima para los que carecen de bienestar y por eso venden el sufragio al quien se lo paga ó por agradecimiento á quien les da de comer ó dis­pensa favores, por eso raras veces cada voto es la expresión de la vo­luntad del elector cae ahí que la libertad política sin el bienestar sea una miserable é hipócrita servidumbre. Además el cuerpo electoral falto de criterio, anémico de energía y apático por inercia no busca como debiera a los elegibles mas aptos para los cargos populares, sino por el contrario, se deja arrastrar y hasta imponer por los inquietos é in­trigantes mangoneadores políticos que casi todos llevan segundas miras al presentarse al público sacrificándose como redentores del pueblo el que deja olvidados en sus casas á los que realmente pudieran administrarlo y regenerarlo, postergándolos por gente mañosa é intrigante que más busca en esos cargos los provechos que la honra que confieren cuando bien se desempeñan.

Una de las consecuencias mas funestas del falseamiento del su­fragio por codicia del poder es la esclavitud voluntaria á que se somete el país envenenado par el peor de los tóxicos, por el indiferen­tismo y por el pesimismo que lo tienen anestesiado, sin esperanza de alivio, solo confiado en la Divina Providencia, porque los hombres no solo lo tienen abandonada sino aniquilado y envilecido. Las cor­poraciones populares esclavas también del poder tienen perturbada su administración por la deletérea política, así que es preciso para bien de los partidos políticos y sobre todo para bien del país que cese esa corrupción tan nauseabunda, deprimente y letal del oro, del miedo y de la ignorancia, por lo menos para las elecciones de la administración local, separando el electorado político del de las corporaciones administrativas locales y que el poder ejecutivo en vez de ser el árbitro de los destinos de la Nación, sea no mas un so­berano que reina sobre un pueblo que se gobierna á sí mismo y así concluirá el divorcio creado entre la sociedad y la política, y con­cluirá también la corrupción de electores y elegibles, no menos fu­nesta á los pueblos que la de los reyes y cortesanos, y se atenuará la acción letal del caciquismo, ese parásito del sistema parlamentario. El partido obrero, que se va al fondo de la cuestión, llama al sufragio universal arma de papel con la cual no puede hacerse daño alguno al adversario y este hiere de muerte al proletariado. Los socialistas concluyen por rechazar el sufragio universal coma una insulsez política con que se quiere entretener y engañar al pueblo que si legal­mente ha sido proclamado soberano, en realidad sigue siendo esclavo Observa Laveley, que existe una gran atracción natural entre la soberanía y el sufragio universal, que habrá de imponer en tiempos no lejanos, un nuevo orden social, y de ahí el antagonismo que, se­gún Secretán, existe entre el orden económico actual y el sufragio universal del cual no saben como desprenderse los países en que funciona y presagia grandes trastornos el día que ese antagonismo estalle; porque, como dice acertadamente el mismo Laveleye, la li­bertad política de que el obrero solo hace uso de tarde en tarde, no puede en modo alguno compensar su servidumbre en el orden económico.


Rechazando, como rechazamos en absoluto la ingerencia de la mefítica política en las corporaciones populares á quienes es preciso redimirlas de la esclavitud en que las tienen el bastardo egoísmo de nuestros partidos políticos, esa plaga social que hay que extinguir por inanición, dicho se está que no admitimos para la elección de las corporaciones locales ni el sufragio universal, ni el restringido, ni el procedimiento acumulativo, ni el de cociente, ni el de coeficiente, procedimientos muy bonitos y muy alambicados como hechos para el juego á turno de los partidos en el poder con minorías que di­viertan al país y con mayorías que se lo coman, pero que ninguno de esos procedimientos electorales está libre del soborno en los ele­gibles, ni de la venalidad de los electores, ni de la corrupción de unos y otros, y sobre todo de la influencia oficial. Las corporaciones lo­cales se deben de dedicar á administrar y fomentar sus intereses morales y materiales exclusivamente y por tanto debe evitarse a todo trance, con toda previsión y con toda cautela, que continúen en manos de sectarios y del proselitismo, rescatándolas de la servi­dumbre en que viven y regenerándolas con savia nueva y con san­gre pura y oxigenada que las vivifique y las haga robustecerse y desarrollarse dentro de su propia órbita, para bien de sus adminis­trados y de la prosperidad nacional que está encarnada exclusiva­mente en la vida local. El cuerpo electoral debe de fijarse en lo que el gran Le Play llamaba autoridades sociales, es decir, en los hom­bres de bien, proba vira, esas nobles figuras independientes y honra­das que extrañas á las agitaciones de la vida pública y absorbidas por la práctica de un arte ó de una profesión, son los mejores maestros de la vida y del gobierno local que de hecho dirigen en todos los pueblos prósperos, inspirando respeto, afecto y consideración, ejer­ciendo su influencia por el régimen de coerción moral, porque ansían la paz social, de ahí el patronato que deben de ejercitar sobre las corporaciones populares. Pero desde que se han desarrollado las costumbres llamadas democráticas, estas autoridades están menos dispuestas que nunca á afrontar los crecientes rigores del sufragio popular y la dura competencia de los que lo soliciten, y por otra parte como carecen de las pasiones que tanto gustan los partidos políticos y de la flexibilidad de carácter que permite el acceso cerca de los go­biernos, apenas atraen hacia ellas la atención pública, quizás porque brillan en la vida privada, en el hogar de la familia, verdadera escuela del ciudadano así para mandar como para obedecer, es decir, pa­ra aprender las prácticas de libertad y de autoridad bajo la égida del amor paternal, y estos grupos sociales son el plantel de los dignatarios del gobierno local, como este es y debe ser el semillero de donde salen las notabilidades que han de tomar parte en la admi­nistración de las Provincias y del Estado.

El procedimiento que proponemos para la elección de las cor­poraciones locales, esta libre de la despótica coacción oficial, de corrupción tiránica de los elegibles y de la cínica venalidad de los electores, y, con él se ahorran los gastos y excesos de las elecciones, esas fiestas de Baco, gastos que no son partida moral y materialmente despreciable, pues no bajan de 2.50.000 pesetas cada elección provin­cial y 1 .000.000 las de concejales, y esos gastos son la causa de que impere la plutocracia en las corporaciones locales y cuyo monopo­lio concluirá con este procedimiento electoral; es decir tiene todas las condiciones apetecibles para que de los comicios salgan admi­nistradores de los bienes comunales, no explotadores del cargo; pero tiene un leve defecto, que es procedimiento indígena, es decir, genuinamente español y acaso por eso, a pesar de su virtualidad y de los prodigiosos resultados en siglos que ha viene usándose, haciendo la felicidad de los que la aplican, quizás por eso, repetimos, poco conocido, si es que no deliberadamente olvidado por prevenciones, tan incomprensibles como injustificadas ante la sana razón y ante la conveniencia pública, de todos nuestros gobernantes, pero ya aplicado con acierto para el jurado. A fin de evitar tanto mal y co­rrupción tanta, hay que ir a la insaculación, no de los elegibles, sino de los electores, al juramento de los compromisarios electos á suer­te y á su incomunicación inmediata y absoluta y no suspendiéndose el acto hasta lograr elección, y por último condicionando suficien­temente las cualidades de los elegibles; así todos y ninguno tendrán derecho electoral. A este fin la ley prescribirá el día que ha de hacerse la elección que habrá de ser festivo, reuniéndose todos los electores de cada sección ó colegio, siendo el presidente el de mas edad y actuando de secretarios los dos mas jóvenes; á esta junta con­currirán personas debidamente apoderadas de viudas y menores quienes tendrán el concepto de electores, pues anómalo es no ten­gan intervención en el común cuando las leyes civiles les reconocen personalidad jurídica. Los electores que no concurran á la convo­catoria, pagarán diez pesetas de multa al erario municipal, perde­rán la capacidad de elegibles en la elección convocada y el de electores y elegibles en las dos siguientes. El que reincidiese será corre­gido con doble multa y á la tercera vez entregado á los tribunales. Se pondrán en papeletas todos los nombres de los electores, que será precisa condición sean mayores de edad, sepan leer v escribir, llevar dos años de vecindad, ser de estado seglar, no estar incluidos en las listas de beneficencia y no cobrar de fondos del presupuesto del Estado ni de las corporaciones locales, ni ser miembro de ellas.

Una vez colocadas en la urna todas las papeletas con el nombre de los electores que irán leyéndose al depositarse en ella, se las mezclará bien y por un niño menor de ocho amos se sacarán nueve pa­peletas y los electores cuyos nombres contengan serán los compromisarios; sino estuviesen todos presentes se completarán sacando las papeletas necesarias, procurando siempre remover la urna cada vez que se saque una papeleta. Inmediatamente los compromisarios prestarán juramento ante el Presidente de cumplir fiel y lealmente su deber por el bien público y serán incomunicados en habitación aislada é inmediata á la que se verifique la reunión de electores, sus­pendiéndose la sesión. Reunidos los compromisarios, se constitui­rán en junta bajo la presidencia del de mas edad, actuando de secre­tario el mas joven y enseguida después de deliberar sobre las personas que crean mas aptas para el cargo, procederán á la elección de la que consideren mas meritoria, por votación nominal a pluralidad de votos, extendiéndose por el secretario el acta que firmarán todos los compromisarios y que se entregará por el compromisario pre­sidente al que lo sea de la junta electoral, el que dará cuenta á los electores del acta de elección y después de extenderse acta de todo, así como de las protestas si las hubiere, pasará inmediatamente todo lo actuado al ayuntamiento, levantándose la sesión. Si no hu­biese habido elección, por no ponerse de acuerdo los compromisa­rios y resultar no tener mayoría ningún candidato, se hará constar así en el acta de reunión, dándose cuenta inmediatamente al colegio para proceder enseguida á sacar á suerte de la urna otros nueve electores que sean compromisarios, procediéndose según queda va indicado, hasta lograr se verifique la elección, y si fuese nece­sario recurrir hasta terceros compromisarios, estos quedarán en sesión permanente é incomunicados también, hasta lograr se verifi­que la elección. Los compromisarios no podrán aceptar, ni ellos, ni sus padres, hijos ó hermanos, cargo alguno retribuido en los pre­supuestos del Estado o de las corporaciones locales, excepto los pro­vistos por oposición, mientras estén en ejercicio los concejales electos. Los ayuntamientos procurarán hacer la división de colegios de forma que á cada uno le toque elegir un concejal, dividiéndose en secciones de 100 á 200 electores cada una cuando más; cada pueblo agregado para constituir ayuntamiento formará colegio separado; al día siguiente de la elección se hará el escrutinio por los secretarios de las secciones, que llevarán copia del acta respectiva y credencial, que acredite su nombramiento; el escrutinio se hará á presencia del ayuntamiento reunido al efecto, quien resolverá en el acto sobre e las protestas ó incapacidades de los electos.Para ser elegible se requieren las condiciones siguientes:

1ª Ser elector.


2.ª Llevar cuatro años de vecindad.

3.ª Estar rehabilitado en caso de haber hecho quiebra.

4ª Haber sido declarado inculpable en caso de haber sido con­cursado.

5ª No estar procesado ni haber sido condenado por comisión de delito.

6ª No ser deudor á los fondos de las corporaciones, ni del estado, ni aun como segundo contribuyente.

7ª No cobrar de sociedades subvencionadas por el Estado ó por corporaciones locales.

8ª No estar impedido intelectualmente, ni tener impedimento físico que le imposibilite para el cargo.

9ª No haber ejecutado actos ni omisiones, que aunque no penables, los hagan desmerecer en el concepto público.

10º No tener contienda con el Ayuntamiento o Diputación provincial.

Los jueces municipales no serán electores ni por tanto elegibles. A los que han de recibir y desempeñar los cargos populares es preciso inculcarles que deben de recibirlos como una carga y como un deber, con su inmediata responsabilidad, mirando al cumpli­miento de este deber como una obligación de justicia y realizándolo con acendrado y puro amor y con ferviente celo sin desmayos por el temor, sin olvidos por el egoísmo y sin debilidad por mezquinos apasionamientos; no recibiendo la investidura de magistrados del pueblo por satisfacciones de pueril vanidad, ni por la ambición tirá­nica de mando, ni por el vil deseo de bajas venganzas, ni por mez­quinas miras egoístas, ni por el desvanecedor deseo de un encum­bramiento ¡no! que todo eso envilece á los hombres y tiene deshon­rados esos cargos á los que deben de ir los que se sientan capaces y sobre todo enardecidos por el amor á sus ciudadanos y al pueblo donde viven, en una palabra, que tengan conciencia clara de sus deberes y muy presente la sana doctrina que encierran los siguien­tes versos del letrero colocado sobre la puerta del consistorio de Mondoñedo.
Aquí dentro no ha lugar
Pasión, temor ó interés,
Solo el bien público es,
lo que aquí se ha de mirar
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Todos los cargos de las corporaciones populares serán insolicitables, obligatorios, irrenunciables, juramentados, periódicamente renovables, irreelegibles, gratuitos y sujetos fetos a responsabilidad, habiendo de ser residenciados los que los desempeñen al cesar en ellos. lnsolicitables, para cortar las intrigas y corrupciones, no pu­diendo ser electo ninguno que lo haya gestionado de los compromi­sarios de palabra, por escrito ó por tercera persona. De esta manera los electores buscarán á los que merezcan ser elegidos y no se dará el escándalo de que la ambición y el egoísmo se echen por esos mundos de Dios, con la vergüenza á la espalda y la audacia al rostro á excitar y mover acaso demasiado persuasivamente al cuerpo elec­toral, que de ordinario se vuelve todo oídos y se deja querer asazmente. Obligatorios, por ser un deber de todo ciudadano la gestión del procomún. Irrenunciables, por la misma razón que sin obliga­torios. Juramentados, porque al recibir una investidura por minis­terio de la Ley no pueda rechazarse á sí propio, no debiendo negar la Ley que lo eleva, sin inconsecuencia y sin deslealtad manifiesta. A los demócratas que rechacen el juramento, debemos recordarles estas palabras de una autoridad para ellos irrecusable. Tocquevílle. «Me inclino a creer, que si el hombre carece de fe, no puede ser libre y que si ha de mantener la libertad, es preciso que crea en Dios”. Periódicamente renovables por terceras partes, para evitar la avaricia del poder y los abusos que son consiguientes y por terceras partes para que la experiencia, el hábito y la tradición no se pierdan en la administración local y ésta quede al propio tiempo impregnada de la variable opinión pública. lrreelegibles, para evitar las ambiciones personales, las coacciones autoritarias, el santonismo y las dictaduras del caudillaje. Gratuitos, para que jamás exciten la codicia del que los desempeña, ni el ansia de poseerlos. Sujetos a responsabilidad , si la responsabilidad es consiguiente á todo acto humano, con más razón debe exigirse a los mandatarios del pueblo, para quien esa responsabilidad es una garantía y así se evitarán las arbitrarie­dades. Incompatibles con todo otro cargo electivo ó retribuido, para evitar toda querencia al mando y que el acumulamiento de obliga­ciones impida el buen desempeño del cargo. Residenciados, para dar el veredicto y la sanción popular á su gestión administrativa y hacer efectivas las responsabilidades si las hubiere ó el certificado ó atestado de la estimación y del agradecimiento del pueblo á sus ma­gistrados que !layan cumplido como buenos en el desempeño, de su cometido.

La irreelegibilidad evitará que jueguen á repetir los políticos de ofi­cio que le han tomado el gusto al cargo, desahogando sus apetitos en el mangoneo, y con ella también desaparecerán los enfatuados que en su reelección fundan el pedestal de hombres necesarios sin los que la administración local habría de dejar de funcionar y tener qué pararse, porque sin sus luces y sin su impulso todo queda a oscuras; la irreelegibilidad también condenará á perpetua oscuridad á muchos faroles que van a las corporaciones locales, como van á las cofradías, á las juntas de casinos y de sociedades cómico-lírico-dramáticas y a todas las juntas y juntillas habidas y por haber, tan solo por exhibir su entidad y por dar a conocer sus universales aptitudes y que por cucharear en todo, resultan estos zascandiles meticones, como dicen en Castilla, unos destripacharcos, por supuesto siendo en todas partes unas hormiguitas que no van ni vienen en balde y unas abejitas que de todo elaboran cera y miel. A los que creen que la reelección es el premio al buen desempeño del cargo, habremos de manifestarles que hemos llegado por desgracia á unos tiempos tan menguados y conturbados en que el cumplimiento del deber necesita de esos alicientes y de esos vanos estímulos, pero también suele ser ordinariamente el pretexto para encumbramiento del egoísmo solapado y de bastardas ambiciones que hay que acallar y extinguir con mano férrea y sin contemplación. Una circunstancia tan solo pudiera abonar la relación: la práctica y conocimiento que de la cosa pública se adquiere con la larga permanencia en los car­gos de la administración local, pero esta no es tan difícil, inescru­table é incomprensible para los hombres de buena voluntad y celo­sos del bien público que no olvidan que los cargos populares son una carga a onerosa y gratuita que hay que conllevar por adra, y no explotarla como un monopolio de políticos cucólogos, que han constituido una oligarquía en los tiempos democráticos que corremos. Por otra parte los grandes y extraordinarios servicios, esos que dejan huella y remembranza en las generaciones, esos se recom­pensan con premios y galardones que hagan tan imperecedera la abnegación y fama renombrada de los que lo merecieron, como el perdurable agradecimiento de los que los otorgaran, sirviendo así de modelo ejemplar y de edificación perpetua á la posteridad.

La renovación de las corporaciones populares se hará por terce­ras partes á fin de que la administración local no sufra cambios tan frecuentes en su personal, cambios que tanto malean y tantas con­cupiscencias despiertan, resultando así que el elemento permanente preponderara sobre el variable, y de esa manera se evitarán revan­chas de los bandos, que tanto enardecen los ánimos; el prolongar­se la duración de los cargos por seis años, resultará en beneficio de la práctica y experiencia administrativa, que es lo que debe procurar el legislador. La movilidad tan característica de las democracias, de­be realizarse en la írrelegibilidad extensiva hasta el padre, hijo ó her­mano del que cese, á fin de prever y evitar el cesarismo y caudillaje que de servidores del pueblo se conviertan en amos. El hueco menor o sea el plazo de tiempo que puede existir para la reelección ha de ser igual al tiempo que dure el carpo, es decir que entre la cesación y la reelección han de mediar una elección ordinaria. La responsa­bilidad á los concejales se la exigirá residenciándolos lea asamblea municipal.

Este procedimiento electoral tan sencillo como libre de toda coacción, es ni más ni menos que el que preceptúa la legislación vas­congada. «Esa organización político administrativa que (ha dicho un sesudo escritor) es un conjunto que se admira por su sencillez, por su armonía y por la solidez que se advierte en la parte y en el todo del mecanismo que lleva siglos y siglos funcionando sin el me­nor quebranto. Las ruedas de los concejos, de los ayuntamientos, de las hermandades v de las cuadrillas de la Provincia, marchan con toda regularidad y orden en sus respectivos centros, sin rozarse mas que lo que es indispensable para producir el movimiento y el enlace general que constituye el mas perfecto sistema digno del estudio concienzudo de los filósofos y publicistas que se admiran de este pueblo, que lo mismo hoy que en los siglos que pasaron y los que están por venir, ni ha deseado, ni desea, ni deseará otra cosa, que conservar este sagrado depósito de buena administración y felicidad pública. Los grandes fenómenos político-sociales, son insignificantes si se comparan con este. La historia, la vida de todos los pueblos se emplea en variaciones estériles, en continuas y sangrientas luchas de administración y de gobierno. El pueblo vascongado es el único en el mundo que permanece siempre incólume entre el cúmulo de ruinas que cubren el universo. ¡Bendito sea Dios una y mil veces ben­dito! por haber elegido pueblo tan reducido y pobre para ejemplo tan grandioso, para confusión y enseñanza de la soberbia humana. (Or­tiz de Zárate). En el Congreso de_ Viena en 1.814, dijo un diplomá­tico, par cierto no el Español, hablando de la organización vascon­gada: Conservemos ese grano de almizcle que perfuma toda Europa.¡ Y pensar que nuestros gobiernos en su insensatez y en su demencia han intentado y han atentado contra ese precioso organismo, cuan­do lo más patriótico hubiese sido hacerlo extensivo á toda la Na­ción, igualándonos y unificando nuestra legislación municipal y pro­vincial, no por depresión como se ha hecho, sino por elevación!

No desconocernos !os inconvenientes que presentará en la prácti­ca y las prevenciones que ha de despertar el procedimiento electoral que proponemos al aplicarlo en las graneles poblaciones, en cuyos colegios el número de electores será considerable y por tanto mu­chas las secciones y también por ser acaso exiguo el número de com­promisarios que proponemos, porque de ser mas extenso dificultaría la elección, pero no vemos inconveniente que sea proporcional al número de electores en un 10 por 100 en cada sección ó colegio. De no aceptarse el procedimiento electoral vasco que tan admirables resultados da en aquel admirado país tan diestramente gober­nado y que conceptuamos que ese modus elegendi sería la panacea para el resto de España, podría en otro caso adoptarse el sistema dinámico de Lorimer, algo atenuado en su acumulación de votos, en combinación con el de cociente ideado por Andrae que sería aplicable para la administración local, pero no libre de la coacción de los elegibles, de la influencia oficial de los gobiernos y, de la ve­nalidad de los electores, y por tanto...........................

Los elementos tan valiosos que están alejados y hasta asustados de las miserias de nuestra estrecha política, serían atraídos á los car­gos populares, haciéndoles á estos mas independientes del poder, va­riando el procedimiento electoral, instrumento de los mas intrigantes, de los mas audaces y de los más embaucadores ó de los que mas re­cursos cuentan para manejar la voluble y asaz asequible mayoría de los electores; las personas de probidad, los hombres de bien irían á prestigiar y rehabilitar esos cargos deshonrados sino fuesen tan políti­cos como poco administrativos, tan públicos si fuesen menos privados, y después las nulidades que llegan a ellos, todos sabemos como se engríen y se enfatuan en ellos y, se engolondrinan con ellos, creyendo en su inepcia y en su nesciencia, solo comparables con su tan osada ambición y mareo cerebral, que son acreedores á tanta distinción y sobre todo que están honrando el cargo, y, que son tan indis­pensables que no tienen sustituto. ¡Pobrecillos! compadezcamos estas pequeñeces y estas debilidades de nuestros políticos. Por otra par­te, es verdad también que el agradecimiento, ya que no la recom­pensa se escatiman demasiado por nuestra voluble opinión pública á las personas que le demuestran ser sus verdaderos padres, pospuestos á sus embaucadores padrastros, así que muchos tienen pre­sente el adagio que el que hace bien al común no hace á nengún y el que olvida este adagio sabe menos de política que el alguacil del úl­timo ayuntamiento de España, de política parda por supuesto. De ­todos modos se hace necesario sacar de la inercia y del indiferen­tismo y acaso también del egoísmo a la gente de juicio y de poder encerrada en el fatal ¿ a mi que ? haciéndole ver los perjuicios en ge­neral que de su vituperable conducta se originan y se irroga á sí propia, y que comprenda también que no solo nos debemos á nosotros mismos, sino que la patria

Elías Romea
ADMINISTRACIÓN LOCAL, Almazán 1986, pp. 129-143